una historia

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Tenochtitlan, año nueve conejo (1501)

Cuatro mensajeros veloces entraron presurosos a los aposentos del poderoso Ahuizotl. Tres de ellos cargaban sobre sus hombros sendos paquetes cilíndricos hechos de palma, salvo el cuarto, que no parecía traer ninguna preciada entrega consigo.

Uno a uno fueron recibidos por la mano derecha del gobernante; el Ciuhcoatl o “mujer serpiente”, quien fungía como segundo al mando de la máxima autoridad mexica.

El primero llevaba con él una cesta llena de pescados de piel plateada traídos directamente desde Tollocan. El funcionario se relamió los bigotes y luego le entregó un puñado de semillas de cacao en pago por su servicio. El mensajero las rechazó educadamente en el primer ofrecimiento, pero en el segundo las tomó y asintió levemente con la cabeza antes de salir de la residencia.

El segundo mensajero veloz portaba en su envoltorio un atado de piel de venado, el cual serviría para escribir nuevos decretos con palabra pintada. Este recibió su pago sin hacer ademan algo de no querer admitirlo.

El tercer correo ostentaba la cesta de palma más grande todos. Al abrirla, un frescor de proporciones épicas inundó la espaciosa habitación; se trataba de nieve, recolectada hace apenas unas horas del mismísimo Popocatépetl. El traslado de tan valioso bien había sucedido tan rápido que la nieve permanecía casi intacta, razón por la cual, el mensajero fue conducido a la casa de vapor más cercana, donde aparte de recibir su paga, podría descansar y relajarse sin tener que pensar en volver a realizar una entrega durante al menos unos días.

Cuando el cuarto emisario veloz se acercó al “mujer serpiente” y este vio que no traía nada en las manos ni en la espalda, le dejó ver de inmediato una mueca de desaprobación. Por la mente del funcionario pasaron mil y un cosas, todas ellas sumamente negativas, y no solo sobre el mensajero, sino también sobre su inocente madre…

Sin embargo, cuando el corredor le dijo cuál era la naturaleza de su entrega, su expresión cambió de forma radical, y lo hizo pasar sin demora hasta la sala de consejo donde se hallaba el Huey Tlatoani Ahuizotl.

Una vez allí, el mensajero se quedó sin habla al mirar el interior del lugar: paredes blanqueadas y adornadas con hermosas pinturas de las conquistas del Tlatoani adornaban el recinto. La luz del sol entraba directamente a la sala cortesía de una serie de ventanas magníficamente bien ubicadas. Incluso había algunas aves exóticas venidas de tierras lejanas posadas en perchas hermosamente labradas. Extasiado por tanta belleza, el hombre del correo nunca notó que el tlatoani lo miraba con fijeza; era obvio que aguardaba de forma impacientemente la entrega de la tan misteriosa “carga”.

Fue así como tras un carraspeo forzado del gobernante, el emisario volvió a la realidad; hizo el gesto de besar la tierra, luego se hincó y dio inicio a un interesante y conciso discurso:

“Dirigido al Venerado Orador Ahuizotl, líder legitimo del Único Mundo:

Mi muy respetado señor, siendo el mes Cuetzpallin del año Nueve Tochtli, es mi deber comunicarle que algo muy extraño ha sucedido en la costa del gran Estanque Cálido vigilado por nuestros súbditos totonacatl: una curiosa canoa sin navegante ha encallado en la playa. Nunca en la vida hemos visto una construcción como esa; no es un árbol ahuecado como el que solemos usar para construir nuestras barcas, sino que se trata de una especie de plancha con un fondo falso que le proporciona mejor flotabilidad (además de un muy extraño pero útil sistema de almacenaje).

Puede aprovechar la fuerza del viento Ehecatl para cobrar mayor velocidad, pues cargado al frente ostenta un complejo sistema de pilares y cuerdas que sujetan una especie de manta enorme, la cual se “infla” cuando es golpeada por el aire.

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