She was the one (Tristan Evans)

Capítulo 1

Me desperté de golpe, estaba sudando. Llevaba un tiempo así, no dormía bien y siempre despertaba de esa forma, asustada y con una sensación de vacío insoportable.

Me senté en la cama apoyando mi espalda en la pared, flexionando las rodillas y rodeando mis brazos en ellas.

¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué razón me sentía de esta manera?

Mi mente daba vueltas intentando encontrar alguna explicación mientras no paraba de llorar desconsoladamente. Me sentía impotente. ¿Dónde estaba la Nina de siempre? ¿La que se mantenía fuerte incluso en los momentos más difíciles, la que reía por todo y regalaba sonrisas a todo el mundo?

Delante de mis amigos actuaba como si nada me pasara, porque realmente cuando estaba con ellos me olvidaba del mundo entero y volvía a ser yo, la de antes. Aunque muchas veces ellos se daban cuenta de que algo iba mal y me preguntaban qué me pasaba y siempre recibían evasivas de mi parte.

Me estaba hundiendo en la rutina en la que se había convertido mi vida. Los días pasaban iguales, las mismas sensaciones, las mismas preguntas, todo. Quería salir de todo aquello, pero no sabía cómo.

Relajarme, eso era lo que necesitaba, así que decidí darme un baño antes de ir a clase. Las gotas se deslizaban por todo mi cuerpo mientras yo recordaba todos los momentos que me llevaron a estar en esta situación. Pero aún así no sabía qué era lo que me tenía con esa sensación de vacío. ¿Todo lo que me había pasado y esto era el resultado o había algo más?

Decidí no pensar en ello y salí de la ducha, cogiendo dos toallas. Envolviendo una en mi larga melena negra y cubriendo mi cuerpo con la otra. Deslicé mi mano por el espejo empañado por el vapor del agua caliente, contemplándome unos segundos. Esas bolsas debajo de los ojos, no recordaba cuándo habían aparecido. Suspiré, dejando escapar el aire que estaba conteniendo, ya no me reconocía.

Supongo que todo pasa por algo.

Salí del baño dirigiéndome hacia el armario para escoger la ropa que me pondría. Unos simples shorts con una camiseta blanca combinándolo todo con unas zapatillas del mismo color. El gran reto sería a la hora de maquillarme, como sea tenía que ocultar las grandes ojeras que envolvían mis ojos, en verdad, toda yo era un espanto. No tenía ganas de absolutamente nada.

Al bajar las escaleras para ir a desayunar casi me estampo contra el suelo si no hubiera sido porque me dio tiempo de agarrarme a la baranda. Eso me pasa por estar distraída y arrastrar los pies como si de una zombie se tratara. Como siempre mi madre no estaba, pero sí el bocadillo de jamón y la taza de té preparada, tan sólo faltaba hervir el agua. Mi madre era así, todo listo y apunto antes de irse a trabajar. Creo que era una forma de pedir disculpas por encontrarse la mayoría del tiempo ausente en casa. La verdad, yo no me quejo, es mejor así. Mamá tiene una mano mágica para la cocina, ella adora hacer platos nuevos y fundirse detrás de los fogones, pero a lo que respecta a los demás quehaceres de la casa es un cero a la izquierda, menos mal que tenemos a Rosario. Ella es nuestra empleada desde que tengo memoria, siempre ha estado con nosotras, ya es parte de la familia.

Al terminar, cogí las llaves que estaban en la mesita de la entrada y fui directa a mi coche, un mini Cooper verde oliva. Había sido un regalo de papá al cumplir los 16, creo que también fue un intento de amortiguar un poco el golpe de la separación de mis padres y la pronta huída de éste rumbo a Italia.

Tenía clase de Historia a primera hora. Una buena forma de acabar la semana. Mi tono sarcástico siempre tiene que estar presente.

Sólo faltan cuatro meses para acabar mi último año de instituto. Tan sólo cinco para cumplir 18 años, si me permiten decir, una tortura viéndote a tan sólo metros de la puerta hacia la total libertad.