UNA PUESTA DE SOL DESLUMBRANTE PARA UN DÍA MUY ESPECIAL

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Hay pocos lugares más apropiados que lo alto de las escalinatas ele la Universidad Santa María para apreciar una puesta de sol impresionante.

P8ra Gioconda, la emoción de sentir hecha realidad su llegada a la Universidad se sumó al impacto de la pintura que se coloreaba frente él sus ojos, con los reflejos del sol tras el mar en una bóveda de colores alucinantes.

Parecía un sueño que su vida universitaria fuera a realizarse en Valparaíso, tan cerca de Santiago, al lado de Viüa del Mar y sobre un cerro donde la Universidad Técnica Federico Santa María p3rece un castillo del Medievo, transportado desde alguna ciudadela de vieja traclición europea.

Las emociones de esta tarde, bajando pausadamente los peldaños de ¡jieclra, mientras el sol pincelaba sus caprichosos clestellos con matices de fuego, en el blanco y azul de nubes y cielo, volvería a revivirJas con emoción meses más tarde, en la cama de un hospital al recordar aquel día, el primero en su carrera de Ingeniería Informática, tan sólo una semana después de descender del bus que la trajera desde Iquique.

Con sólo una maleta y un bolso de manos había llegado a casa de unos amigos muy queridos de sus padres, que la acogieron, hasta que ellos mismos le pudieron conseguir que la aceptaran en una pensión universitaria del cerro Alegre

A Gioconda le bastó un dormitorio individual en esa vieja casa, que un inglés contratado por una empresa marítima había construido en el siglo pasado y que aún conserva, con esfuerzo, la línea señorial de una época esplendorosa.

Gioconda no alcanzó a sentirse sola por mucho tiempo gracias al afecto que encontró en doña Luisa, dueña de la pensión, quien había decidido dedicar sus días a la atención de universitarios, más que por una renta, como una forma de compartir su vida en esa enorme casona, acompañándose de estos jóvenes, en quienes veía a sus propios hijos, ya fuera del hogar.

-Tienes suerte, hija, que la senara Luisa haya tenido un cupo para ti. Pasó dos anos sola con su hija Victoria, la única soltera, desde que sus otros cinco hijos se casaron e hicieron sus propias casas. Ahora se da el lujo de degir a sus pensionistas -le dijo la tía Antonia, al confirmarle que la recibirían.

En su primer día universitario, Gioconda bajó, junto :1 los hermanos Cárdenas, una llluchacha de apariencia quinceañera y el único varón de la pensión, por el Paseo Yugoslavo y el Pasaje Apolo hasta el plan de Valparaíso. Con ellos tomó el bus que la llevó hasta su castillo, como decidi6 llamar al edificio de su universidad.

Su primera clase fue a las ocho de la mañana y la segunda terminó a las doce, de modo que tuvo tiempo para conocer los jardines y la piscina, recorrer las callejuelas pavimentadas que se entremeten entre árboles y Ios muros, conocer la biblioteca y el solemne salón de actos o aula magna, antes de reiniciar sus actividades programas para las dos de la tarde. Fue en esta clase cuando un grupo de unos doce jóvenes llegaron a apostarse fuera de las ventanas, sin pronunciar palabra, pero manifestando notoriamente su presencia.

El profesor los vio, suspendió su charla, ordenó sus apumes y caminó hacia la puerta, despidiéndose impersonalmente antes de llegar a la salida, la que de inmediato fue bloqueada por tres macizos muchachos, quienes sólo permitieron la entrada de los demás intrusos.

-Nos van a mechonear -confidenció Margarita, la joven que se encontraba sentada al lado de Gioconda.

El mechoneo no le era desconocido. Sus comp~lñeras de la pensión le habían informado y advertido cómo era la recepción de los mechones o nuevos alumnos: con bromas, burlas y hasta cnteles vejámenes.

-En la Santa María son halto considerados. Vieras tú en la Católica, ahí no se salva nadie. El año pasado a los hombres los mojaron con orina y a las mujeres las pasearon por la calle con el pelo pintado. Mejor no te cuento más.

Las advertencias sirvieron para que Gioconda decidiese ir todos los días a su castillo con jeans y la palera que le quedaba grande y ya no le gustaba, hasta después que la mechonearan.

La remota posibilidad de que este ailo no hubiese mechoneo ya no era posible. El grupo que venía con este propósito, inferior en número a sus víctimas, ya estaba operando con risotadas y órdenes a grandes voces.

La falta de toda defensa, por ausencia de reacción, fue la respuesta unánime con que los mechones se dejaron rapar sus cabezas con tijeras y máquinas de rasurar. Los pocos que intentaron una débil resistencia fueron sometidos fácilmente y terminaron además con obscenos trazos de pinturas en sus caras.

Las cinco muchachas, de los dieciocho alumnos del curso, fueron llevadas hasta un rincón, con una persuasión deferente, pero firmemente decidida. Allí se les hizo pasar de a una para pintar sus rostros. Las risas histéricas se alternaban con las disculpas y galanterías de sus captores.

-¡Si yo fuera el plumón con que te estoy pintando

-acuérdate que yo te quise salvar ele estos desalmados

-dame el número de tu teléfono y consigo que te suelten.

Cuando todos los rostros estuvieron pintados, llevaron al grupo hasta la piscina, donde ya había un gran número de jóvenes semi-sumergidos en el agua, sin poder incarse a las orillas, donde sus guardianes se imponían, con risas y gritos de burla

La mayor algarabía era causada por las muchachas que incorporaban escapar dejando visibles sus senos pegados a las blusas empapadas.

Entre una nueva y ruidosa gritería, carreras, empujones y fugas frustradas, Gioconda y sus compañeras cayeron a la piscina, donde debieron permanecer hasta que el sol comenzó a descender.

Gioconda estaba anímicamente preparada para no ser abatida por la rabia y la impotencia, ele modo que más bien decidió divertirse y gran parte del tiempo transcurrido lo ocupó en reír, jugar en el agua y nadar ele un lado a otro, confiada en que su vieja y amplia palera dejarla poco que ver.

Su inquietud comenzó al salir liberada de la piscina cuando, con sus ropas estilando chorros de agua, se dirigió a la sala de clases a buscar su bolso de manos donde tenía sus documentos y dinero para poder regresar a casa.

El bolso se encontraba intacto, Salió de la sala y se dirigió hacia las escalinatas de piedra. En el trayecto se cruzó con un estudiante de cursos superiores, quien se acercó casualmente a ella hasta poder decirle:

-Si te quieres cambiar de ropa, anda al gimnasio 

-(Gioconda lo miró con incrédula ansiedad).....¿dónde queda?

-Ven. Yo te acompaño.

Se encaminaron juntos y tras un trecho el joven le preguntó:

-¿De dónde eres?

-De Iquique.

-¿Sabes?.. nadas como un pez.

-Me gusta nadar.

El diálogo continuó como si se hubiesen conocido en una fiesta. Llegaron al gimnasio y Héctor le confidenció cómo conseguir un buzo. La joven salió vestida de azul con las letras U.S.M. en la espalda y un rollo de ropa mojada en las manos; el muchacho se limitó a despedirse y ella, a darle las gracias. 

Gioconda llegó hasta las escalinatas que enfrentan el mar en el momento en que el sol creaba su alarde de colores.


DONDE VUELAN LOS CÓNDORES (libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora