Los retazos de Miranda

63 2 2
                                    

No podía quitarle la mirada, no tenía el valor de dirigirle la palabra, no sabía cómo había llegado a la puerta de mi consultorio, sus pisadas habían dejado un rastro fétido y desagradable de tierra en el suelo, ya le había visto, lo veía en las noches cuando conducía de camino a casa, en donde los movimientos bruscos que daba el carro al girar en las curvas creaban ráfagas de luz que revelaban ante mis ojos los ojos del señor Miranda, no sabía porqué pero siempre a la misma hora era común verle allí, ya no era extraño verlo con una bolsa a la entrada del cementerio, llegaba tarde lo sabía porque vivíamos a dos casas de distancia pero nunca me atreví a hablarle tal vez porque siempre estaba sucio su trabajo exigía mancharse la ropa o al menos me gustaba darle esa explicación a las huellas de sangre que aparecían sin razón dañando la armonía de su bata blanca, pero los gritos que se presentaron esa noche me hicieron interesarme más en su caso, el señor Miranda había acudido a mi oficina para que le defendiera de las acusaciones hechas a su nombre, había entrado con los ojos húmedos, ¡Las había perdido! su boca gritaba que las había perdido, es común extraviar las llaves, ojalá hubiesen sido las llaves, intentaba ignorar sus gritos pero por más que quise... esa noche no pude dormir, me levanté de la cama, aún no me explico cómo pero estaba conmigo en la habitación sentado en la silla de la esquina, quejándose de la herida que tenía el rostro.
-¿Esta bien, señor Miranda? pregunté con miedo y casi como si hubiese olvidado el dolor empezó a reírse a carcajadas, eran carcajadas que al escucharlas no se pensaba que fueran emitidas por una voz humana, entonces me desperté, estaba empapado, mi cuerpo y la sábanas estaban mojados por el sudor, el teléfono sonó rompiendo el silencio al que mi casa ya se había acostumbrado, era el señor Miranda, llamó para decirme que mañana tendría demasiado trabajo y que llegaría tarde a nuestra reunión pero no pude impedir que un escalofrío recorriera mi cuerpo al escuchar llantos de mujeres al fondo de la otra línea
-¿dónde se encuentra, señor Miranda?
-No lo sé, las he perdido, respondió con un tono frío
-¿Las llaves? Añadí con curiosidad
-No nunca las pierdo porque nunca las utilizo, respondió queriendo darle fin a la conversación
-¿dónde está, puedo ayudarlo?
-No sé cómo logra ignorarme estoy detrás suyo. Un tacto desconocido, de pocas cualidades humanas, me recorrió el cuello, la llamada se cortó, colgué el teléfono, ¿cómo iba estar detrás de mí? si sólo había una pared a mi respaldo, bajé las escaleras, en la mesa reposaba el historial criminal del Señor Miranda, lo habían acusado por séptima vez de la desaparición de una mujer, el caso me resultaba cada vez más complicado, al texto le faltaban algunas páginas, le hice el reclamo a mi asistente, pero ella respondió que no sabía, que señor Miranda nunca había aparecido, mentía, sé que mentía, porque yo me reunía los martes con él, esos días siempre llevaba una imagen de su hija alardeando que era la mujer más bella, pero nunca me permitió verla. Estoy solo en el caso, si quería respuestas debía escucharlas de la boca del Señor Miranda, era tarde pero tenía que hacerlo, cerré la puerta de mi casa, estaba decidido, camino a casa del Señor Miranda, sentía como alguien me perseguía, no tuve el valor de voltear la cabeza, sólo acelere el paso, el Señor Miranda tenía razón, nunca cerraba la puerta, un pequeño espacio entre puerta y pared permitían la salida de un olor putrefacto, algo se había podrido, una caja reposaba en la entrada de la puerta. -¡Siga, puede seguir! Gritó el Señor Miranda muy al fondo de la casa, así que entré, me causaba temor porque podía jurar que estaba apunto de derrumbarse, era de tres pisos y las ventanas estaban resquebrajadas.
-¿dónde está, señor? esta vez no tuve respuesta, aunque lo sentía, no estaba solo, él no me dejaba solo, sé que fue él quien abrió la puerta del sótano, cuando podía asegurar que su voz provenía del segundo piso, me introduje en la habitación, una fragancia bisagra adornaba las paredes llenas de musgo, la puerta rechinó, estaba trancada con una libreta, encendí una vela y empecé a leer los escritos que me atormentarían hasta el fin de mis días, página número 3 "mi hija está sufriendo demasiado, el ácido ha quemado por completo su rostro" página 20 "la quinta mujer tenía los ojos más hermosos que he visto, lástima que ahora ya no le pertenezcan"

Los retazos de Miranda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora