5 - A punto de embarcar

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Jer, relajado, amaneció extremadamente alegre por su inminente viaje. Era aquella misma tarde, rondando las ocho, y tenía casi todo listo para poder marchar con absoluta tranquilidad.

Comió en la intimidad de su casa, luciendo una desgastada camiseta con algún agujerillo y manchas imborrables que hacía juego con lo que una vez fue un pantalón corto de su equipo de fútbol. Estaba solo, así que no se preocupaba en absoluto de si su atuendo era un caos o no; solamente le importaba estar cómodo.

Salió del pisito sobre las cuatro y media de la tarde, verificó que su ya destartalado coche estaba bien aparcado ya que no quería que se lo llevase la grúa, y se dirigió a la parada de bus más cercana, dos manzanas más abajo en su misma calle. Allí, tomó el transporte en dirección al aeropuerto de Barajas y empezó a sentir una presión en el pecho que ya conocía bien.

Le gustaba viajar, debía reconocerlo, pero el montarse en un avión no siempre se le antojaba buena idea. A veces se notaba esa presión en el pecho, como si se le encogiese el corazón, y, cuando se hallaba ya sentado en su lugar y con el cinturón puesto, un insoportable cosquilleo se apoderaba de su cuerpo. Ya asumía que aquello seguiría sucediendo, pues no pensaba renunciar a los viajes que tanto amenizaban su vida.

Cuando quiso darse cuenta y regresar a la realidad, estaba girando la última esquina antes del aeropuerto. Era un lugar que ya conocía bien. Las primeras veces, no podía evitar perderse y sentirse como un inútil, pero con el tiempo fue pillándole el tranquillo y tardaba mucho menos sabiendo dónde quedaba cada cosa. Bajó del vehículo que le había llevado hasta allí a cambio de unos eurillos y que le evitaba tener que meterse con el coche en pleno ajetreo madrileño y dejarlo en el aparcamiento de pago del aeropuerto. Aquel aparcamiento era tan caro como acostumbraban a serlo los de aeropuertos y estaciones de trenes , por lo que no convenía dejarlo allí al tratarse de un viaje medianamente largo.

Mientras caminaba y se adentraba en el edificio, iba pensando en cómo iba a organizar el tiempo de que disponía para realizar el reportaje fotográfico y, al mismo tiempo, disfrutar de Suiza. Quería vivirlo, no sólo retratarlo, y quería conocer gente, a poder ser alguna mujer guapa a la que después no volvería a ver. Siempre lo hacía; en cada viaje trataba de confraternizar con el género femenino que -aún a día de hoy le sorprendía- no parecía reacio a tener más que palabras con él.

Eran las seis y diez cuando se puso en la cola para uno de los mostradores de facturación. Aquello estaba, como acostumbraba, a tope de gente y las empleadas parecían no dar abasto pero se esmeraban, en su mayoría, en sonreír a los que, como él, esperaban facturar sus maletas y ponerse a esperar la hora de embarcar.

Celia estaba ya desesperada de esperar su turno. Había un sinfín de mostradores para facturar y todos estaban operativos, por lo que no podía comprender que aquello fuese tan lento, hasta el punto de casi parecer que no avanzaba. Tomaba pocos vuelos; bueno, en realidad era el segundo que tomaba en su vida y del anterior hacía ya años luz, por lo que estaba medio perdida, agobiada y aburrida de esperar. Menos mal que no había ido justa de tiempo, sino capaz era de perder el vuelo, se decía.

Varias filas a la izquierda de la mujer, Jer estaba casi a punto de facturar su equipaje. Él se mantenía en calma, aunque no le agradaba el esperar tanto para hacer las cosas, pero sabía que cuanto más desesperase, peor.

Eran pasadas las siete cuando se sentó en un asiento de la espaciosa sala, cargando con el maletín de su ordenador portátil, con unas marcas en relieve que no alteraban el color negro del material. Sentado, por cinco minutos nada más según se propuso, repasaba mentalmente sus planes y si se dejaba algo por hacer. Recordó que no había llamado a su padre para pedirle que, de tanto en tanto, se pasase por el lugar en que había dejado el coche aparcado para asegurarse de que todo estaba bien. También quería pedirle que le recogiese el correo y que al subirlo cambiase la altura de las persianas. Era una manía que tenía. Odiaba pensar que algún ladrón se podría dar cuenta de que no estaba al ver el correo acumulado o las persianas siempre bajadas. Por eso, tenía un acuerdo con su padre para que se encargase de hacer lo pertinente para que pareciera que el piso no estaba vacío.

Celia se dirigía a los asientos, a esperar el llamado para subir al avión, cargando con el bolso y el pc metido en la funda negra nueva, comprada hacía poco más de un mes. Era negra, de un material acolchado y suave por fuera a la vez que rígido por dentro. Había querido el modelo que tenía impresas una serie de flores pero estaba agotado, así que optó por el que tenía actualmente que era algo más sobrio pero seguía gustándole. Su móvil sonó y ella lo sacó del bolsillo del pantalón para responder. Aceptó la llamada y se detuvo ante el primer hueco que vio disponible en la larga hilera de asientos, colocando sus bultos sobre uno de ellos.

Plantó el trasero en la dura superficie y escuchó a Ruth, al otro lado, diciéndole que todo estaba hablado ya con el jefe y que no se preocupase porque él entendía la situación y estaba agradecido con ellas por las molestias que se tomaron en avisarle y mantenerle al corriente. Celia suspiró aliviada y pudo percibir como alguien a su izquierda, un par de asientos más allá del suyo, la miró brevemente. Volteó levemente para poder ver de quién se trataba, no fuese a ser que se conocieran, y vio a un varón que, en cuanto ella posó sus ojos sobre él, miró de nuevo al frente.

Jer carraspeó molesto; era consciente de que aquella mujer seguía observándolo, casi retándolo por haberla mirado. Decidió fijar su vista en ella nuevamente; si tenía algún problema, que se lo dijese.

Ella le mantuvo la vista fija, esperando que dijese algo, aún con el aparato en la oreja. Jer no comprendía la mirada de aquella mujer, como si estuviese disgustada, ¡y ni siquiera se conocían! Ella retiró el móvil y lo bloqueó antes de introducirlo de nuevo en el bolsillo, sin mirar lo que hacía provocando que el movimiento resultase casi mecánico. Sus ojos parecían llamear y Jer, debía reconocerlo, estaba medio hipnotizado por ellos.

Un melodía proveniente de los altavoces repartidos por todo el lugar, indicó que iban a dar un aviso, y los sacó de su propio mundo de miradas extrañas, haciéndolos regresar al presente y a la realidad de que iban a tomar, cada uno por separado, un vuelo a distintos destinos.

Amor 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora