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¿Qué puede ser peor que la suciedad y el desorden?

Nada en realidad, pero la impuntualidad estaba casi a la par.

La alegría se sentía desde donde se encontraba, fuera de su casa, media hora después de lo que habían acordado frente al lujoso amado auto de Erwin.

—¡Vamos! Solo fueron diez minutos-

—Fueron treinta minutos, media hora tarde malditos idiotas espero que no estén pensando en que yo iré atrás con ustedes par de ruidosos.

De inmediato Mike, su otro compañero de oficina, se bajó del asiento de copiloto y se colocó junto a Hange y Petra en la parte de atrás.

El silencio por supuesto, no duró mucho. Diez minutos después, Levi se estaba arrepintiendo de sus decisiones.

Hicieron al menos cinco paradas para ir a desayunar, cambiar de conductor -De Erwin a Mike- ir a mear o porque Hange quería sacarse fotos.

—Recuérdenme por qué demonios vine con ustedes.— El trabajo de oficina era ajetreado y cansado, pero al menos allí tenía su propia oficina donde apenas entraban dos o tres personas al día haciendo el mínimo ruido ya que eran conocedores de su disgusto por este.

Las cuatro personas hacían toda la conversación, de una forma no muy calmada.

—Porque Erwin lo amenazó con hacerlo compartir oficina junto con Auruo y la señorita Hange.

—Porque si no, te hubieras quedado encerrado en tu apartamento.

Hablaron dos personas a la vez, de la migraña venidera había olvidado esas razones, cierto.

—Ya deja de estar tan enojado, mira hacia afuera, ya llegamos.

La línea que dividía el cielo del mar se podía observar a lo lejos, el cielo estaba levemente nublado y con el sol apenas calentando el ambiente, la relajación llegó a su cuerpo de inmediato y el ruido a su alrededor pasó a segundo plano. El auto pisó arena y lentamente se fue acercando hacia un grupo de elegantes cabañas que al parecer Erwin había rentado.

Su mirada brilló levemente cuando un rayo de sol se asomó de entre las nubes y en sus oídos se arrastraban como suaves ecos las olas rompiendo en la orilla. Había extrañado el paisaje, sin dudas.

—Ya estamos aquí, chicos— Anunció Erwin antes de detener el auto frente a una de las cabañas con vista al mar, después de sus palabras reinó el silencio roto solamente por el sonido del mar. Todos salieron del auto y por unos minutos quedaron paralizados.

Al parecer todos necesitaban un poco de esa vista, de ese aire, de esa paz.

Finalmente comenzaron a sacar sus maletas del auto siendo guiados cada uno a una habitación individual de la gran aparente mansión de estilo rústico. Al parecer el sonido de la madera bien pulida bajo sus pies le daba el toque al lugar.

Después de que Erwin le mostrará su habitación, comenzó a limpiar un poco el alrededor, había dejado de ser una manía demasiado obsesiva hace tiempo gracias a su jefe quien también había sido su amigo durante un buen tiempo, al final quedó como una simple costumbre y algo normal.

Tomó un pañuelo que siempre llevaba consigo - costumbre- y lo pasó por encima de unos cuantos muebles, luego comenzó a ubicar su ropa en el armario y al final sacudió las sabanas recostó en la cama pensando.

Hace algunos años, estaría acomodando cada una de las cremas del baño de forma simétrica, habría desinfectado cada rincón del lugar y ni loco se habría recostado sobre esas sábanas. La actitud se le hacía lejana ahora, si alguien lo llega a conocer en este momento diría que simplemente es una persona aseada. Antes, habría dicho que tiene un problema mental.

Mi precioso Diamante ㅣRirenㅣDonde viven las historias. Descúbrelo ahora