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Aún lo recuerdo ¿sabes?, esa estúpida sensación de estar volando, de cruzar las nubes a tu lado y reír hasta que la panza me doliera. De correr como locos entre la hierba húmeda y zigzaguear entre las hileras de flores, esas que tanto te gustaban.

Era irremediablemente feliz.

Recuerdo perfectamente el día que te conocí. Era un lunes, tu odiabas los lunes, tal vez por ello te me lanzaste como un animal furioso, sin pensar y lleno de una cólera para nada tuya. Me rasguñaste la cara y tuvieron que medicarte. De haber sabido que aceptar ese trabajo me haría conocerte, hubiese dicho que a los constantes ruegos de mi madre.

Te miraba a diario ¿tú también lo hacías?, seguro que . Tu mirada vaga, los hombros caídos, y esa sonrisa que nunca se quitaba, era todo lo contrario a la primera visión que tuve de ti. Qué recuerdos. Incluso ahora, rodeado de una soledad y silencio casi cegadoras, oigo con claridad las sonoras carcajadas que brotaban de tu boca cada que yo hacía esos malos chistes que te contaba, eran pésimos pero siempre te reías de ellos. Seguro notabas que estaba tan cansado de la vida, igual que .

Luego supe que sufrías de bipolaridad. Era de esperarse, pues trabajaba como psicólogo clínico de apoyo en el hospital, ese en el que estabas internado. Era terrible para ver como te alejabas de los demás, cómo veías por la ventana hacia la pradera que estaba detrás del edificio. Mi compañero de trabajo intento de todo, desde terapias en grupo, medicamentos no convencionales, y reclamos del por qué te recluías en ti mismo.

Como hadas al nacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora