La Historia Interminable
De
Michael Ende
Índice
Prologo 5
Fantasía En Peligro 15
E1 Llamamiento De Atreyu 25
La Vetusta Morla 36
Ygrámul El Múltiple 47
Los Dos Colonos 55
Las Tres Puertas Mágicas 63
La Voz Del Silencio 74
En El País De La Gentuza 85
La Ciudad De Los Espectros 95
El Vuelo A La Torre De Marfil 107
La Emperatriz Infantil 116
El Viejo De La Montaña Errante 126
Perelín, La Selva Nocturna 136
Goab, El Desierto De Colores 146
Graógraman, La Muerte Multicolor 155
Amarganz, La Ciudad De Plata 163
Un Dragón Para Hynreck El Héroe 175
Los Ayayai 190
Compañeros De Viaje 201
La Mano Vidente 211
El Monasterio De Las Estrellas 225
La Batalla De La Torre De Marfil 238
La Ciudad De Los Antiguos Emperadores 253
Doña Aiuola 267
La Mina De Las Imágenes 280
Las Aguas De La Vida 290
Prologo
Esta era la inscripción que había en la puerta de cristal de una tiendecita, pero naturalmente sólo se veía así cuando se miraba a la calle, a través del cristal, desde el interior en penumbra.
Fuera hacía una mañana fría y gris de noviembre, y llovía a cántaros. Las gotas correteaban por el cristal y sobre las adornadas letras. Lo único que podía verse por la puerta era una pared manchada de lluvia, al otro lado de la calle. La puerta se abrió de pronto con tal violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato.
El causante del alboroto era un muchacho pequeño y francamente gordo, de unos diez u once años. Su pelo, castaño oscuro, le caía chorreando sobre la cara, tenía el abrigo empapado de lluvia y, colgada de una correa, llevaba a la espalda una cartera de colegial. Estaba un poco pálido y sin aliento pero, en contraste con la prisa que acababa de darse, se quedó en la puerta abierta como clavado en el suelo.
Ante él tenía una habitación larga y estrecha, que se perdía al fondo en penumbra. En las paredes había estantes que llegaban hasta el techo, abarrotados de libros de todo tipo y tamaño. En el suelo se apilaban montones de mamotretos y en algunas mesitas había montañas de libros más pequeños, encuadernados en cuero, cuyos cantos brillaban como el oro. Detrás de una pared de libros tan alta como un hombre, que se alzaba al otro extremo de la habitación, se veía el resplandor de una lámpara. De esa zona iluminada se elevaba de vez en cuando un anillo de humo, que iba aumentando de tamaño y se desvanecía luego más arriba, en la oscuridad. Era como esas señales con que los indios se comunican noticias de colina en colina. Evidentemente, allí había alguien y, en efecto, el muchacho oyó una voz bastante brusca que, desde detrás de la pared de libros, decía: