Único

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La oscuridad le encerraba, poniéndolo paranoico. Cada vez que giraba el rostro sentía que algo horrible le esperaría en lo poco que iluminaba su linterna, provocándole fuertes ganas de salir huyendo. Ahh pero huir no estaba permitido, debía defender su hombría, su orgullo de macho, su masculinidad (la cual se veía opacada con su ropa de brillos que tanto le gustaba usar).

¿Cómo había terminado dentro de un hospital abandonado el día de su cumpleaños con una linterna como única compañía? Todo se limitaba a la existencia de sus hermanos.

- Demuéstranos que eres el mayor, Mierdamatsu, apuesto que si entraras al hospital embrujado de la otra calle saldrías en cinco minutos con los pantalones orinados - Ichimatsu se había preocupado de usar correctamente cada palabras para hacerle caer.

Y ahí estaba, alumbrando un cartel donde se leía "Maternidad" en una letra imprenta casi borrada ¿Aquí no es donde están los bebés? Imágenes de pequeños infantes llorando en las esquinas con sonrisas macabras le hizo tragar saliva exageradamente.

Si seguía así en verdad se orinaría.

Sus pasos retumbaban, tenían un eco que le hacían quedarse quieto, esperando oír otros pasos. Las paredes blancas manchadas parecían esconder rostros desfigurados. Plop. Plip. Plop... ¿Acaso ese sonido era una gotera? Un rayo y el acompasado sonido de la lluvia le confirmaron que ahora el ambiente tenebroso estaba completo.

En la oscuridad golpeó su rodilla contra algo metálico, cayendo al suelo de cara. El dolor en la nariz le paralizó, haciéndole llorar involuntariamente, llevándose ambas manos a esta mientras la linterna rodaba lejos de su alcance. Se quejó entre palabrotas rebuscadas, pataleando y enredándose con algo que no lograba aun reconocer, mientras más movía los pies más parecía que una serpiente le rodeaba los tobillos. Para rematar, una gota de sangre le escurría de la nariz. Podía sentir el líquido pegajoso en sus manos, cayendo al suelo en pequeñas gotas para nada preocupantes pero era sangre al fin y al cabo.

Aun lloriqueando intentó con sus manos quitarse eso que le impedía ponerse de pie y recuperar algo de su dignidad.

- ¿Qué demonios...? - era delgado y muy largo, como de plástico. Lo quitó con facilidad, acercándoselo al rostro para reconocer que era. Tubos y tubos intravenosos, de los que se usaban para administrar remedios, sueros... - o extracción de sangre... - estaba conectado a una bolsa vacía y una especie de perchero, la causa de su caída.

Lanzó todo produciendo un ruido agudo contra el suelo. Poco le importó. Llegó de rodillas a la linterna que aun funcionaba perfectamente a pesar del golpe, solo se había trizado el foco pero no era nada. Agradeció desde Dios hasta Buda sonriendo por primera vez en un buen rato.

- Que linda sonrisa~

Un aliento gélido en su nuca, dos brazos pálidos y congelados rodeando su cuello con manos que en vez de uñas tenían garras, el peso de un cuerpo humano delgado en su espalda. No podía moverse, no podía chillar ni respirar, solo sus pupilas obedecían a su cerebro, mirando el suelo. Cabello negro en cantidades asquerosas rodeándolo, moviéndose como si cada pelo tuviera vida propia, acercándose a sus rodillas y enredándose en su cuerpo. Un pitido en el oído, el sudor frio recorriéndole la espina y ese aroma a flores muertas, a putrefacción. Era olor a muerte.

- Hace mucho que no tenía compañía - una de las manos sujetaba algo plateado, un filoso bisturí que acaricio su mejilla haciendo un corte inmediato- alguien vivo, un nuevo paciente para mi colección.

El cabello negro era como una soga que lo mantenía cautivo, estas con fuerza le obligaron a girarse directo al rostro a su captora. Era muy delgada, la piel claramente muerta parecía hecha de papel, pegada a los huesos. Usaba un traje corto hasta los muslos, sucio y roído de enfermera, mientras que el cabello liso caía en cortinas dejando a la vista un solo ojo sin brillo, inyectado en sangre y de grandes ojeras moradas. Su rostro delicado se mantenía ladeado, sonriendo de una forma tirante, como si no pudiera cambiar la expresión.

Gateó hasta estar ambos casi chocando las narices, casi sobre él, olfateándolo. Aun no podía recuperar su movilidad del cuerpo, se dedicó a mirarle, no sabiendo si la encontraba atractiva o tenebrosa desde cerca.

- Quiero oír tu voz -le susurró y supo entonces que podía volver a hablar.

- ¿Q-Q-Qué eres? -preguntó entre lamentables tartamudeos.

- ¿No es obvio? -rio agudo.

Abrió su boca mostrando filosos dientes de bestia acercándose peligrosamente a su hombro. El instinto le llevó a sujetar el rostro de su atacante sintiendo la mordida en su mano. Era una sensación terrible, cada diente enterrándose en su piel, sentir que esta era débil en medio de las fauces ajenas, blanda. Creía que vomitaría por el dolor y el asco, viendo la carne abierta de su palma y la sangre manchándole el antebrazo y el rostro de su depredador.

- ¡No te resistas! -escuchó en su mente con la voz agresiva de quien ahora le sujetaba el hombro con una mano, usando una fuerza inhumana, mientras que alzaba su otra mano armada con el bisturí.

La adrenalina le ayudó a detener la mano con el arma blanca, sintiendo una corriente eléctrica. Todo se detuvo. El ojo visible de ese ser se abrió a su máxima capacidad mirando el vació, dejó de ejercer presión en su cuerpo...

En su cabeza aparecieron imágenes al igual que el flash de una cámara. Recuerdos de una vida y una trágica muerte atada a ese objeto en manos de esa alma en pena. Se llamaba Osomatsu, tenía una carismática sonrisa, había trabajado hace mucho en esos pasillos, los mismos que le vieron morir a manos de un hombre que jamás conocería ni recibiría castigo por su crimen.

Una gotas le cayeron en el rostro. Se descubrió en el suelo con el rostro de la enfermera sobre él, ambos ojos descubiertos lloraban una mezcla de agua, sal y sangre. Tétrico y conmovedor. Hermoso y sin vida.

- Me da miedo la soledad, duele, duele... ¡no me mates! -decía entre hipidos, quizás en medio de una confusión por lo que ambos habían visto al tocar el bisturí juntos.

- Yo estoy aquí... no llores, Osomatsu -le susurró acariciando su mejilla. Tenía una textura rara y fría, pero no le importó ni siquiera exponer su mano herida a ese tacto. El rojo de su sangre se veía tan bien en su rostro, como si fuera un sonrojo.

Los ojos parecieron brillar con sus palabras, sintiendo como le abrazaba con todo el cuerpo, correspondiéndole de la misma forma sin siquiera procesar que abrazaba a un muerto.

- Hey Karamatsu..

- ¿Hmm?

- ¿Quieres ser lo mismo que yo?

Ups.

Osomatsu no esperó una respuesta.

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A mi esto no me da miedo, de hecho me da risa skdmsmla pienso leerlo de noche con voz a lo Vincent Price a ver si me asusto sola.




Sin Permiso -ChoukeiMatsu- Donde viven las historias. Descúbrelo ahora