La gente me mira mientras corro por el aeropuerto oyendo el último aviso para coger el vuelo París-Kilis.
Durante el vuelo no consigo controlar la ansiedad que me oprime el pecho en espasmódicas oleadas de culpabilidad y desesperación.
Una creciente duda surge en mi cabeza sobre si esto es lo correcto, pero mi fe todo lo puede, mi odio todo lo gana, mi soledad todo lo quema.
Es un debate perdido
El piloto anuncia nuestra llegada a Turquía en lengua natal, no logro entender las monótonas instrucciones que repite.
Recojo la maletas y me monto en un jeep curtido por los fuertes vientos del desierto. No paramos hasta llegar a un campamento a las afueras de Alepo. Después de mi presentación, un mes de duro entrenamiento.
Luego me espera el retorno a París y un piso franco donde se me encomendara mi sante misión.
Objetivo fijado: Boulevard voltaire, Salle Bataclan.
Todo pasa de música bailes y risas a miedo, sangre y muerte.
Sirenas de policía retumban en mi cabeza y luz azul se cuela por las ventanas
Pánico, disparos y explosiones.
Mi nombre es Salah Abdeslam, y soy mártir