A las siete, Jin todavía no había vuelto. Jimin terminó de ordeñar y ayudó a su madre a enlatar las judías.
Sólo enlataba cuando hacía un calor sofocante, y la cocción convirtió la cocina en un infierno. Por supuesto que estaba de un humor terrible y le estuvo dando gritos a Jimin toda la tarde y ahora se sentía demasiado cansada para hacer la cena.
Jimin preparó unos bocadillos de manteca de cacahuete para él y Taehyung y como la cocina seguía estando caliente y el olor a judías era casi nauseabundo, los dos salieron afuera para comer.
El camión de las mudanzas seguía en lo de los Wang. No se veía a nadie por allí; seguramente habían terminado la mudanza.
—Espero que haya un niño de nueve o diez años —Dijo Taehyung—, necesito alguien con quien jugar.
—Tienes a Minho.
—Minho ya no sale a jugar conmigo como antes —. Suspiró.
Jimin cerró suavemente tras de sí la puerta de alambre y pasó sin hacer ruido junto a su madre, que se mecía en la silla de la cocina mirando la tele. En la habitación que compartía con Jin rebuscó bajo el colchón y sacó un cuaderno de dibujo y unos lápices. Después se echó boca abajo en la cama y se puso a dibujar.
La paz llegaba a su confuso cerebro y pasaba a través de su cuerpo tenso y cansado. Cielos, cómo le gustaba dibujar. Sobre todo animales. No animales corrientes como Miss Bessie, o gallinas, sino animales chiflados, con problemas; por alguna secreta razón le gustaba meter a sus bestezuelas en apuros imposibles. Ahora se trataba de un hipopótamo que caía dando vueltas —representadas por una serie de líneas curvas— por un acantilado hacia el mar, donde saltaban unos sorprendidos peces de grandes ojos. Un globo pendía sobre el hipopótamo —donde debía estar su cabeza pero estaba su trasero—. «¡Oh!», se dijo, «me parece que he olvidado las gafas.»
Jimin comenzó a sonreír. Si se decidía a enseñárselo a Taehyung tendría que explicarle el chiste, pero una vez hecho, se reiría como un loco.
Le habría gustado enseñar los dibujos a sus padres, pero no se atrevía. Una vez, le dijo a su padre que de mayor quería ser artista. Pensó que le gustaría. Pero no fue así. «¿Qué le estarán enseñando en esa maldita escuela?», preguntó. «Una pandilla de viejas convirtiendo a mi hijo en un...» Se detuvo antes de pronunciar la palabra, pero Jimin entendió el mensaje. No lo había olvidado, ni siquiera después de cinco años.
Lo malo es que a ninguno de sus profesores normales le gustaban sus dibujos. Cuando le pillaban haciendo garabatos siempre ponían el grito en el cielo hablando de desperdicio, desperdició de tiempo, de papel, de talento. Salvo a su profesor de música, Lim Sejun. A él era al único al que le agradaba enseñarle sus dibujos; llevaba un año en la preparatoria y venía sólo los viernes.
El profesor Lim era uno de sus secretos. Estaba enamorado de él. No una de esas bobadas que provocaban las risitas de Jin hablando por teléfono. Era demasiado real y demasiado profundo para hablar de ello, ni siquiera para pensarlo mucho. Tenía el cabello de un color marrón oscuro y unos lindos hoyuelos más profundos que el océano pacífico.
Tocaba la guitarra como una de esas estrellas que graban discos y tenía una voz tan suave que hacía que Jimin se derritiera por dentro. Cielos, era maravilloso.
Un día del pasado invierno le había regalado uno de sus dibujos. Se lo puso en la mano al terminar la clase y salió huyendo. Al viernes siguiente él le pidió que se quedara un minuto después de la clase. Le dijo que tenía "un talento fuera de lo corriente". Eso quería decir, según Jimin, que era el mejor. Pero no la clase de mejor que contaba en la preparatoria o en casa, sino auténtico, de verdad.
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Bridge to Terabithia © Jikook
FantasyAdaptación de la novela Bridge to Terabithia. © Park Jimin, un chico que se siente extraño tanto en la preparatoria como en su propia casa, se ha entrenado durante todo el verano para correr una carrera; pero llega Jeon Jungkook y le gana. A pesar...