II

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Dylan aprieta mi brazo fuertemente durante un segundo, antes de aflojar su mano por completo y dejarla caer a un lado suyo.

Hago lo mismo y el cuchillo cae de mis manos. Las miro: mis dedos, mis palmas y mis uñas están cubiertas de sangre, al igual que mi ropa y todo el suelo de la cocina. En ese momento recupero el control de mi cuerpo.

Me levanto y miro a mi alrededor. Hay sobre el mármol del suelo un gran charco de sangre; y ya que las alacenas, mesas, sillas y alfombras están salpicadas también, la habitación entera parece la habitación de un matadero.

Me dejo caer de rodillas a los pies de Dylan al ver su cuerpo inerte, justo en el centro del charco de líquido de intenso color rojo.  Miro con horror su rostro: aquél que siempre había estado lleno de vida, y de un delicioso color cálido ahora está pálido y vacío. Tiene los ojos en blanco y no ha quedado en su expresión el menor rastro de lo que fue antes de quedar inerte. Toda su vitalidad y su atractivo han desaparecido... y yo fui quien terminó con todo eso.

Me llevo las manos a los oídos y me los tapo firmemente mientras grito con todas mis fuerzas. La furia y la ira han desaparecido por completo, pero hora se han transformado en horror y desesperación.

—¡¡¡NOOOOO!!! —grito mientras lloro, observando con incredulidad la escena hasta donde me lo permiten mis ojos inundados en lágrimas.

Me detengo un segundo para mirar la ropa de mi amado. Lu camisa, que solía ser de un hermoso color azul, ahora está casi completamente teñida de rojo y repleta de agujeros. Esa camisa que alguna vez le regalé en un gesto de amor, ahora ha quedado completamente arruinada luego de recibir todo el impacto de mi repentina e incontrolable ira.

Me levanto rápidamente, incapaz de estar tan cerca de él por un segundo más. Mi cuerpo comienza a temblar de manera desenfrenada al mismo tiempo que un intenso frío me recorre lentamente la espina dorsal. De pronto, una sensación extremadamente desagradable de desesperación me invade el cuerpo entero y se apodera de mí. Me abrazo con fuerza y me froto violentamente la piel con esperanza de quitármela, pero la sensación no cede. Unas fuertes arcadas me sacuden de repente el cuerpo y no puedo hacer mucho para evitar el vómito.

Me dejo caer de espaldas al suelo y me quedo sentada recargada en la pared de la habitación, me tapo la cara con ambas manos y por entre mis dedos miro con horror el resultado de lo que acabo de hacer. En ese momento el ambiente se llena de un silencio espectral, no existe ruido alguno además del de mi agitada respiración y el de los desesperados latinos de mi corazón. Todavía no puedo creer lo que acaba de ocurrir. A gatas me acerco lentamente al cuerpo de Dylan y me siento a un lado suyo. Pongo mi mano sobre él y siento la piel de su brazo, que sigue tibia. Y luego miro su rostro.

No puedo ni reconocerlo. Aún tiene color, pero en su expresión ha quedado una mueca que denota perplejidad. Sus ojos, tienen los párpados entrecerrados y su mirada se siente completamente vacía. Y entonces, al mirarlo, me doy cuenta de que será justo así como lo recordaré por siempre, Que cada vez piense en él, inevitablemente, ésta será la escena aparecerá en mi mente y será es la mirada que no podré jamas borrar de mi mente. Ya no recordaré más al Dylan sonriente y vibrante que siempre fue, sino que en su lugar, recordaré esta última expresión, exactamente la que estoy viendo ahora... la mirada que ha quedado grabada en su rostro justo después de que lo asesiné.

Pensar en eso me hace romper en un llanto desconsolado e incontrolable. Hundo mi cara llena de lágrimas en su pecho y le lloro a quien amé tan profundamente. Lo que siento ahora, es una sensación tan desgarradora que no puedo describir y que no se parece a nada que hubiera sentido antes. No soy capaz de concebir la atrocidad que acabo de cometer. Me maldigo internamente por el daño irreparable que le he causado, y porque es, a la vez, el mismo daño que me he hecho yo al perder a quien más amaba en el mundo.

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