Puede ser que lo que voy a contarte no te interese lo más mínimo. Por dicha razón, no me entretendré. Me llamo Iwell Tannabee, y esta es mi historia.——————————————————
El día 1 de Enero de 1312 nací. Y, pese a lo que la mayoría piensa, sí. Fue en Suecia. Más específicamente en su capital, Estocolmo. Mi padre era, por aquel entonces, un duque gordinflón y estúpido; que dejó embarazada a una prostituta persa el mismo día que falleció su primera esposa a causa de la fiebre amarilla.
De aquella extraña relación nací yo. En las cocinas del palacio, entre sábanas y cazuelas. En cuanto mi padre me sostuvo en sus brazos, mandó asesinar a mi madre y me encerró en un torreón del castillo junto con un ama de cría.Durante años, me dediqué a mirar por la pequeña ventana de mi habitación, deseando saber más del mundo en el que vivía. En los dieciséis años que pasé allí, mi padre sólo vino a visitarme el día de mi cumpleaños. Así que, en total, recibí dieciséis regalos con los que jugar durante mi infancia.
No conocía del exterior más que las historias que mi nana, Ybrïde, me contaba. Fábulas y cuentos sobre príncipes a lomos de dragones, de damiselas en apuros, de tesoros ocultos en las frías aguas bálticas...
Así que, todo lo que hacía era imaginarme a mí mismo como el héroe de aquellas historias.Pero, de pronto un día, todo cambió. Pocos meses después de que tuviera lugar mi décimo sexto aniversario, recibí la visita de mi padre. Aquello me sorprendió sobremanera, pues sólo veía a aquel hombre extraño una vez al año. Y, prefería que continuase siendo así.
La puerta se abrió, y aquel viejo gordo -que habría sido atractivo en otro tiempo, pero al que el alcohol y la buena vida habían pasado factura- me estrechó entre sus brazos, con jovialidad.- ¡Hijo mío!- exclamó. Después, tomó mi mentón con los dedos y me observó detenidamente-. Qué apuesto eres. Igual que tu madre- dicho esto, soltó una risa sonora-. Ahh... Escucha, mi principito cautivo. ¿Te gustaría salir de aquí?- propuso. Yo me encogí de hombros, algo intimidado.
Acostumbrado a mi burbuja de silencio y soledad, no me sentía cómodo entre los abrazos de aquel individuo al que apenas conocía y que me había encerrado toda mi vida en una alta torre. ¿La razón? La desconocía. Al igual que el porqué de tanta amabilidad tan repentinamente.- ¿Sábes qué día es hoy, Iwell?- me sorprendió que conociese mi nombre. Pues, lo cierto era, que ni siquiera me lo había puesto él. De todas formas, negué con la cabeza ante su pregunta-. Hoy, querido hijo, es el día que tú serás un príncipe. Y, yo seré el rey- mi padre habló con orgullo. Como si lo que deseaba hacer ya se hubiese cumplido. Y, como lo único que deseaba era poder alejarme de aquellas cuatro paredes de piedra, accedí a hacer todo lo que él me ordenara.
Y, así fue como, tras dieciséis años de cautiverio, salí por fin a la luz del Sol. No me malinterpretes, me encantó. Pero, no podía mantener la vista apuntando al cielo encapotado más de diez segundos. El brillo del Sol, aunque tenue, me quemaba los ojos.
Cada pocos metros que andaba, me mareaba (acostumbrado a caminar tan sólo los escasos diez metros cuadrados de mi torre).Pero, pronto logré sobreponerme. Me vistieron como el príncipe que debería haber sido, más nunca fui; y me montaron en un caballo, rumbo a un reino cercano. Alvheim. Y, el motivo de ello era el cumpleaños de un niñito de trece años. El príncipe Arie Fleury. El heredero al trono de Suecia, y de quien se narraban gestas y profecías, que eran más falsas que Judas.
Mi padre me habló de él. De su arrogancia y su pose aristócrata. Me dijo que no merecía ser rey algún día, y que yo ocuparía el lugar de príncipe heredero. Mi padre era hermano del rey. Y, no pudo optar al trono por ser el menor. Eso lo enfurecía. Pero, más lo enfurecía que un niño de trece años fuese más poderoso que él.¿Qué tenía ese infante, que hacía perder los nervios a un hombre como mi padre?
No tardé en comprenderlo.Cuando llegamos al palacio de Alvheim, me quedé atónito ante tal belleza. Aquel lugar parecía la morada del mismo Dios. Los reyes nos dieron una cálida bienvenida y nos invitaron a pasar al comedor.
Durante el tiempo que duró las cena no hubo rastro del príncipe Arie. Quizás no era más que un cuento, como tantos otros. O eso pensé.El baile comenzó, presentando a los reyes Svante y Åsa. Después... Como en un sueño, apareció él. Y, oh... Dios. Jamás en toda mi vida había visto una criatura tan bonita. Era alto para su edad, y delgado. Pero, su rostro era angelical. Casi... Divino. Tenía el cabello rubio como rayos de Sol, largo y rizado tras las orejas, y recogido por una diadema de oro. Su piel era de la más fina porcelana. Dos lunares sobre la mejilla y otro, más grande, en la barbilla. Su carita infantil, era sin embargo fría como el hielo. Y, unos ojos de diferentes colores inspeccionaban la sala con gran inteligencia. Uno verde, el otro negro.
Caminó junto a sus padres con el desenvolvimiento y la pompa que caracterizaba a los de su clase, y no me dirigió ni una sola mirada. Más yo quedé embelesado de aquel ángel, y supe que querría protegerlo con mi vida. Cuán desafortunado fue que él desapareciese de mi vista más velozmente que las golondrinas en invierno.
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Broken Crown
Historical FictionHace un año, Leifrerin Fleury murió; dejando a su hermano pequeño Arie sólo y cargando con la corona de Suecia. Ahora, él tiene 22 años y se siente muerto por dentro y fuera. A pesar de que ser el rey era todo lo que él creía desear, siente que ese...