― Keira, sigue.
La voz del Dr. Frederick la sacó de sus cavilaciones. Ella lo miró a los ojos.
― Cuando llegué, la gente le estaba gritando a Shana y ella lloraba.
― ¿Por qué le gritaban? ―Keira dudó, y el rubio frunció el ceño, fijándola con la mirada. Podía ser intimidante cuando quería― Keira.
―Ellos dijeron que Shana se negó a atender al paciente.
El Dr. Frederick aspiró aire abruptamente, sorprendido.
― ¿Qué ella qué? ―se recostó de la pared frente a ella. No es que el cubículo fuese muy grande, tampoco.
― Eso fue lo que me dijeron, pero no ahondé demasiado. Corrí a asistirlo, pero... ―se quedó callada.
El Dr. Frederick le dirigió una mirada suave, pero Keira desvió sus ojos al suelo. Sentía un peso en el pecho, y algo le susurraba al oído que era un nudo de sentimientos. Su mente evocó la imagen de la señora que lloraba en la sala, y se le astilló el corazón.
¿Por qué no pudo salvarlo? ¿Por qué no tenía los conocimientos?
Bruscamente, recordó su poder y se miró la palma de la mano, casi en trance. Había olvidado su capacidad de mantener los signos vitales de un paciente. Ciertamente no la tenía desarrollada por completo, ni conocía el alcance de su habilidad, pero pudo haber cambiado el desenlace de la historia.
Observó su otra palma, y una gota cayó sobre ella. Keira ni siquiera se movió para limpiar la otra lágrima que comenzaba a deslizarse por su mejilla, pero sí apretó la mandíbula. No iba a sollozar, no iba a sollozar...
Lo primero que la impactó fue el perfume masculino del Dr. Frederick, antes que sus brazos la encerraran en un cálido abrazo. El rubio colocó su barbilla sobre su cabeza, al tiempo que Keira apretaba su camisa en sus puños.
― Lo siento, yo lo intenté...
― Está bien, Keira, todo está bien ―él deslizaba su mano por su espalda, tranquilizándola.
Ella no sentía que merecía ese consuelo. No era así como trabajaba el mundo. En cualquier momento, el Dr. Simmons atravesaría esa puerta, buscando respuestas en ella. Keira no sentía otra cosa sino repulsión por su fracaso, pero una duda se escurrió en la bruma de malestar: ¿qué sucedería con su carrera? ¿Y si la expulsaban?
Se sentía cansada, y lo único que quería en ese momento era cerrar los ojos y dormir, aislarse mentalmente. Si sólo hubiese llegado antes... Nada le aseguraba que ese hombre se hubiese salvado, pero quizá su corazón pesaría menos.
― Cuando estaba haciendo el año rural ―comenzó el doctor, y su voz la envolvía de la misma manera en que sus brazos lo hacían―, me enviaron solo, como sabrás que se hace, a una comunidad algo alejada de la ciudad ―Keira apoyó la frente en su hombro, atenta―. Estaba nervioso pero, al mismo tiempo, emocionado: por fin iba a emplear todos los conocimientos que tanto había acumulado en los años de la carrera.
Keira sintió que la voz del doctor tenía un tinte extraño, pero no sabía definirlo. Él continuó.
― Me sentía poderoso sobre esas personas de la comunidad, porque ellos me necesitaban y dependían de mí. Sin embargo, un día me llevaron a una mujer que tenía una crisis hipertensiva y estaba inconsciente ―ella sintió como la garganta del rubio trabajó al tragar―. No sabía qué hacer: no recordaba ningún medicamento para ese cuadro clínico y me quedé congelado en la entrada del consultorio. Estaba solo, ni siquiera tenía personal de enfermería, porque estaba de reposo.
Keira intentó apartarse de los brazos del Dr. Frederick, pero el rubio la estrechó con más fuerza.
― Casi muere en mis manos, Keira, y sólo logró sobrevivir porque salí de mi trance y llamé a un amigo, quien me indicó lo que debía hacer. Tú intentaste hacer todo para salvarlo, te movilizaste; yo ni siquiera podía oír otra cosa que no fuera el latido de mi corazón, ensordeciéndome los oídos.
Ella envolvió sus brazos alrededor de su cintura, dándole el mismo consuelo que él le había proporcionado a ella.
― Hoy, sin verte, sé que estuviste fantástica, Keira. Nunca olvides que no siempre se puede derrotar a la muerte: ella consigue una manera de salirse con la suya.
Keira suspiró, un poco más calmada. No podía decir que ese recuerdo no la atormentaría por mucho tiempo, pero en ese momento, en los brazos del Dr. Frederick, sintió un poco de alivio.
― Gracias, Doctor ―ella sonrió con su bata blanca antes de que él la dejara ir.
El Dr. Simmons apareció en el umbral de la sala de yeso, y Keira sabía que estaba evaluando el poco espacio que la separa del Dr. Frederick. Sin embargo, no hizo ninguna referencia. Keira se limpió con delicadeza las mejillas, y observó a los ojos al doctor.
― Keira ―él dijo, con su voz profunda―, necesito tu versión de los hechos.
¿Su versión? ¿Es que acaso alguien le había contado algo? Él lo hizo sonar como si alguien la hubiese señalado. Keira introdujo bastante aire en sus pulmones, y le contó al Dr. Simmons todo, recordando cada detalle, aunque se le hiciera difícil. Su mente, como medida de protección emocional, prefería dejarlo todo en la penumbra de su memoria.
El Doctor no le quito la vista de encima en ningún momento. Keira se sentía como un insecto en un microscopio.
― Keira ―comenzó el Jefe de Medicina Interna, luego de un denso silencio―, Shana me dijo todo lo contrario. Dijo que tú le habías impedido asistir al paciente.
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Medicina de Emergencias #PNovel
Short StoryKeira es una estudiante de Medicina que ni siquiera ha llegado a la mitad de la carrera. No tiene experiencia con los pacientes y aún debe aprender a diferenciar los instrumentos quirúrgicos. Pero eso está a punto de cambiar. Inscribir una materia...