Sábado 15 de agosto. El mar conserva su monótona uniformidad. No se ve tierra alguna. El horizonte parece extraordinariamente apartado.
Tengo todavía la cabeza aturdida por la violencia de mi sueño.
Mi tío no ha soñado, pero está de mal humor; escudriña todos los puntos del espacio con su anteojo, y se cruza luego de brazos con aire despechado.
Observo que el profesor Lidenbrock tiende a ser otra vez el hombre impaciente de antes, y consigno el hecho en mi diario. Sólo mis sufrimientos y peligros despertaron en él un rasgo de humanidad; pero, desde que me puse bien del todo, ha vuelto a ser el mismo. Sin embargo, no me explico por qué se impacienta. ¿No estamos realizando el viaje en las más favorables circunstancias? ¿No camina la balsa con una velocidad asombrosa?
—¿Está usted inquieto, tío? —le pregunte al ver la frecuencia con que se echa el anteojo o la cara.
—¿Inquieto, dices? No.
—¿Impaciente, tal vez?
—Para ello no faltan motivos.
—Sin embargo, marchamos con una velocidad...
—¿Qué me importa? Lo que me preocupa a mí no es que la velocidad sea pequeña, sino que el mar es muy grande.
Me acuerdo entonces que el profesor, antes de nuestra partida, calculaba en treinta leguas la longitud de aquel mar subterráneo, y habíamos recorrido ya un espacio tres veces mayor sin que las costas del Sur se divisasen aún.
—Es que no descendemos —prosiguió el profesor—. Todo esto es tiempo perdido, y, como comprenderás, no he venido tan lejos para hacer una excursión en bote por un estanque.
¡Llama a esta travesía una excursión en bote, y a este mar un estanque!
—Pero —le contesto yo—, desde el momento en que hemos seguido el camino indicado por Saknussemm
—Esa es precisamente la cuestión. ¿Hemos realmente seguido este camino? ¿Hubo de encontrar Saknussemm esta extensión de agua? ¿La atravesó? ¿No nos habrá engañado ese arroyuelo que tomamos por guía?
—En todo caso, no nos debe pesar el haber llegado hasta aquí. Este espectáculo es magnífico, y...
—¿Quién piensa en espectáculos? Me he propuesto un objetivo y mi deseo es alcanzarlo. ¡No me hables, pues, de espectáculos!
Tomo de la advertencia buena nota, y dejo al profesor que se muerda los labios de impaciencia. A las cinco, reclama Hans su paga, y se le entregan tres rixdales.
Domingo 16 de agosto. No ocurre novedad. El mismo tiempo. El viento tiene una ligera tendencia a refrescar. Mi primer cuidado, al despertarme, es observar la intensidad de la luz, pues siempre temo que el fenómeno eléctrico se debilite y extinga. Pero no ocurre así; la sombra de la balsa se dibuja distintamente sobre la superficie de las aguas.
¡Verdaderamente este mar es infinito! Debe tener la longitud del Mediterráneo, y quién sabe si del Atlántico. ¿Por qué no?
Mi tío sondea con frecuencia; ata un pico al extremo de una cuerda, y deja salir doscientas brozas sin encontrar fondo, costándonos gran trabajo izar nuestra sonda.
Cuando tenemos a bordo el pico, me hace notar Hans unas señales claramente mareadas que se observan en él. Se diría que este trozo de hierro ha sido vigorosamente oprimido entre dos cuerpos duros.
Yo miro al cazador.
—Tänder! —me dice.
Como no lo comprendo, me vuelvo hacia mi tío, que se halla completamente absorbido en sus reflexiones, y no me atrevo a sacarle de ellas. Interrogo de nuevo con la vista al islandés, y éste, abriendo y cerrando varios veces la boca me hace comprender su pensamiento.

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Viaje al Centro de la Tierra
Novela JuvenilUna de las novelas más recordadas de Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra relata la aventura más prodigiosa de la imaginación: un viaje a las entrañas de la Tierra. Un profesor de mineralogía, el cejudo Otto Lidenbrock, halla un antiquísimo pe...