2. Rocío.

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Cierro la puerta de un portazo, pero aún así noto como su mirada se clava en mi trasero. Me doy la vuelta bruscamente y le fulmino con la mirada. Por su parte, lo único que hace es ponerme morritos y abrir mucho los ojos. Me recuerda a una paloma; es tan sucia y marrana como ellas.

-Se va a enterar esta pinche maldita como me la vuelva a topar -pienso, bajando las escaleras.

Oh, vaya. Olvidaba que esto es una estúpida novela en la que debo presentarme: Me llamo Rocío. Rocío Banana. Soy una de las alumnas más temidas por el instituto, y eso me gusta. Algunos me dicen que soy algo parecida a un mujeriego. ¿Siendo sinceros? Me da igual. Hace dos años, hubo tanta gente que quiso probarme en una noche de sexo que pude bañarme en billetes el resto del año. Les vuelvo locos. A todos. Y eso me gusta.

Como cada año, veo todos los carteles de una niñata imbecil colgados a mi lado, intentando competir. Quieren ser las reinas del instituto. Pendejas, me lamen el gloss.

-¿Qué haces aquí, Rocío? -esta vez, la que me habla es la bibliotecaria. A pesar de su edad sé que le pongo perra. En mi primer año de instituto descubrí que había hecho un edit de mí desnuda en la playa.

-Y a ti que coño te importa, trozo de mierda.

-Rocío, ese vocabulario...

-Que me da igual.

Le propino una patada en la espinilla y le robo las llaves. Salgo corriendo antes de que ella pueda levantarse por el suelo. Noto como mis tetas botan al ritmo de mis zancadas. Me encanta no llevar sujetador. Oh, yeah.

La sala de castigados ya me resulta familiar. En realidad, no sé por qué he robado las llaves. Derribo la puerta de una patada (la tercera en todo el día, me encanta dar patadas) y entro. Enciendo la computadora nada más entrar y chequeo mi canal favorito: unas chavas que bailan una canción hortera bajo el sol, sudando como un pollo asado.

-Imbéciles -me relamo los labios-. Oye, tú. La sudorosa. Ojalá estuvieras aquí para comerme el coño.

No sé exactamente cuando empecé a interesarme por el sexo. Supongo que fue a raíz de un accidente que tuve a los cinco años: me había metido un lapiz en la vagina. En ese punto descubrí el dolor que proporcionaban los lapices, pero el placer que proporcionaban los dedos, y las pollas, y los vibradores, y las lenguas.

Las lenguas. Mi profesora de lengua.

Aparece de repente.

-Rocío, ¿verdad? -se sienta al otro lado de la mesa. Me mira a través de sus gafas azules, y al momento, tengo ganas de darle una patada en la cara-. La gente me ha hablado sobre...

Le pego. Cae al suelo y empieza a sangrar.

-Pringada -empiezo a carcajear.

-Pero Rocío, por favor...

-¡Este es mi puto barrio, zorra! ¿Te crees que no me he fijado en tu aura bollera, soplavelas? A mí nadie me quita el puesto.

Christina se retorció en el suelo como una oruga. Me fijé en su flequillo, ahora sudado y alborotado; la verdad es que tenía un aspecto un tanto salvaje. 

Era curioso, mi profesora tenía un aura dulce y sumisa pero en ocasiones como esta, era capaz de ver más allá de esa fachada de frágil. No pude evitar que el flujo de mis pensamientos fluyese hacia una fantasía sexual: Christina haciéndome el amor hasta el desmayo. Sus dedos regordetes frotando mi suave, mojada y particularmente sensitiva entrepierna.

Rápidamente volví a la realidad, ¿Qué demonios estaba fantaseando? ¡¡YO SIEMPRE SOY LA DE ARRIBA, SIN EXCEPCIONES!!  

Frustrada, volví a propinarle una patada, esta vez en el estómago. Era su culpa por provocarme, sucia perra. Quizás si no llevara tanto escote no me había puesto tan cachonda. Demonios, si tuviera un pene le pegaría un buen pollazo en toda la cara.



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⏰ Última actualización: Jan 18, 2018 ⏰

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Enamorada de mi profesora (ENAMORADA DE MI... #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora