Capítulo 01 | Hogar, tostado hogar

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Definitivamente hacer manos de jazz no hacía minimizar la situación, o siquiera cambiar el indescriptible rostro de su mamá por una sonrisa.

La sala se encontraba en buen estado, aunque con el olor a humo que persistía. Como era de suponer, toda esa humareda provenía desde la cocina, en el lado derecho. En la isla de la alacena, cerca del horno, estaba lo que parecía ser un pastel, totalmente quemado y parte de él con manchas de la espuma que expulsó el extintor, que bien podría ser confundido por crema chantilly. Evelyn no iba a lamentarse que parte de las paredes y el techo estuvieran ligeramente chamuscados.

—Puedo ayudarles, si desean —Por instinto obsesivo-compulsivo, Agnes se ofreció a limpiar el verdadero desorden que provocaron sus hermanas menores.

—No, no. —Oliver extendió el brazo, impidiéndole—. Hoy eres la invitada especial, no tienes nada que hacer ahí.

Ella y su papá dejaron a Tammy y a Flo, quienes seguían siendo regañadas por su mamá, y volvieron a la minivan para reanudar el corto trayecto y adentrar al estacionamiento de la casa. (Pero antes, Oliver tuvo que tranquilizar a la anciana vecina de al lado, la señora Tipp, quien estuvo a punto de llamar a los bomberos porque la casa de ellos "estaba incendiándose por dentro").

Agnes poseía un automóvil simple (y pariente cercano de los autos "escarabajo"), de color lavanda, que debido a la gran distancia donde iba a estudiar prefirió prestárselo a su hermana Tamara cuando esta cumplió los dieciséis y haya obtenido su licencia, mientras que ella se consiguió una bicicleta para así evitar el tráfico cotidiano de Nueva York (y como una alternativa al viaje en tren).  El garaje era algo espacioso, y se alegró de que su auto siguiera ahí, aunque tapado con una gran túnica blanca.

El hecho que el papá de Agnes le haya dicho que Florence y Tamara estuvieran limpiando la casa para recibirla era una mentira; ahora dicha mentira se hizo realidad. La intención de ambas era, pese al desacuerdo de su mamá, preparar para su hermana mayor un pastel por su regreso a la casa, el cual terminó en un desastre. La verdadera intención de toda la familia, más que nada, era hacerle una fiesta sorpresa a Agnes por su llegada.

El trajín del viaje la hizo sentir tan cansada que, siendo sincera, lo que más deseaba una vez llegase a casa era dormir en su habitación por unas cuantas horas más. Si es que el maquillaje pudiese disimular su cansancio. Pero se las tuvo que aguantar debido a la improvisada fiesta de bienvenida que sus allegados le hicieron (y que tuvo que trasladarse al patio trasero ya que el olor a humo era medio insoportable).

La mañana del día siguiente, muy temprano, Agnes se levantó de su cama sintiéndose revitalizada tras casi nueve horas de sueño.

Por suerte, su habitación de armario permaneció intacto durante el año y medio que no estuvo ahí y agradeció que sus hermanas no hayan hurgado para nada. Entre sus prendas perfectamente dobladas y colgadas, sacó su ropa deportiva para enfundarse en ella.

Con botella en una mano, salió de su casa sin hacer mucho ruido. Cerró la puerta tras de sí y se colocó los auriculares en los oídos. Comenzó a estirarse y hacer pequeños ejercicios de calentamiento. Llevó la mano al auricular derecho y tocó el botón de reproducir antes de echarse a trotar.

Cada vez que hacía ejercicios de cardio siempre le gustaba escuchar hip hop, puesto que de alguna forma el ritmo la hacía sentir más enérgica, y más si se trataba de Kanye, Jay-Z o Lamar. Mientras recorría las cuadras, su mente divagaba en la letra de una canción donde el rapero de turno denunciaba el racismo que aún persistía en su barrio natal, y elogiaba internamente lo madura e inteligente que era, a diferencia de una ridícula canción que escuchó la otra vez donde el cantante decía sin parar "Gucci Gang, Gucci Gang, Gucci Gang...".

Tal pequeña reflexión no la hizo dar cuenta que a pocos metros otra persona iba acercándose, hasta chocar contra ella, haciéndola caer de trasero.

—¿Que no te das cuenta? —Agnes reclamó. Su mirada se dirigió a la botella que rodaba por la aparentemente desértica pista. Decidida a recogerlo, un auto que vino de la nada pasó por ella, aplastando la parte superior del envase.

La persona con quien chocó solo se había tambaleado un poco, por lo que en cuanto se recuperó comenzó a disculparse, ignorando lo que dijo Agnes hace un instante.

Por su parte, aún tendida en el suelo, Agnes estuvo a punto de dejarse llevar por la emoción iracunda que traía la canción, pero vio innecesario que no valía la pena lloriquear por un objeto estropeado, o interrumpir su rutina de ejercicio. Detuvo la música, se sacudió un poco las manos y fue entonces que aceptó tomar la mano de la chica para poder levantarla.

—No, es mi error más bien por andar distraída. Soy Agnes Wood, por cierto.

—Abigail Yates, pero puedes llamarme Abby —respondió esta, con una sonrisa de oreja a oreja—. Oye, siento por lo de tu botella, si deseas te puedo conseguir una similar y...

—No pasa nada, gracias —le dijo cortésmente a la chica de cabello de un tono parecido al fuego.

Transcurrieron unos segundos en silencio, durante ese lapso Agnes se fijó que, al igual que ella, Abby también había salido a ejercitarse, solo con la diferencia que probablemente ya haya terminado puesto que lucía algo transpirada y con unos mechones de su cabello recogido pegados a su colorado rostro.

—¿Eres nueva aquí? Porque nunca te he visto, ni siquiera en el supermercado —Abby le preguntó, finalizando con una breve risa.

—Eh, no, siempre he vivido en Palo Alto, pero debido a la universidad tuve que mudarme a Nueva York.

—Oh. Yo, digamos que ya no soy tan nueva puesto que ya llevo dos años viviendo aquí. ¿Qué estudias, por cierto?

—Artes escénicas. —Contestó mientras se reacomodaba el peinado—. Me encantan las obras teatrales y cómo son puestas en escena. ¿Qué hay de ti?

—Estoy por cursar el último año de preparatoria, y aún sigo indecisa sobre qué carrera seguir. ¿Qué me puedes aconsejar?

—Bueno, lo único que te podría decir es que no te desesperes, tarde o temprano descubrirás lo que más te apasiona hacer y es entonces que te sentirás segura de poder elegir una carrera.

Ambas divisaron a lo lejos un autobús, y Abby aprovechó sacar su celular con el propósito de pedirle el número de Agnes para seguir en contacto. Se despidieron, agradeciéndole por el consejo.

—¡Hasta luego, Abby, espero vernos pronto! —Se dirigió por última vez a la chica quien ya había ingresado al bus.

Sintiéndose genial por haber hecho una nueva amiga, se recolocó los auriculares y retomó la ruta por donde iba trotando.

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⏰ Última actualización: Mar 11, 2019 ⏰

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