Tengo mis razones

10.1K 975 173
                                    

—¿Estás consciente de que aún así los de sexto te van a poner un castigo, verdad? Ya que no te vieron.

—Sí, bueno. Solamente me importaba que tú no me pusieras un castigo.

Suelto un suspiro.

—Espera... Qué tonto, pensándolo bien quizá un castigo tuyo no hubiera sido tan malo —levanta una ceja con sus ojos en el parabrisas.

Le doy un pequeño golpe en el brazo porque no quiero ni imaginar a qué se refiere.
En eso suena su celular y agradezco que no sea de esos conductores que revisa el teléfono aunque sea "rápido".
El rasgueo de guitarra deja de sonar y luego dos simples timbres cortos se abren paso.

—¿Puedes ver quién es? —me dice apenas girando su cabeza en mi dirección, pero casi de inmediato regresa al volante.

—¿Quién es quién?

—El que llama —dice concentrado en el camino.

Quedo desconcertada ante lo que acaba de decir.

—¿Quieres que tome tu celular? —pregunto con sorpresa.

¿Quién le pide a una casi desconocida revisar sus mensajes?

—Pues sí, mujer. A menos que puedas sacarme de la duda con telepatía creo que tendrás que tomarlo.

Me quedo viéndolo por unos minutos y estoy a punto de decir algo. Pero en vez de eso, simplemente alargo mi mano con desconfianza para que llegue al portavasos de enmedio, donde se encuentra el celular.
Analizo el artefacto por unos segundos y veo mi reflejo en su pantalla.

—¿Estás seguro? —Quiero confirmar que me está dando permiso para leer algo tan personal como sus mensajes.

—Pues claro, ¿qué piensas que vas a encontrar ahí, eh? ¿Algo como: A las 5 en el callejón. Trae el paquete? —dice imitando una voz misteriosa.

—Bueno yo no sé...

—Tienes muchas ganas de descubrir que tengo un gran secreto, ¿verdad?

—No puedo negar que sería interesante —explico con una sonrisa y siento el frío del celular en mi mano derecha.

Por fin me decido a desbloquear la pantalla y ver quién es esa persona que dio pie a nuestra reciente conversación.

—Número desconocido —informo.

—Uuu —añade con voz fingida de suspenso—. Creo que esa es tu primera pista para descubrir que estoy huyendo del FBI y no quiero ser rastreado.

—¡Ya, pues! Si sigues así no te voy a decir qué hay en el mensaje —lo reprimo con voz casi chillona—. Además, esa no sería una pista. Porque en realidad sería tu teléfono el que estaría bloqueado para pasar desapercibido, no el de alguien más. En especial si el mensaje dice: Hola guapo, cambio de planes. Nos vemos en mi casa hoy.

Suelta una carcajada y ahora sí despega sus ojos del camino para mirarme a mí.

—Espera, ¿qué? —añade entre risas que van disminuyendo. Como si se acabara de dar cuenta de que hablo en serio.

—¿Tantas conquistas tienes que ya no te acuerdas con cuál de ellas quedaste de verte hoy?

Sus cejas se arrugan, pero el gesto no termina con su risa.

—Oye, no sé de qué estás hablando —dice en un suspiro.

—Vamos, no tienes que fingir conmigo. Solo te diré que no está lindo que la dejes esperando. Pobrecita, ni la tienes en tus contactos.

Es una apuesta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora