Suicidio

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Las rosas caen, al igual que la torrencial lluvia de mis dos portales, que conducen a mi solitaria alma. Es el cielo, que suavemente desliza sus lágrimas, purificando la cotidianidad y la costumbre que nos otorgan el belicoso sentido común. Las bellezas que descienden son de un color transparente, como el elemento profundo del océano, al cual recurrí en tiempos de reflexión. Entre ellas, se define una triste sombra desaliñada, que cae atravesando toda nube y obstáculo esperanzador, desvaneciendo todo color del horizonte, manipulando el destino. Las rosas se vierten en escarlata, una crisis en acción, una respuesta desesperada. Esta vez son mis brazos quienes lloran a través de la espinosa pradera. Las miradas no ayudan, un canal de luz se abre a lo lejos, los portales ya no pueden cerrarse como lo hacían antes. Es mi alma que toma la mano de la sombra, quien cobra cada vez más significado y detalle. Me pide que no la prejuzgue y que la siga. Detrás de mí, solo hay un doloroso rocío, en los pastizales del recinto donde mi bastardo y abandonado cuerpo reside. Pero el derramamiento del silencio ha cesado. Sin embargo, el descenso tan solo ha comenzado, alejándome cada vez más del utópico canal de luz que soñé perseguir, pues es la desdichada sombra quien me aleja de ella, y me conduce a la oscuridad infinita para siempre.

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