CAPÍTULO 1. Park Jimin.

109 2 2
                                    

Barabúm, barabúm, bum bum bum. Barabúm, barabúm bum bum. Burum, burum, burum, buuuurum, rum, rum, rum.

Bien. Su padre había puesto en marcha el motor de la camioneta. Ahora ya se podía levantar. Jimin se deslizó fuera de la cama y se puso sus vaqueros. Ni siquiera se pondría camisa porque una vez que empezara a correr sudaría a chorros aunque el aire de la mañana fuera fresco, ni tampoco zapatos porque las plantas de sus pies eran tan duras como la suelas de sus desgastadas playeras.

—¿Te vas, Jimin? —Taehyung lo miraba con sus ojos grandes y marrones. Su madre se incorporó soñolienta en la cama doble donde dormían Taehyung y ella.

—Shhh —. Le advirtió.

Las paredes eran delgadas. Mamá se pondría tan furiosa si la despertaban temprano. Le dio unas palmaditas a Taehyung en la cabeza y subió las arrugadas sábanas hasta su pequeña barbilla.

—Sólo hasta el prado de las vacas —. Susurró.

Taehyung sonrió y se acurrucó bajo las sábanas.

—¿Para correr?

—A lo mejor.

Por supuesto que iba a correr. Se levantaba temprano todos los días del verano para ir a correr. Imaginaba que si se entrenaba bien —y caramba, cómo lo hacía— podría llegar a ser el corredor más rápido de la escuela cuando empezara el curso. Tenía que ser el más rápido —no uno de los más rápidos, ni el segundo más rápido, sino el más rápido—. El mejor.

Salió de casa de puntillas. Estaba tan destartalada que chirriaba cada vez que se daba un paso, pero Jimin había descubierto que si caminaba de puntillas sólo se oía un débil crujido y normalmente podía salir sin despertar a mamá, papá o Jin. Con Taehyung la cosa era distinta. Iba a cumplir once años y lo adoraba, lo que a veces estaba muy bien. Es bonito que alguien te adore. Aunque en ocasiones es incómodo.

Comenzó a trotar cruzando el patio. Su aliento salía a bocanadas y hacía frío para ser el mes de agosto. Pero aún era temprano. Al mediodía, cuando su madre le mandara a trabajar, ya haría más calor. Miss Bessie le miró soñolienta mientras trepaba por un montón de chatarra, sobre la empalizada, y se metía en el prado de las vacas.

«Muuuuu», dijo, mirándole exactamente igual que otro Taehyung, con sus grandes, lánguidos ojos castaños.

—Ea, miss Bessie —. Dijo suavemente—, vuélvete a dormir.

Miss Bessie se fue caminando lentamente hasta un trozo verduzco —la mayor parte del campo era pardo y seco— y tomó un bocado.

Siempre comenzaba en el extremo noroeste del prado, agachado como los corredores que veía en «El ancho mundo del deporte».

—¡Bang! —Dijo, y salió disparado a dar vueltas al prado.

Sus cabellos de color marrón le golpeaban la frente, y los brazos y las piernas se movían cada cual a su aire.

La escuela preparatoria de Busan carecía de todo, especialmente de equipamiento para atletismo, así que los chicos mayores se adueñaban siempre del centro del campo de arriba para jugar al baloncesto, mientras que las chicas exigían la pequeña superficie superior para andar por allí parloteando. De ese modo, los chicos de otros cursos  habían empezado con lo de correr. Se ponían en fila en la parte más alejada del campo de abajo, donde había barro o profundos surcos costrosos. Jung Hoseok, que no valía nada como corredor pero que chillaba muy bien, gritaba «¡Bang!» y todos corrían hasta una línea que habían trazado con los pies en el otro extremo.

Una vez, el año pasado, Jimin había ganado. No sólo la primera eliminatoria sino toda la carrera. Una vez únicamente. Pero había saboreado el gustillo de la victoria. Desde el inicio de clases le llamaban «ese tipo chiflado que se pasa el día dibujando». Pero un día —fue el 22 de abril, un lunes en que lloviznaba— corrió pasándolos a todos, los agujeros de sus playeras chapoteando en el barro rojo.

Bridge to Terabithia © Jikook Donde viven las historias. Descúbrelo ahora