El reloj apenas marcaba las 10:01 de la noche, sentada en la mesa de la cocina en mi silencioso hogar, lo único que me acompañaba esa noche era una copa y una botella de vino con un nombre no sabía pronunciar.
Tenía muchas cosas en qué debía pensar, en la presentación que debía hacer al día siguiente y el montón de trabajos cuya fecha límite se acercaba sin ninguna intención de tardar, sin embargo, a pesar de que era mi deber ocuparme de tales tareas mi cabeza vagaba por un lugar totalmente diferente, ignorando toda responsabilidad y cosas de adultos para centrarme en algo que probablemente no era lo más importante, pero para mí tenía un peso en mi vida que no me dejaba caminar con tranquilidad.
¿Alguna vez ustedes han sentido eso? Algo allí en tu pecho, que a veces se duerme y te deja tranquila por unas horas, pero en el momento más vulnerable vuelve y te hace sentir pesada, intranquila, como si hubiera un asunto el cuál nunca terminaste de resolver.
Podría ser de cualquier cosa en realidad, amor, amistad, trabajo y mucho más. Pero ese sentimiento en común está allí. Como un pequeño monstruo en tu cabeza que no pretende dejarte en paz.
Vengo a hablar de eso, de algo que a lo mejor no es tan interesante para muchos, pero para mí, ese sentimiento que cuelga en mi cabeza como constante recordatorio de aquello que pasó, ha tenido un papel en mi día a día más de lo que me gustaría admitir.
Hay un momento, cuando el pequeño monstruo nace, ese día donde ocurrió algo que te dejó destruida por días, por semanas, tal vez por meses. En ese momento el sentimiento es insoportable, inmanejable, sientes que tu vida será dominada por este durante años y que te consumes dolorosamente. Sí. Por muy exagerado que suene, algo así sientes, o al menos eso sentí yo.
Lo sentí la primera vez siendo una niña, conocí al primer pequeño monstruo que se sentó a mi lado para quedarse, trayendo consigo una maleta donde cargaba culpa y odio por mí misma. Aún sigue ahí, por supuesto. No tenemos una buena relación aún.
Y a lo largo de los años llegan más inquilinos a mi cabeza, más fastidiosos que otros. Unos hablan todos los días y los conozco bastante bien. Otros en cambio llegan en el momento oportuno para clavarme un cuchillo y arruinar esos momentos de felicidad donde te parece que nada puede salir mal, y otros solo permanecen en silencio y su simple presencia es suficiente para molestarme. Hoy en día tengo uno favorito, es bastante reciente comparado con todos los que adquirí hace años, y me atrevería a decir, ha sido el más molesto. Me recuerda cosas que hice de las que me arrepiento y recuerdos felices que quiero suprimir para siempre de mi cabeza. Parece que mientras más creces, cada vez llegan peores.
Lo curioso de estos sentimientos, para mí, es que a pesar de que su intensidad y efecto en ti decaen pasa el tiempo. Nunca desaparecen, parecen inmortales. Y ojalá solo lo parezcan y no lo sean.
Pero yo pienso que es normal ¿No? Todos nos sentimos así inevitablemente. Y a pesar del dolor que a veces reviven, son una muestra de todo lo que he tenido que atravesar, y al final este pensamiento sirve de consuelo y reprime a ese fastidioso monstruo en mi cabeza y amigos.
Si he pasado por todo ello, entonces supongo que soy mucho más fuerte de lo que habría pensado. No sé muy bien si realmente lo soy, pero sigo aquí, viva, siento el frío que pasa por la ventana y el ardor del alcohol en mi cuerpo. Eso debe significar algo. Y creo que tú también puedes darte cuenta.
Con todo esto, te das cuenta de que a pesar del tiempo, de la insoportable inmortalidad de estos sentimientos de dolor y culpa que te persiguen desde ese día, si sigues aquí, si seguimos en este sitio aún tratando de lidiar con ello y cargar ese peso día a día, entonces no hemos dejado que esos pequeños monstruos ganen. Y creo que reconocer esa fortaleza, ese esfuerzo que cada día hacemos, es tan importante como reconocer a aquellos que les ganan. Sé que algún día desaparecerán.
Espero que ese día llegue pronto.
