Capítulo 1

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Sus pies dejaron de sentirse livianos para dar paso a un cansancio excesivo. No podía detenerse, no debía detenerse. Corrió a tropezones mientras el frío sudor bajaba por su espalda. Su corazón se encontraba asustado, palpitando con desespero, advirtiendo un futuro incierto.
Al cruzar la esquina que daba a su casa el corazón de Daniel se detuvo abruptamente. Sus ojos se llenaron de agua. Rápidamente probó el sabor de sus saladas lágrimas.
Sus piernas fallaron a la vez que trató de hablar -Mamá... - lo que alguna vez fue su casa ya no era más que cenizas y el recuerdo de la única persona que quiso, se escapaba de sus manos.
Daniel se sentía extraño. Su alma se encontraba crispada, y parecía que en cualquier momento se saldría de él mismo. Debía ser una mentira, una vil mentira, un juego de su mente. Otra pesadilla más y él se encontraba confundiendo la realidad y sus sueños otra vez.
-Sí..., eso es. Un sueño.
Prontamente se encontró siendo sacado del lugar por una persona conocida para él, un calor ya conocido.
Amelia, era una muchacha de dieciséis años, era la mejor amiga de Daniel y al enterarse del incendio en la casa de su amigo, se apresuró a dirigirse en conjunto a su familia al lugar -Dan. Ven aquí.
Los ojos de ambos se encontraban sumidos en un mar de profunda tristeza, los de Daniel por haber perdido a su madre, a su confidente, a su pilar fundamental... A la persona que más amaba con todo su ser. Por otra parte Amelia se encontraba triste por la muerte de un ser querido, y estaba preocupada por Dan, no sabía que le podría pasar de ahora en adelante.
Un carraspeo los sacó de su abrazo.
Daniel se remojo los labios secos, mientras pasaba sus manos heladas por su cara, tratando de detener las lagrimas.
Frente a ellos se encontraba un señor, que aparentaba unos cuarenta años, ninguno lo conocía.
Finalmente Daniel habló -¿Quién..., es usted- su voz salió débil y ronca, por culpa del llanto.
-Vengo de parte del «SENAME» - los miró con animadversión -¿Tú eres el menor o ella?
Un gritó de enojo se escuchó por el lugar -¡EL MENOR SE VA CONMIGO! -Jane, la madre de Amelia habló por primera vez -Soy su segunda tutora legal, Miranda me dejó un papel por si algo así pasaba...
Daniel rompió en llanto al escuchar el nombre de su madre, dolía, dolía mucho. Parecía una enfermedad fantasmal, que solamente dejaría restos de lo que fue.
Jane se acercó a paso lento a Daniel mientas su mano derecha, temblorosa por culpa del estres y el dolor, se posó sobre el hombro del muchacho.
Ella sería la encargada de cuidar a tan especial ser humano, el cual era la viva imagen de Miranda, su mejor amiga -Vamos a casa, niños.
El camino a casa de los Collens, fue dominado por el silencio, y una penumbra que envolvía por completo el lugar. El único consuelo para Daniel fue el empañado vidrio de la ventanilla desgastada.
Calle tras calle, esquina sobre esquina, y ya habían llegado a su destino.
-Dan... Ya llegamos- Amelia habló despacio, teniendo miedo de asustarlo. Con cuidado ayudó a su amigo, para que saliera del auto. Esperaba que esta vez su hermano se comportara de manera afable.
Al entrar a la casa un ambiente calido los envolvió a todos, incluido Daniel, quién a pesar de sentir aquél ambiente, solo se pudo sentir nostálgico. De un segundo a otro había perdido con lo que siempre contó, a lo que siempre amó y el constante vacío dentro suyo era agobiante.
-Amelia, mamá... Ya volvieron- unos días antes, Daniel estaba seguro que con solo escuchar la voz de Alex, el hermano de Amelia, su corazón hubiera dado un tropezón. Y ahora, aunque siguiera enamorado, pareciera que no conseguía reaccionar, ante absolutamente nada.
-Daniel... ¿Estas bien?- Alex no pudo evitar preocuparse, de todas maneras consideraba al muchacho frente a él, un buen amigo. Que algunas veces fuera cruel con el, no significaba que no se preocupara.
Daniel levanto la cara para mirarle a los ojos, su miradas conectaron un segundo y eso bastó para que sus ojos se aguaran .
Con una creciente preocupación, Alex se acercó a Daniel para abrazarlo-... Dan ¿estás bien, qué ha pasado? Por favor háblame.
Las manos del más joven, se agarraron con fuerza al chal de Alex, mientras algunas lágrimas lograban escapar. Con voz titubeante, y las piernas temblando Amelia se aproximó- El incendio fue en la casa de Daniel...- habló bajito, esperando que su amigo no la escuchara.
-Bebés, yo tengo que ir a...- Janne hizo una mueca, realmente no quería hablar con aquel bastardo pero, tenía que hacerlo- arreglar algunos asuntos. Cualquier cosa me llaman.
Al salir lo último que pudo escuchar Janne fue un «Adiós mamá» de parte de sus hijos, y el suave «Adiós» acompañado de algunos sollozos de Daniel.
La calle oscura y húmeda de aquél lugar, le seguía pareciendo repugnante. Con pasos decididos se acerco a la entrada de uno de los edificios, el color rojizo desgastado y el musgo creciente en las escaleras de emergencia, que se encontraban por fuera, no lograron nada más que molestar a Janne. Con cuidado entró al ya viejo edificio, el olor a podrido inundó sus fosas nasales. Se agarró el puente de la nariz para evitar aunque sea un poco, el olfatear ese nauseabundo aroma.
Buscó en su bolsillo un papel en especial, al no encontrarlo revisó en su cartera. Farfulló molesta mientras movía las cosas dentro de esta misma.
Una mano se posó en el hombro de Janne- ¡Oh querida, tanto tiempo! - el tono empalagoso con el que hablaba ese hombre le daba asco- ¿Qué te trae por aquí? Que yo sepa, tú y Miranda se fueron hace mucho tiempo.
De un moviento brusco quitó la mano que reposaba en su hombro- No me toques, bastardo- su tono demostraba la molestia acumulada por años- Vengo a hablar de Daniel, si no fuera por él, ya estarías muerto.
-¿Oh~? Ése mocoso ¿sigue vivo? Ay querida, no me interesa en lo más mínimo, lo que le suceda o no. Toma lo que quieras de las cosas de Miranda, de todas maneras no es como si hubiera significado algo para mí.
Hirviendo de rabia, Janne tomó todas las cosas de Miranda que aún continuaban ahí, Daniel nunca debía enterarse, quién era su padre. Aquel monstruo solo buscó a Miranda para tomar parte de su energía.
Solo al llegar a casa se pudo tranquilizar.
-Mamá. Daniel está durmiendo en mi habitación, ya se calmó un poco-Alex le habló pausado, como si supiera la situación en la cual se encontraban. Pero no era así, nadie sabía que estaba pasando, nadie más que ella y los antiguos Hyum.
-Cariño. Estaré un rato en la azotea, no me esperes.
Janne deseó que el alba llegara pronto, sus ojos se sintieron pesados después de buscar y buscar por horas, finalmente se rindió y se durmió en el helado piso.
-... Tía, t-tía Janne- Daniel movió despacio a Janne, tratando de despertarla. Eran ya las doce y media de la noche, y él recién había despertado. Vaya que Daniel se llevó una sorpresa al despertarse, y encontrarse abrazado por los dos hermanos Collens, Alex lo tenía agarrado de manera firme en la cintura, como si temiera que fuera a desaparecer, mientras Amelia lo tenia abrazado por la espalda, babeando en su espalda mejor dicho. Sin poder evitarlo rió con dulzura, con la mano en el pecho se dio cuenta de que su corazón aún latía lastimero.
Cerró los ojos y pudo claramente recrear el rostro de su madre: sus pestañas, su pelo- largo y sedoso, negro como la noche, más aún, calido como la estela de estrellas que ahora bailaban contentas en el cielo, sus pómulos..., recordó cuando su madre le había explicado que el sonrojarse fácil, era de familia «A mi también me sucede» le había dicho calmada «No te preocupes, eso solo te hace ver más bello» recuerda claramente toda la escena, desde ese día no se avergüenzó más de sus sonrojos, de todas maneras a su mamá también le pasaba.
Casi podía tocarla, podía sentir su aroma a mamá porque, el olor de su madre era tan especial, que solo se le podía clasificar como aroma a mamá. Pero al abrir los ojos, desesperado por ver a su madre, solo se encontró a sí mismo, con la mano alzada hacía el horizonte. Con su tía Janne en el piso helado de la azotea, y algunas fotos viejas.
Su corazón seguía latiendo dolorosamente, y en mucho tiempo eso no cambiaría.
Con cuidado, Daniel sacudió despacio a su tía Janne.
Cuando Janne logró vencer el sueño lo suficiente para espabilar, pudo darse cuenta de que ya era muy tarde.
Janne se levanto del suelo, con un dolor tenue en la espalda, se estiró un poco y dirigió su atención a Daniel.
Antes de que cualquiera pudiera pronunciar alguna palabra, una voz proveniente de la puerta se escuchó.
-Mamá, Dan...- Alex miró a su madre y a Dan expectante- Ya es tarde. Mamá, yo me encargo de Dan.
Sin previo aviso Alex tomó a Daniel entre sus brazos para sostenerlo bien en su hombro, no escuchó las quejas del menor. Al llegar a la habitación de Amelia, se dio cuenta de que su queridísima hermana también había despertado, encontrándolos en aquella extraña situación.
-¡Amelia ayudame!- Daniel no podía creer que a pesar de ya haber llegado Alex aún no lo bajaba, toda su cara se encontraba roja, también podía sentir su cuello caliente. Trató de moverse con cuidado para bajarse pero, solo logró que Alex reafirmara su agarre.
Alex a decir verdad, se encontraba divertido, y feliz, sabía que estaba dandole un momento de diversión a Dan. No le gustaba el verlo triste, su pecho molestaba cada vez que conectaban miradas, y solo podía ver pena en esos ojos miel. Daniel era su amigo, y el lo ayudaría.
Por otro lado Amelia sintió el ambiente rebajado, y no pudo evitar seguirle el juego a su hermano.
Entre risas y juegos, llegó la mañana: calmada y fresca. Daniel se despertó al rededor de las seis con veintiún minutos, su ropa se encontraba arrugada y su pelo desordenado, con cuidado, y un tanto de dificultad, salió de las calidas mantas. Trató de no hacer ruido, sus amigos seguían en el mundo de los sueños.
Cuando Daniel se encontró ya con el paraje, que el patio le ofrecía, recién salió de su ensoñación.
Lloró, lloró en soledad porque, ya no quería seguir preocupando a sus amigos, no se quería sentir una molestia más, la muerte de su madre, le dolía cada día más, y él se tendría que acostumbrar pero, ¿cómo podría acostumbrarse a un dolor de esa magnitud? Si solo a un día de estar sin ella, pareciera que todo su ser fue roto.
Mientras Daniel se sumía una vez más en sus pensamientos, alguien lo observaba a lo lejos, con el sentimiento de añoranza clavado en el pecho.



















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