No sentía.

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No veía, no sentía,

no quería.

Permanecía, tan solo permanecía

en la bruma de los problemas.

Me ahogaba en las lágrimas,

me dejaba derrumbar y caer

cada vez más profundo.

No veía, no sentía,

no quería.

Lloraba en los rincones oscuros,

de las habitaciones simples,

de casas frías y abandonadas de cariño,

sin querer.

Yacía, en aquellos pisos sucios y gélidos,

que lograron enfriar así,

mi alma a la vez.

Ya nadie me veía, nadie me sentía,

nadie me quería.

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