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Camino sin rumbo alguno, cuento cada semáforo que veo, observo a la gente sonreír y hablar animadamente, algunos parecen cansados, otros absortos en sus propios pensamientos. Quién sabe lo que está pasando por sus mentes ahora mismo, e inconscientemente suelto una risa ahogada al imaginarlo.

Mientras camino me fijo en pequeños detalles. En el sonido del viento al chocar con las ramas de los árboles, en el juego de sombras que crea el Sol con las farolas y los bancos de la calle, en todos esos pequeños detalles, que pasamos desapercibido cuando vamos con prisa, o cuando vamos ensimismados en nuestros propios pensamientos.

De la nada siento como si alguien me estuviera observando. Por acto reflejo miro hacía mi izquierda, y efectivamente, me encuentro con unos grisáceos ojos, de aspecto frío y con ojeras, que me miran con pena y algo de compasión al mismo tiempo. Como si fuera un perrito abandonado sin hogar. Como si no tuviera otra cosa que dar pena, para no tener la autoestima por los suelos.

¡Qué asco! Eso es lo único que siento por la gente que hace eso, asco. Como si supiera por lo que estoy pasando en este momento. Como si no tuviera otra cosa que dar pena, para no tener la autoestima por los suelos. Como si supiera lo que significa para mi salir a la calle ese día a la calle. Porque la verdad es que no lo sabe, ella no sabe nada. Ella no sabe que lo último que necesito es dar lástima, ni compasión por parte de un desconocido. Ella no sabe que lo único que necesito ahora es a él. Y él ya no está.

Y sin decir una solo palabra, porque no hacía falta, le lancé una mirada llena de odio, hacía aquella mujer, y seguí mi camino. Esta vez sin fijarme en los detalles de mi alrededor, sino preguntándome porque hay tanta gente superficial en este mundo.

De un momento a otro, y sin darme cuenta, llego a mi destino. He llegado al parque. Al parque abandonado. Aquel del cual los niños temen por su aspecto sombrío y oscuro. Aquel donde los adultos del barrio se encargan de esparcir falsos rumores sobre violadores que, supuestamente, esperan a que algún estúpido se atreva a pasar por allá, para así cumplir sus sucias intenciones. Aquel parque, ese era nuestro parque. Aquel donde la luz es tapada por sus hermosos árboles que lo rodean, es casi como un bosque en medio de una ciudad, el único sitio natural en un entorno lleno de contaminación y mierda. O por lo menos así lo describía él. Nos encantaba aquel lugar, sin importar los rumores, ya que los rumores, son solo eso, rumores.

Íbamos allí porque sabíamos que nadie se atrevía ir y estaríamos solos. Nos sentábamos bajo los árboles, los cuales nos daban cobijo con su sombra. A veces hablábamos sobre nuestras vidas o cantábamos canciones de The Neighbourhood o de Arctic Monkeys, otras veces fumábamos y nos quejábamos sobre nuestra vida, y en ocasiones lo único que hacíamos era mirarnos mutuamente durante horas sin intercambiar ni una sola palabra, hasta que decidíamos, con miradas furtivas, que era hora de marcharse. Me gustaba cuando nos mirábamos. Me gustaba mucho, la forma en la que nos comunicábamos sin necesidad de utilizar palabras. Me gustaba estar con él.

Me gustaba. En pasado. Porque ya no está.

Me dispongo a hacer lo que me hubiera gustado hacer con él en este momento. Así que cierro los ojos y me imagino que estoy con él. Como la última vez.

Me lo imagino, y ahí estoy, ahí estamos. Tumbados bajo la sombra de un viejo roble. Los centímetros que nos separan son tan pocos que puedo aspirar su dulce aroma, mezclado con el del rocío del césped. El cielo azul se extiende ante nuestros ojos, sin que ninguna nube a la vista. Lo único que se escucha es silencio, pero no es de esos silencios incómodo, no, es uno de esos silencios que hablan por sí solos.

Con un ágil movimiento, él, se pone en pie y me mira a los ojos con una pequeña sonrisa dibujada en la cara. -Es la hora. Me tengo que ir.- Dice, mientras me hace una ademán de despedida con la mano. Se da la vuelta en dirección al Sol, dándome la espalda, y veo como avanza y se desvanece ante mi. Sin poder despedirme de él, otra vez.

Abro los ojos y despierto de mi trance. Unas gotas de sudor caían de mi frente mientras me erguía. Y sin pensarlo dos veces, puse rumbo al roble que acababa de ver en mi mente, que se hallaba en el mismo parque. Despacio voy acercándome más. Con cada paso que doy estoy más cerca de aquel árbol. Con cada paso que doy estoy más cerca de él. De Levi. Poco a poco mi corazón se va acelerando, a causa de la idea de volver a aquel lugar sin él. Aquel lugar el cual no visitaba desde hacia un año y medio. Desde que él se fue, sin decirme a donde.

Al llegar me quedó paralizado y comienzo a llorar. De miedo, de alegría, de tristeza, de nostalgia, de todo, porque a estas alturas no necesito un razón concreta para hacerlo.

Con los ojos empapados en lágrimas observo con detenimiento el árbol. Nuestro árbol. Me fijo, en que la corteza ha adoptado un color grisáceo, en que las largas ramas, ya sin colorido y abundante follaje, están retorcidas entre ellas, como si quisieran tocarse y al intentar hacerlo se quemaran mutuamente. Y aún así seguía siendo hermoso. Porque lo que poca gente sabe es que, la belleza, no se basa en ser agradable a la vista, sino en tener pequeños detalles que te hacen único y especial.

Dirijo mi mano izquierda hacía uno de los bolsillos de mi chaqueta y saco la única cosa que nos unía a los dos. El frío metal del objeto me pone el pelo de gallina. Es extraño, como un simple imperdible puede poner feliz a una persona tan rápidamente. Por lo menos a mi. Ese pequeño objeto es lo que más me recuerda a él.

-"Este será nuestro Safety Pin, el que unirá los trozos de nuestros corazones rotos, cuando más lo necesitemos."- Me dijo él, intentando imitar la canción de 5 Seconds Of Summer. Puede que haya gente que piense que es ridículo seguir al pie de la letra el estribillo de una canción para adolescentes, pero para nosotros era, de algún modo, divertido. Y aún me sigue pareciendo divertido, porque muchas veces menospreciamos las amistades de la adolescencia, ya que, queramos o no, de alguna manera, estas amistades definen parte de ti y definen parte de tu pasado, en lo que será tu futuro.

Con mis temblorosas manos, dejo el imperdible a los pies del viejo roble. Porque así lo habría querido él. Porque así lo quiero yo. Seco, torpemente, mis lágrimas con el dorso de mi mano, mientras intento abrir mi boca para articular mi, medio preparada, despedida. Quiero que sea una gran despedida, una gran despedida expresando todo lo que siento, y todo lo que quiero decirle a Levi pero, por alguna razón, no puedo. Así que cierro los ojos , me dejo llevar por la situación, y digo:

-Aquí te dejo los trozos de mi corazón. Adiós Levi. No veremos pronto.

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⏰ Última actualización: Feb 11, 2018 ⏰

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