La Llorona (Chiloé)

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Durante los largos inviernos, con sus noches obscuras y tempestuosas, la familia chilota, se reúne alrededor del fogón cuyos leños chisporrotean inquietos, tratando de incorporar su irregular compás, a la multitud de ruidos y sonidos, que producen, la lluvia, el viento y las olas del mar embravecido.

Una tenue luz, emerge de una papa ahuecada, rellena de grasa y ayuda a reforzar pobremente, la movediza y escasa iluminación, proyectada por las llamas del fogón.

Afuera protegida por la tormenta, se desliza, como un fantasma transportado por el viento y semiconfundida con las sombras, “la Llorona”; en figura de mujer alta, muy delgada, de vestido negro y liso, parecido a una mortaja; con un pañuelo negro y fino cubre su cabeza y parte de su rostro color verde pálido y siempre lloroso.
El viento agita sus cabellos largos y erizados, cual vibrantes alas negras.
Recorre, una y otra vez, infatigable y siempre llorando a mares, el camino que va desde una casa de la aldea, en la cual yace postrado en su lecho, un grave enfermo, hasta lo alto de un cero cercano, donde se encuentra ubicado el cementerio.

El ir y venir de esta sombra fatídica, llegada desde el mundo de lo desconocido, hasta el humilde poblado, tiene como objeto anunciar, a un desfalleciente enfermo, su impostergable muerte, que se producirá durante la bajamar, una de las próximas noches, cuando la luna esté en menguante.

La Llorona, conocida también con el nombre de “La Pucullén”
(de cullén=lágrima y pu=plural),
es sólo visible para gente de corta vida, los machis y algunos animales, entre ellos los perros, que anuncian se presencia con lastimeros aullidos. Indica, con la ruta invariable de sus pasos, el camino que debe recorrer el muerto, para llegar desde su morada terrenal y temporal, hasta el más allá definitivo.

Con un cristalino charco, producto de sus abundantes lágrimas, señala en camposanto, el sitio preciso, donde debe abrirse la fosa, para depositar el féretro. La tierra necesaria para cubrirlo, debe ser suficiente, ya que si ella faltara, significaría que antes de cumplirse un año, moriría un familiar del difunto.

Se supone que “la Pucullén”, llora por todos los familiares, especialmente por aquellos parcos en lágrimas y además para que todos se consuelen pronto, de la pérdida de su deudo. En esta forma ella evita que el finado, desconforme por la escasez de lágrimas y sentimientos, de parte de sus parientes , venga a penarlos.
Este personaje fúnebre, “la Llorona”, tiene sus equivalentes en los mitos de otros pueblos de la Tierra, así por ejemplo, “Lebitina”, la diosa romana de los funerales.

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