La Madre de mi hijo

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El día había estado un poco agitado; así que cuando su espalda tocó el respaldo de la silla giratoria suspiró, se llevó una mano a la frente, haciéndose el flequillo que ya estaba demasiado largo para ser uno, aun lado, su cabello pelirrojo estaba sujeto en una trenza un poco floja, llevaba días con una extraña migraña que no la dejaba en paz.

Su vista fue hasta la puerta cuando después de tres reglamentarios toques se abrió, su secretaria se asomó con una mueca de disculpa en el rostro.

—Ha llegado una mujer que pide que revises a su hijo, que ha estado vomitando y cree que tiene un poco de temperatura.

—Hazla pasar –sonrió poniéndose de pie para ir por sus cosas para revisar al niño.

—Pero... creí que te habían regañado por atender a las personas sin cita.

—Soy pediatra –sonrió divertida –y no voy a decirle que debería colocar en la agenda los días que piensa enfermarse.

—La haré pasar, Doctora Potter –sonrió la chica y salió.

Lily suspiró; hacía tan sólo cinco años que había salido de Hogwarts, y necia a resistirse a dedicarse a salvar las vidas de magos, decidió buscar ayuda de su tía Hermione, la actual Ministra de Magia, para que llegara a un acuerdo con la actual Ministra Muggle y le permitieran ejercer su profesión en el mundo muggles, había elegido la pediatría porque siempre había soñado con tener tantos hijos como su abuela, pero a sus veintidós años, creía que más bien moriría sola, y sin hijos.

—Buenas tardes, Doctora Potter –habló una mujer a sus espaldas, no necesitó verla para notar la angustia en su voz; y esos insensatos le pedían que no atendiera a mujeres con niños enfermos.

—Buenas tardes –sonrió y se giró para ver al niño de dos años envuelto en mantas.

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Lily Luna Potter avanzó hasta la cafetera sin prestar mucha atención a su entorno de trabajo, hacía unos días estaba demasiado inquieta y ni siquiera sabía por qué, bueno, en realidad lo sabía; el hombre del que había estado enamorada desde que tenía 12 años, había confesado públicamente que estaba deseando convertirse en padre; pero claro que fue una conmoción, Edward Lupin a treinta y dos años de edad; era soltero.

¿Cómo iba a tener un hijo si no tenía una maldita novia? Ni siquiera una aventura, bueno, al menos eso creía ella, pero se veía tan serio y tan correcto.

Pero el correcto y adorable Lupin ya tenía en mente a quién quería para la madre de su primogénito y único hijo, a ella.

Se giró incómoda para ver los azulejos del lugar, su estómago no dejaba de revolotear desde hacía ocho meses que lo había compartido con ella de forma íntima, pero también era que él no quería el modo tradicional para procrear bebés, el hecho de que no hubiese querido tocarla desde el inicio había funcionado para que ella "no pudiera rechazarlo después de que le dijera que no estaba interesada en él de forma amorosa".

Para su fortuna o desgracia; ninguno de los intentos para la fecundación había funcionado, así que decepcionado había abandonado toda esperanza de ser padre, y ella... a Lily le había quedado claro que no sería madre jamás.

—Vaya, parece que algo te digirió –bromeó Rose sentándose en una de las sillas frente a su escritorio.

—Casi es así –bufó –me siento realmente mal, no lo sé.

—Dime ¿estás en tus días? –sonrió.

—Deja eso, no es gracioso –gruñó –son todas las malditas hormonas que tengo encima.

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