01. Él

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Escalofríos recorrían de mis pies hasta mis hombros, sentía mi cuerpo temblar aún sin que esto sucediera, en mi pecho, una sensación de miedo absurda y profunda. Cada mañana, así cada mañana, ni un ojo entreabierto siquiera. Mi cerebro demandaba a levantarme de una forma muy peculiar, pero yo me rehusaba, todo aquello que inundaba mi ser me hacía querer permanecer en cama, me forzaba a mi mismo a continuar durmiendo para evadir estos terrores que me llegaban al despertar. Era un pesar el solo hecho de terminar con mi inconciencia del dormir, al cerrar los ojos una noche antes ya sabía de antemano que a la mañana siguiente me despertarían estás sensaciones tan asquerosas. 

Presioné los ojos con molestia y arrastré la cobija hasta cubrir por entero mi cabeza resguardandome en la oscuridad, gruñendo al darme cuenta que esto no me ayudaría en absolutamente nada, pero de igual forma prefería quedarme ahí inerte, sin hacer nada.

6:50 a.m 

Alarmaba mi reloj. Una lagrima de desesperación se me escapo y con un quejido, di la vuelta hacía la pared descubriendo mi escondite. Mi mente seguía en blanco y mi vista perdida en la pintura azul del muro frente a mí. ¿Esto no para? ¿No parará nunca? estoy agotado, agota mental y físicamente, no consigo el control ni estabilidad emocional. 
Me giro sacando los pies de la cama y me siento en la orilla de esta, revuelvo mi cabello con ambas manos y las paso por mi rostro, mi vista se clava en algún punto fijo hasta que decido ponerme de pie. Hago un esfuerzo por asearme y bajo de mala gana las escaleras, mi madre detrás mío se unía en la marcha hacía la parte baja de la casa, parecía que me escoltaba. 

— ¿Huevos? — Asentí en respuesta y me tumbé en el sofá con desgana — ¿Qué tal amaneciste hoy?

No buscaba mantener una conversación, mis mañanas siempre son las mismas, no soy muy sociable por estas, aunque pensándolo bien, ni en las mañanas, ni en las tardes ni en las noches, hablar no se me daba mucho, pero podía darme el lujo de decir que al menos en las mañanas no quería ni pronunciar palabra. No obstante vocifere un "bien" más para mí que para su respuesta.

Mantenía la sensación de miedo extraño, abranzandome con mis brazos cruzados por el pecho, buscando una calma mediante respiraciones, pero sólo lograba marearme sin que este otro padecimiento se escapara de mí. Escuché unos ligeros estruendos de los platos cayendo sobre la mesa y me puse de pie antes de que se dirigieran a mí de nuevo y tuviera que gastar saliva que no me apetece. Mi madre sirvió un poco del desayuno recién hecho en mi plato y sirvió jugo en su compañía, besó mi coronilla y se sentó en la silla que estaba del lado posterior de la mesa, a la par de que daba bocados observaba con preocupación los míos, ya ni si quiera me molestaba en preguntar que pasaba, sabía que ella temía que solo fingiera comer.

— ¿Ya tomaste tus antidepresivos? —  se atrevió a decirme con desasosiego, la mire unos segundos y me puse de pie dejando casi todo el desayuno en el plato

— No sirven de nada — tomé el frasco amarillo de la alacena y deje caer un par de pildoras en mi boca, de camino a la puerta tomé un sorbo de jugo y me despedí de una forma casi inaudible de mi madre, para después abandonar mi casa tras tomar mi mochila del piso junto a la puerta. No huí porque me apeteciera llegar de forma pronta al instituto, de hecho, odiaba el hecho de solo pensarlo, todo ese ruido de platicas estupidas, personas criticando a otras, mofandose de quienes son diferente a ellos mismos, me provoca nauseas el solo hecho de mencionarlo, detesto a las personas que carecen tanto de una vida que les es necesario ver la de otros para buscar de que burlarse y tener un tema de conversación con otra persona igual de hueca. Sueno como el tipico chico ensimismado de peliculas o libros, pero es una ficción que sólo representa una parte de lo que es lidiar con esta etapa de la vida, escasas veces he visto abordado los temas importantes, como el acoso y las burlas afectan a los demás, el miedo que puede ocasionarte el mero hecho de relacionarse por más patetico que suene debido a que por naturaleza comos seres sociables, ¿pero cuántas veces se han expuesto las inseguridades tal cual son? el miedo incontrolable que da mencionar palabra por el hecho de que puedes cortar lo que puede ser una buena conversaión a otras personas, que se incomoden y sólo volteen a verse a si mismas y el único remedio sea agachar la cabeza y continuar callado o irte. La ansiedad que provoca pasar junto a un grupo de individuos por pensar que terminarás siendo el centro de una rienda de risas que aunque quieras no podrás callar, sólo tragarte la incomodidad y seguir adelante. Intentar acercarte a alguien que tiene un gusto en común contigo y que este termine por dedicarte una sonrisa engorrosa y se vaya. Ese tipo de cosas no las muestran, porque es mejor mostrarnos como los raros asociales que no les gusta salir a explicar porque nos cuesta el hecho de abrirnos, expresarnos y por más que haya un montón de propaganda en la que te inciten a ser tú, a portar con orgullo tus colores, a que siempre hay un roto para un descosido, no se habla de lo doloroso que puede ser el proceso en el que lo llevas a cabo y aunque suene conformista y poco valiente de mi parte, prefiero no arriesgarme, bastante tengo con los sentimientos negativos que residen en mí de forma genuina como para provocarme otros. No necesito cargarme con más. Suelo transformar estos mismos y cosas mundanas en mi propio arte, para mí y nada más para mí. De camino al colegio gusto de tomar fotos con una cámara instantánea de esas que ya casi nadie usa y son escasos los lugares para dar revelación de lo que haz tomado, por ello decidí crear mi propio lugar, en la parte trasera de mi casa residía una bodega pequeña abandonada en la que mamá gustaba de guardar arreglos navideños, la ropa que no iba a ser utilizada por los cambios estacionales y alguna que otra cosa, y hablo de ello en pasado por que se convirtió en una especie de oficina para mí, la cual ambiente para poder hacer un cuarto rojo y poder revelar mis propias creaciones sin temor a que alguien más las viera y me las entregara con cara de estupefacción, era mío y solo mío. En la espera de que se mostrarán lo que había  retratado hacía figuras con arcilla, nada muy bien hecho, al fin y al cabo era sólo un hobbie, en ocasiones hacía cosas y las vendía por ebay, es sorprendente la cantidad de ceníceros con arcilla y figuras horripilantes que puede vender alguien. 

También dibujaba. Nada bien como ninguna de las otras cosas y era algo que hacía igual que la fotografía. Algo sin sentido. Podía llegar al insti y sentarme en las escaleras de la entrada y dibujar las llantas de los camiones que se estacionaban en la calle del frente, o personalizar de una forma diferente algún coche viejo que pasara frente a mí, los árboles, alguna vez intente dibujar aves, pésima idea, los ojos me quedaron tan enormes que parecía que estaba siendo aplastada y estos estaban por salirse. Era casi cotidiano, aunque a veces esto cambiaba, como hoy, decidí sentarme y debido que el día indicaba que llovería decidé rescatar algunas imágenes del cielo gris  que se asomaba por encima de los arboles tan verdes y llenos de vida, era un contraste tan bello que debía quedarmelo para toda la vida. Apunté con el pequeño rectángulo y através del lente busque el mejor enfoque que pude, presioné el botón para capturar un ave volando en mi toma, era perfecto, cuando sentí un peso que me derribó y arrojó lo que estaba en mis manos aun lado.

— Lo siento, no te vi. — Me miró el castaño con desdén. — En realidad no, no lo siento, estás en la entrada, apartate, ¿o te estorbo para fotografiar a las porristas, virgen degenerado? — Lanzó una última carcajada junto a un par que iban detrás suyo y avanzó no sin antes patear mi reliquia. 

Rodé los ojos y me reincorporé sascudiendo mi espalda lo mejor que pude, me acerqué a mi cámara tomandola percatándome que alguien más la tomaba.

— Me disculpo por él, ¿aún funciona? — La voz de mi compañero de clase de cálculo resonó en mis oídos. Esta escena no era nueva, tampoco hay mucho de que emocionarse, eran un grupo de cinco, tres de ellos son parte de las descripciones de gente hueca que mencioné antes, uno no hace ni se mete en nada de lo que hacen y por el otro lado, Kim MinGyu buscaba disculparse y arreglar lo que sus aparentemente hijos hacía y lo digo de esta forma porque realmente eso parecía, un matrimonio en el cual el papá no hace nada hasta que la madre, ente caso MinGyu pedía ayuda y si no era así, hacía todo el trabajo para ayudar a sus crías. 

— Imagino que sí, es resistente — Miré através de la lente y pude notar que estaba algo rota, pero nada que me impida sacar fotos, lancé un disparó y el flash apareció demostrando que todo estaba en orden. MinGyu sonrió.

— Tomame una, anda — Me dijo aún con su sonrisa de oreja a oreja. Me quedé viendolo sin decir nada. Serio subí la cámara y sin ver si salía por completo tomé la fotografía. — ¿Salí bien? — preguntó animado.

— Lo sabré cuando la revele — Asentí con una cara seria, mi boca no podía estar más recta. 

— ¿Podrías obsequiarmela? Cuando la tengas, claro y si no te molesta. — Movía demasiado las manos al hablar, era gracioso, pero no quería reírme, creí que le incomodaría. 

— Mmh... Por supuesto, aún me queda rollo, pero las revelaré hoy para darte la tuya. 

— ¿Cómo? ¿Las revelas tú? — Abrió los ojos sorprendido y aún seguía con la sonrisa... ¿no le dolía la cara? — Me gustaría aprender de ello, ojalá algún día me enseñes, espero mi foto. 

Y se alejó haciendo un gesto con la mano. No era la primera vez que hablabamos o se portaba amable, repito, pero lo diferente de esta vez fue que, propuso volver a hablarnos y eso me daba escalofríos. Recuerdo una ocasión en la cafetería en la que me abordaron de igual forma, fingieron no verme y tiraron mi charola encima, derramando la leche que había tomado de la barra antes y el sandwich que estaba por pagar. MinGyu se ofreció a pagarlo y comprarme uno nuevo, me rehusé. Como digo, una madre enmendando las travesuras de sus hijos. Fastidio. No por él, por ellos. Les costaba tantisímo pedir una disculpa o mejor dicho, les costaba demasiado no comportarse de forma molesta. Y ahí estaba él, tratando de arreglarlo, sus desastres, y mis desastres, los que ellos provocaban, pero al fin y al cabo míos. 

Lonely Again ⚘ 𝙼𝙴𝙰𝙽𝙸𝙴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora