I.

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-¡Querida! ¡Nos mudaremos a Canadá!

Yo salté de la sorpresa. ¿Canadá? ¡¿Canadá?! ¿¡Y nosotros qué pintamos en Canadá?!

-¿Pero por qué? -le contesté anonadada, deseando y rezando a todas las deidades que conozco que fuese una cruel broma-. ¡Ni siquiera saben hablar inglés! -ella rodó los ojos. Claro que hablamos inglés, mi padre es estadounidense por nacimiento.

-He conseguido un buen trabajo ahí, me pagarán mucho. Además, tu hermano estudiará ahí lo que le resta de la Preparatoria y la Universidad, le han dado una beca -me golpee la cabeza contra mi escritorio, haciendo ruidos extraños con los labios apretados para que mi madre no me oyera. ¿Por qué le dan cosas a mi hermano y a mí no?-. ¿No te gusta la idea?

-Déjame pensarlo...

Mi madre salió de la habitación, abandonándome en el abismo de mi mente. Sería la segunda vez que nos mudamos. ¿Qué haría? Por fin había conseguido estabilizar mi vida aquí. Ya me había hecho varios amigos, me acostumbré a mi escuela, memoricé los lugares que había de visitar con frecuencia, todo esto con mucho esfuerzo.

Tendría que hacerlo TODO de nuevo. Como si para mí fuese fácil...

Ahora estoy sentada, con las manos soportando mi cabeza. Creo que mis codos ya se han incrustado en mis rodillas. Llevamos ya dos horas aquí y mi madre se ha quedado dormida a mi lado. Detrás de mí, mi padre lee una revista mientras mi hermano no despega la vista de su PSP. No quiero mirar a la ventana abierta, tengo miedo de ver lo que veo en mi sueño.

Mi sueño. Comenzó a presentarse en mi mente desde hace un mes; más específico, desde que mi madre me dio la noticia. El sueño es simple, no es tan aterrador como esperaría, he tenido peores. Pero este sueño es desconcertante. Sólo estoy ahí sentada, en un asiento color hueso, mirando hacia la ventana. A través de ella veo nubes, partes del cielo, la tierra muy lejana a mí. Lo que se vería desde un avión, más o menos. Después de un largo rato de mirar por la ventana, en un parpadeo el cielo azul se vuelve negro, completamente negro, y las luces del avión se apagan. Escucho gritos y una alarma, aunque no veo nada sé que el avión se está cayendo. Sin embargo, yo no parezco inmutarme. Me las arreglo para alzar la cortina de la ventana, que con el estruendo se ha cerrado. Miro por el cristal y veo una simple sonrisa, blanca y afilada, pero sólo es media sonrisa, la otra mitad está curvada hacia abajo, como si estuviera molesta y feliz al mismo tiempo.

-No están -habla la boca, mostrando los blancos dientes y la lengua ¿plateada? Su voz, pareciese que hablaran dos personas. Y tiene razón, mi madre no está, mi padre no está, mi hermano no está, los pasajeros no están, el cielo no está, el avión no está-. Nunca más estarán por ti.

De pronto, una llamarada aparece frente a mí, pequeña primero y luego crecía. Ahí encontraba a mi familia, dentro de las llamas del fuego, consumiéndolos lentamente mientras sus caras se deformaban en horribles muecas de dolor, aunque yo no escuchaba nada, ni un grito. Creo que es innecesario mencionar que desde que tengo memoria le temo al fuego en sobremanera. Luego me despertaba y corría a las habitaciones de mis familiares, sólo para verificar que siguieran ahí, vivos y con la piel sin quemaduras.

Ese es mi patético sueño. Podría sonar completamente estúpido considerarlo como "pesadilla", así que simplemente le llamo "sueño", un sueño que me hace despertar sudando frío, con un nudo en la garganta y con la preocupación a flor de piel.

Bueno, esa es la razón por la que temo mirar a la ventana del avión, así que simplemente decidí leer un libro, los codos y las piernas me duelen y no quiero dormir.

Bajamos del avión, por fin. Subimos a un auto que nos llevaría a nuestra nueva casa. Todo el recorrido fue aburrido, agotador y tedioso, simplemente veía árboles cubiertos de nieve, miles de malditos árboles. No me desagradan, pero estaba harta de verlos.

-...escuela hasta el mes que viene, así que serán como tus días de prueba -escuché que mi madre alegaba contenta cuando me quité uno de mis audífonos.

-No está escuchándote -se burló mi hermano, sin quitar la mirada de la pantalla de su juego.

-¡_______ (T/N)! -gritó mi madre. Mi hermano y yo reímos, pedí una disculpa y pregunté si podía repetir lo que estaba diciendo-. Decía, muchacha distraída, que oficialmente empiezas la escuela el mes que viene, ya que aún no hemos hecho los trámites de tu inscripción. Así que, mientras llega esa fecha, no estás obligada a ir al colegio.

-Ya, pero todo lo de Eric está en completo y perfecto orden, ¿no es así?

Mis padres no contestaron. Siempre me ponían después de él, aun siendo yo la mayor. A pesar de esto, jamás he odiado a mi hermano, ni él me trata mal por eso.

Después de un largo rato, llegamos a un vecindario lindo, casas grandes, un pequeño parque con juegos para niños y senderos para que la gente paseara en bicicleta. Efectivamente, había unos cuantos niños en el parque, en los columpios y en el balancín, gente con sus perros y algunos corredores. A lo que pude ver y asumir después del recorrido, el vecindario estaba junto a un bosque. Genial.

-¿Por qué tiene que ser cerca de un bosque? -susurré a mi hermano. Él ni siquiera me miró.

-Tranquila, si se incendia yo te salvaré, miedosa -contestó absorto en su videojuego. Solté una apagada risa y volví a concentrarme en mi música.

Bajamos las pocas cajas que llevábamos en el auto y las dejamos en el que sería nuestro jardín frontal. El camión de la mudanza venía justo detrás de nosotros.

Observando más detalladamente mi panorama, me di cuenta de que lo único que separaba mi casa del bosque era una cerca de madera pintada de blanco, un poco gastada. La madera arde al instante, pensé, y un escalofrío recorrió mi espalda. Esta ansiedad me consumirá si sigue así.

Ayudé a bajar cajas, adentrar algún mueble no muy pesado y acomodar los adornos de mi madre. Después me escabullí de las miradas de mis padres y recorrí un poco el vecindario, evitando ver al bosque que se encontraba a mis espaldas. Cada vez que posaba la mirada en uno de los árboles oscuros, un escalofrío me recorría el cuerpo en su totalidad. Sentía una... no, varias miradas frías. Temía ver a la sonrisa retorcida en algún momento junto a un par de ojos desconocidos, así que apartaba la mirada rápidamente.

De pronto vi por el rabillo del ojo una silueta blanca que parecía correr hacia mí, pero cuando giré no había nada. Estúpida paranoia, pensé y seguí caminando, esta vez con la guardia en alto. Luego de mucho tiempo, cuando casi iba a anochecer, decidí volver.

-¡______ (T/N)! ¿Qué carajo pasa por tu cabeza? -me gritó mi madre apenas entré a la casa. Me había costado encontrar el camino de regreso, debo admitir.

-¿Por qué tanta hostilidad? -murmuré, más para mí que para ella.

-¿Cómo que por qué? ¡Te vas sin conocer una mierda del lugar donde te encuentras y sin contestar tu móvil! ¡¿Para eso me hiciste comprarlo?!

-Me lo compraste porque mi padre te obligó -susurré. Cuando ella me pidió que repitiera lo que dije, le respondí:-. Que no volverá a pasar, olvidé encender de nuevo el móvil cuando bajamos del avión.

Después de eso subí las escaleras. Ya no quería hablar más con mi madre para así evitar una discusión inminente. En el piso superior encontré a mi hermano, quien, después de mostrarme la segunda planta, me dio un beso en la frente y me dejó frente a donde sería mi habitación.

-Si ves a mamá, no le grites, ¿vale? -me sonrió, acariciando mi cabello.

-Vale.

-Prométeme que no te meterás en problemas -pidió. Yo asentí y sonreí.

Luego de desearnos buenas noches, me adentré en mi nueva habitación. Acomodé mis cosas, las más importantes, en el armario, en el escritorio que se encontraba frente a una ventana y en los cajones de un mueble que estaba previamente acomodado en una de las esquinas de la habitación. Cuando terminé quedé agotada, así que me cambié de ropa y me dejé caer en mi cama.

-Sólo ve a dormir -escuché un extraño susurro que quizá sonó en mi mente y me quedé dormida.

Fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora