Primera Vista

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Keith iba corriendo por la calle, abriéndose paso entre la multitud de gente, empujando, disculpándose, regalándole miradas apenadas a la gente que lo volteaba a ver con el ceño fruncido. Él sólo quería llegar a la audición a tiempo, por el amor de dios. ¿Acaso el mundo no podría detenerse lo suficiente para que el chico pudiera llegar a su destino antes de las dos de la tarde?

No, claro que no.

Keith revisó la hora en su teléfono que llevaba agarrado en su mano, tan fuerte que la pantalla se había empañado por su calor corporal. Una de la tarde con treinta y dos minutos. Soltando un gruñido desesperado y rezándole a cualquier dios o diosa allá afuera, Keith se metió a las escaleras que llevaban al tren subterráneo de un salto y las bajó corriendo.

—Uh.. donde estás, estación veinticinco... dónde estás —moviendo sus ojos desesperadamente, siguió corriendo hasta que llegó a la estación veinticinco y soltó un suspiro de alivio.

La pantalla de la estación atiborrada de gente esperando la llegada del subterráneo gracias a que era la hora pico, marcaba que el tren llegaría en dos minutos.

Justo a tiempo, pensó Keith con una sonrisa de lado.

Si hubieras salido más temprano del departamento, nada de esto hubiera pasado, le recordó su inconveniente subconsciente.

Keith deseó poder golpear a su subconsciente, pero como eso probablemente requeriría golpear su propia cabeza, frente a toda esa multitud, prefirió no hacerlo.

En su lugar, comenzó a calcular cuánto tiempo le llevaría llegar al lugar de la audición.

Okay, en un minuto llegará el tren, a la 1:35; después, se tardará como unos diez o quince minutos en llegar a la otra estación, osea que probablemente llegaré allí a la 1:45 o 1:50. El café está a unos diez minutos si corro lo suficientemente rápido, así que técnicamente llegaría a la hora exacta, si todo sale como lo planeo, pero—

El grito del tren llegando a la estación cortó sus pensamientos abruptamente. Todas las personas a su alrededor comenzaron a moverse de un lado a otro y acercándose más a la orilla, empujando a Keith con ellos. Cuando el tren se detuvo y las puertas se abrieron, Keith se ajustó las agarraderas de su mochila fuertemente y corrió abordo para encontrar un asiento desocupado.

Afortunadamente, en la cabina a la que se había metido no había mucha gente que viniera de las estaciones anteriores, así que pudo encontrar un buen asiento individual pegado a la puerta corrediza opuesta de la que había entrado. Movió su mochila para protegerla entre sus brazos de cualquiera que insinuara robarla (había tenido malas experiencias en subterráneos antes), sacó sus audífonos y puso un poco de música para relajar sus nervios y su ansiedad.

La suave, profunda voz de Tracy Chapman llenó los oídos de Keith, y este cerró sus ojos por unos minutos, descansando su cabeza de lado sobre la superficie de la ventana. La música lenta de los ochenta era una de sus favoritas y los primeros álbumes de Tracy Chapman eran unos clásicos que él amaba. Casi nadie de sus amigos conocía a la cantante, y los que sí la conocían se burlaban de él. Pero no le importaba; los temas que Chapman trataba en sus canciones eran cosas que nadie decía, pero que todos sabían que existían, y a Keith le gustaba ese sentimiento protestante que surgió en los sesenta y siguió hasta los ochenta en la música estadounidense.

El tren dio un movimiento tan brusco que hizo que la cabeza de Keith rebotara contra el vidrio, despertándolo de su ensueño junto con un gruñido enojado. Frotando la parte de su cabeza que se había lastimado y abriendo los ojos, Keith se dio cuenta de que toda la gente a su alrededor estaba aplaudiendo. Extrañado, pausó su música e inspeccionó la cabina en busca de la causa de los aplausos.

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⏰ Última actualización: Jun 01, 2017 ⏰

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