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PRÓLOGO | TED Talk

Long Beach, California - 2023

Nervioso pero temeroso, comenzó a dar los primeros pasos hasta que se situó en el centro con la mano levantada y un dron sobrevolando a su lado. Los flashes y los aplausos invadieron la silenciosa estancia de aquel lugar. Era un sitio importante, donde daría a conocer sus propuestas de mayor importancia. Encetaba su charla. Tragó saliva y comenzó a hablar:

- A T.E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia, inglés de la cabeza a los pies, le gustaba apagar una cerilla ardiendo apretando dos dedos. Cuando su colega William Potter le pidió que revelara el truco, cómo era capaz de apagar la llama de una forma tan eficaz sin quemarse los dedos, Lawrence se limitó a sonreír y dijo: "El truco, Potter, está en que no te importa que te duela". El fuego que danzaba en el extremo de esa cerilla, fue un regalo del titán Prometeo, un don que robó a los dioses. Cuando atraparon a Prometeo y le juzgaron por su sustracción, los dioses... podríamos decir que reaccionaron de una forma un poco exagerada. Al pobre hombre le ataban a una roca mientras un águila le abría la tripa y le devoraba el hígado una y otra vez, día tras día, noche tras noche. Y todo porque nos dio el fuego, nuestro primer verdadero avance tecnológico. El fuego... En el año 100 000 antes de Cristo, las herramientas de piedra; en el año 4000 a. C., la rueda; en el siglo IX d. C., la pólvora, que cambió bastante las reglas del juego; en el siglo XIX, ¡Eureka, la bombilla! Siglo XX, el automóvil, la televisión, las armas nucleares, la navegación espacial, Internet; siglo XXI, la biotecnología, la nanotecnología, la fusión, la fisión y la teoría M. Y eso solo fue la primera década. Ahora estamos a tres meses de iniciar el año de nuestra era, 2023. En este momento de la humanidad, somos capaces de crear seres cibernéticos, a los que dentro de pocos años serán imposibles de distinguir de nosotros. Esto nos lleva a una conclusión evidente: nosotros somos ahora los dioses.

En el monento que calló, el respetuoso silencio se convirtió en una muchedumbre de comentarios de asombro fundidos uno sobre otro creando un suave y reberverante ruido homogéneo. Entonces miró serio al público, y concluyó:

-Aquellos que ya me conocen, tendrán claro a estas alturas que mi ambición no tienen límites. Saben que solamente me conformo con la grandeza, o con morir intentando alcanzarla. Aquellos que todavía no me conocen, permitirme presentarme: me llamo Peter Weyland, y si no tienen inconveniente, me gustaría cambiar el mundo.

Pausó por segunda y última vez. La ovación del público quebró de nuevo el silencio de la espectación, dando un final vehemente a su gran discurso. Con su ducho lenguaje y su tergiversadora sonrisa, se pudo ganar al público.