Me convertí en un extraño para mi mismo.

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  Duerme, pequeña, descansa de este mundo de guerras; ábrele la mirada a tus sueños y ciérrasela a tus pesadillas.

Pero entonces todas las cosas se vuelcan y no encuentras la salida ni el prefacio de toda esta mentira, y cierras los ojos e intentas imaginar un mundo sin nadie y sólo logras hacerte una herida.

Una herida que te sonríe  y no te hace supurar recuerdos, sino, más bien, anhelos. Vuelves la vista hacia atrás y te separas de quien eres y aquella que fuiste te estrecha la mano y tú la utilizas para hacerte otra herida.

¿Por qué eres tan auto destructiva?

Caminas hacia ningún lado y pierdes trenes con destino, quemas las cartas con destinatario y conservas las que no tienen dirección.

Te tiendes sobre la cama, tumbada viendo al techo, recordando que algún día fue un cielo y que ahora te conformas con mirar con límite.

¿Por qué y hasta cuándo?

¡Detente, para de huir! No te escondas para siempre, tarde que temprano, te alcanza de lo que huyes, de lo que te escondes entre tanta sombra.

Y entonces me dices que pare de escribir, porque estás tan rota que no te detienes a leer ni a mirar al fondo del abismo, porque te aterroriza encontrar restos de la vez en la que te rompiste
y tuviste que hacerte fuerte porque era la única opción que tenías sobre la mesa.

Dicen que volvemos a los lugares a donde fuimos felices, ella vuelve a aquellos donde se declaró en estado de calamidad para verse valiente como lo es ahora y tirarle más tierra a la que un día fue.

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