Ángel

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No sabe qué decir. No tuvo alguien que le enseñara que está bien dejar a nuestro corazón sentir. Tiene tantas cosas guardadas en el bolsillo que si da un paso más es probable que caiga. No puede caer, no debe. Sin embargo, no sabe ir con equipaje liviano. El cazador se dedica a mirar los ojos azules que le han hecho creer que existe una salida para todo esto. Mira el cielo, el mar. En sus ojos encuentra la paz a la que renunció sin elección propia.

Y el ángel, el ser más puro que Dios creó, le mira de regreso. Mira a los ojos verdes que se están aferrando a él. Mira la posibilidad de una vida normal, mira un romance que no dejan nacer. Siente tanto dolor que suplica a su padre por piedad. Es capaz de soportar los golpes, derramar sangre, ser reducido a nada. Pero ver a la persona que ama y no ser capaz de confesarle lo que siente le desgarra algo más que la piel. Le desgarra el alma.

Saben que lo suyo es más intenso que cualquier relación esporádica. Saben que pese al deseo que hace arder sus cuerpos sus almas son las que se niegan a ser separadas. Saben que ni la muerte podría detener ese sentimiento que les aprieta el corazón. Han estado ahí. Han muerto y han vuelvo a la vida. Han creado otros lazos y, sin embargo, nada parece ser suficiente. Nada llenará ese vacío que está destinado al amor verdadero.

Están al lado del Impala, fuera de la carretera. Frente a frente, no han dicho una sola palabra. No pueden, no saben cómo. Entonces, inesperadamente, el ángel de cabello negro, comienza a hablar con esa voz cálida y gruesa que hace tragar saliva al de ojos verdes.

—Cuando te conocí, estaba perdido. No pertenecía al cielo y tampoco encontraba mi lugar aquí. Cada día era para mí el mismo, sentía que mi misión no valía para nada ya. Me sentía inservible, como si existir fuera lo mismo que dejar de hacerlo. Tengo más años de los que puedo recordar, Dean. Y te puedo jurar por mi padre sin hacerlo en vano que cuando se me encomendó sacarte del infierno, fue el primer día de mi vida. —Castiel, el ángel, se detuvo.

El hombre rubio con barba incipiente frente a él había derramado una lágrima. Ése mismo hombre que sabía más malas palabras que verbos. Ése tipo de piedra que parecía estar desmoronándose. El ángel no lo pudo soportar. Avanzó los pasos que los separaban y con sus dedos limpió las lágrimas— perdona, no era mi intención hacerte sentir mal —Castiel estaba seguro de que lo había hecho mal, que debió mantener su boca cerrada; sin embargo, el cazador se apartó un poco y respiró hondo antes de hablar.

—Las personas lloramos Cas, y a veces no hay nadie a quién culpar que no sea a nosotros mismos. No te disculpes. Es solo que, no sé cómo responderte. No sé cómo decirte que nací para este momento y al mismo tiempo creo que hice todo mal para llegar aquí. No somos esas mierdas que la gente escribe sobre el amor, cuando te veo no siento mariposas ni me imagino haciéndome viejo contigo...

—Está bien Dean, yo entiendo que...—interrumpió el ángel al borde de las lágrimas. No quería escucharlo ya. Intentó alejarse pero el cazador le detuvo del brazo con fuerza. La intensidad con la que le miró lo obligó a quedarse quieto, esperando las palabras que terminaran de quebrarle la existencia.

—Maldita sea Cas, déjame terminar que esto me está costando un carajo. —el verde buscó al azul, y al estar seguro que el otro no iría a ningún lado, continuó— No somos como esas historias de amor porque son irreales. El amor en ellas siempre termina, de alguna manera u otra lo amordazan hasta dejarlo sin fuerza, hasta que el amor se va por su propio pie. Pero Cas, yo no soy un tipo de futuro. Soy cazador, puedo morir mañana de una bala en la cabeza o a manos de una mierda sobrenatural. No tengo una expectativa que pueda darte, no puedo quedarme a jurarte amor eterno cuando ambos sabemos que vivo tiempo prestado. Cas, no puedo hacerte feliz. Mi amor te joderá la vida como a todos aquellos a los que he amado. Y no puedo, no puedo permitirme arruinar la única cosa buena que me queda además de mi hermano. Tampoco puedo decirte que hagamos una vida nueva porque el pasado siempre nos alcanzará. Lo mejor que puedo hacer por ti es alejarme y ambos sabemos cómo eso nos destruiría. —Dean no podía dejar de maldecir a la vida por injusta, tenía ganas de gritarle a Dios, de huir como siempre hacía.

A Castiel, por su parte, las palabras de Dean le habían tocado hondo. Sabía lo que tenía que hacer, aunque eso no lo hacía más fácil. Abrió los brazos y estrujó a su cazador como jamás se permitió hacerlo. Sus cuerpos eran uno solo y deseó el resto de su eternidad así. Cerró los ojos y el olor de la colonia que Dean usaba lo embriagó más que cualquier licor. Escuchó los sollozos y se le partió el corazón. Sentimientos nuevos que jamás creyó ser capaz de conocer. Todo eso representaba el rubio. Más y más sentimientos que no tendría la oportunidad de descubrir.

Se separó para tomar en sus manos el rostro de Dean, se sabía de memoria cada peca y cicatriz, y sin embargo, verlo era siempre como un ciego sintiendo el resplandor del sol por primera vez. Sus hermosos ojos verdes que escondían universos enteros, los labios que jamás había besado... Y Dean, leyendo la expresión de Cas, se acercó lo necesario para que sus labios se juntaran. Se besaron una, dos, diez veces. Perdieron el aliento, lo recuperaron y lo volvieron a gastar. Eran el oasis después de días sin gota de agua en el desierto. Encajaban como si hubiesen sido hechos para ello.

Cas se separó solo un poco, y con la respiración agitada habló.

—Deseo ser humano. Tener una vida que podamos compartir. Deseo con todo lo que tengo que nos subamos a tu auto y viajemos sin un destino fijo. Deseo que no existan demonios que tengas que cazar, deseo que no haya riesgo que tengas que pasar. Deseo tenerte en mis brazos hasta morir juntos, de viejos, como las malditas novelas de amor que jamás podremos ser. Te deseo tanto Dean.

Ninguno podía dejar de llorar. Una vez que comenzaron detenerse parecía imposible.

—Cas... ojalá vivir una vida en donde amarte no te condenara.

Ambos sabían que aquello no los llevaba a ningún lado pero tenían tanto tiempo reprimiendo sus sentimientos que mandaron a la mierda lo correcto, lo cuerdo, lo ideal.

—Te amo Dean, ¿eso está bien? —Castiel buscó la aprobación en sus ojos.

—Lo incorrecto sería que no lo hicieras idiota, te amo también, te necesito. —Dean dio todo lo que tenía en el beso que le siguió a las declaraciones.

Y, de pronto, Cas presionó sus dedos en la frente del rubio y todo desapareció.

Dean olvidó que un Castiel alguna vez existió en su vida. Se encontró en su auto, con una pluma negra en el asiento copiloto como única compañía.

El de alas negras voló lejos, ahí donde los ángeles tienen prohibido amar a los humanos.

Había podido comprender que hay ocaciones en donde solo nos queda amordazar los sentimientos y renunciar a lo imposible.

Cuidarle desde las sombras, sin embargo, jamás sería suficiente... Aunque sí lo único a lo que era aspirante.

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Okay esto es demasiado sad pero me iba a morir si no lo escribía.

Ángel || One Shot ~ DestielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora