Una vida, mil vidas

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Keira contuvo el aliento. ¿Qué Shana había dicho qué? Obvió el detalle por el momento, y buscó unos guantes, por si los necesitaba. Pasando de Shana, vio a una mujer mayor que lloraba mientras el militar le hablaba. No es que ellos fueran muy consoladores, tampoco.

― Llévala afuera ―le dijo al hombre.

Se acercó a toda prisa al paciente, quien estaba demasiado quieto para su gusto. El corazón de Keira trabajaba a máxima velocidad, pero más rápido trabajaba su cerebro. Escuchaba, como murmullos en el fondo de su mente, las voces de la gente en la sala. Evaluó sus pupilas y, por los detalles, el hombre estaba en un paro cardiorrespiratorio en toda regla.

Mierda, quizá necesitara intubarlo.

Miró a Shana, quien aún estaba impávida, llorando. Keira casi estaba pensando que tenía una crisis.

― Shana ―dijo, mientras comenzaba las compresiones en el pecho del paciente―, llama a los residentes.

Shana negó con la cabeza, frenéticamente, y comenzó a llorar más fuerte. Maldita sea, Keira no estaba para eso. Necesitaba ayuda.

― ¡Shana! ―dijo entre dientes. La chica dio pasos hacia atrás hasta que llegó a la pared, y se deslizó hasta el suelo de la sala de emergencias. Ni siquiera miraba al hombre en la camilla.

Eso estaba mal. Keira le dio respiración boca a boca, pero el hombre no respondía. Inició compresiones de nuevo, pero ya sus músculos estaban protestando y se estaban entumeciendo. Era la primera vez que realizaba la maniobra, y le estaba pasando factura.

― Shana ―dijo, intentando llenar más sus pulmones de aire, para que sus músculos tuviesen de donde obtener el oxígeno. Le era difícil―, por el amor de Dios, busca a los residentes.

La chica no le prestaba atención. Keira maldijo e hizo otra ronda de masaje. Estaba empezando a sentirse mareada, y el corazón aún no respondía. Debía colocar adrenalina, pero no sabía si el paciente tenía problemas cardíacos. Además, no tenía la autoridad para hacerlo.

― Señora, ¿hace cuánto que el paciente llegó aquí? ―le cuestionó a la mujer que estaba más cerca de ella.

― Como diez minutos.

Keira se tragó un gemido. Era demasiado tiempo de espera para un paro. Seguía realizando la maniobra, negándose a dejarlo ir. No podía morirse en sus manos.

Escuchó las voces, en la lejanía, del Dr. Frederick y de la Dra. Jhia, y luego pasos apresurados. Alguien le tocó el hombro, pero ella continuaba con el masaje.

― Keira, ¿qué pasó? ―su cerebro reconoció la voz del Dr. Frederick.

― Paciente con paro cardiorrespiratorio ―dijo sin aliento. Comprobó el pulso de nuevo, aunque su alma ya sabía lo que su mente se negaba a aceptar.

La Dra. Jhia comprobó sus signos vitales ausentes. Le lanzó una mirada al doctor, que Keira no pasó por alto.

― ¿Hace cuánto iniciaste compresiones?

― Quince minutos.

― Decláralo ―dijo la Dra Jhia.

Keira aún no dejaba de hacer el masaje. No. Si seguía, seguramente el paciente respondería. Ella pensaba en él como "paciente", pero para muchos, él era hermano, tío, sobrino, hijo o padre.

Keira sintió una mano suave en el antebrazo. Levantando la vista, se encontró con la mirada azul del Dr. Frederick.

― Basta, Keira. Ya no sigas.

― No, Doctor, aún puedo...

― No, Keira, él está muerto.

El Dr. Frederick detuvo sus manos e intentó alejarla del paciente, pero ella estaba clavada en el suelo.

El hombre acostado en la camilla no parecía muerto, excepto por la falta de movimiento torácico. No había una canción triste ni una voz fantasmagórica que le dijera que él ya había fallecido, y que no había nada que hacer. Estaba aún en su color natural, sólo un poco cianótico en los labios. Pero ella ya había visto eso en los vivos, así que no la impresionaba.

Cuando la muerte reclamaba a alguien, no era con dramatismo o una entrada escandalosa, simplemente la vida escapaba de su cuerpo. Sus sistemas se iban apagando, pero no era todo abrupto. Era, más bien, lento y suave. Como una canción de cuna.

Se le había muerto su primer paciente, y ni siquiera era médico. ¿Qué tan irónico era eso?

La Dra. Jhia se encargó de anotar la hora de deceso en un papel, mientras salía a buscar al familiar, que Keira le había dicho que estaba afuera. Antes de salir, la doctora le dirigió una mirada aguda a Shana en el suelo.

Las personas en la sala de emergencias ya no hablaban, no susurraban. Estaban en un apacible y aterrador silencio.

La jefa de residentes llegó, junto con los demás doctores y, para vergüenza de Keira, el Dr. Simmons los acompañaba, y también el Dr. Goldman. El papá de Jace y suegro de Shana. Venían riendo sobre algo, pero se callaron en cuanto cruzaron el umbral. Parecía que respiraban la muerte en el aire, como unos sabuesos.

― ¿Qué sucedió? ―preguntó el Dr. Simmons, mirándola.

Keira sintió como el Dr. Frederick negaba con la cabeza, y sólo en ese instante se dio cuenta que él la tenía abrazada. Keira se percató cómo la mirada del Dr. Simmons se dirigía al fallecido, y luego a ella.

Sabía que ellos habían visto la muerte llegar durante años, así que eso no los impresionaba. Pero ella estaba segura que el jefe de Medicina Interna sabía que se le había muerto a ella. Sin residente o interno que la acompañara. Ese hombre era demasiado perspicaz.

― Vamos a la sala de yeso ―le susurró el Dr. Frederick en el oído, y pasó con ella a través del grupo de médicos.

Keira no pudo vislumbrar la expresión del Dr. Goldman al ver a Shana sentada en el suelo de la sala de emergencias, con el rostro marcado por lágrimas secas.

― Keira, dime qué sucedió ―exhortó el rubio en cuanto la tuvo sentada en la camilla.

Keira quería golpearse físicamente. Ella no era así de débil, ella podía con eso. Se enfrentaría todos los días de su carrera a la muerte, así que debía tener el corazón de hierro.

Pero no podía.

No mientras la imagen de ese hombre aún la tenía grabada en la memoria, y por más que cerraba los ojos, no se iba.

Sintió que las lágrimas se formaban en sus ojos, pero no se permitió derramarlas. No iba a perder la compostura así.

― Llegué a emergencias, luego de la hora de descanso...―de repente, se detuvo, sin siquiera haber comenzado bien el relato. Ella se había tardado en la habitación de descanso, alargando la ida a la emergencia. Si ella se hubiese ido con Shana, Rachel e Iain, ¿ese hombre se habría salvado? 

Medicina de Emergencias #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora