La mujer de las rosas negras.

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                                                       Et lux in tenebris Lucet

                                               "Y la luz brilla en las tinieblas"

                                                                                      -Evangelio de San Juan







     Y allí estaba ella, tan pálida como un fantasma, con su cabello negro, enmarañado, sin brillo; mostraba una sonrisa hipócrita, desinteresada, forzada. Sin vida.

     Cada día la veía con su mismo aspecto, sucio y sin cuidado; pero aun así, me enamoraba cada segundo de ella, de una desconocida que en la calle entregaba rosas negras.

     Su aspecto esquelético le daba un aura espectral, aterradora, tétrica; como si la propia oscuridad le hubiese consumido el alma. Aun así ella me interesaba; las tinieblas que esparcía eran más luminosas que la claridad de la vida.




     Cada segundo que pasaba, me veía hechizado en su mirada sin esperanzas. Sus orbes oscuros mostraban un aliento de agonía que parecía absorberme en lo más profundo de la noche; allí, donde los demonios descansan.

     Sentía a mi corazón latir tan rápido que pensé que algún día estallaría... y moriría; dejándome llevar por el profundo abismo que el infierno representaba; dejándole a las ardientes llamas carbonizar mi piel, hervir mi sangre e incinerar mi alma hasta que quedara completamente destruida, sin que quedara ni una partícula de ella; sin que quedara ni una insignificancia de mi ser.




     Pensé en acercarme a ella muchas veces, pero mi cobardía no me lo permitía.

     Me imaginaba una vida con ella, existiendo juntos en el fin del mundo mientras veíamos el hermoso crepúsculo, sentados en una montaña de cadáveres.

     Me imagina la vida con ella, disfrutando la destrucción del universo, riéndonos acerca de la felicidad y deleitándonos sobre nuestra no-ida al cielo.

     Me imaginaba mi vida con ella, llegando hasta la fascinación del excitamiento, extinguiéndome con sus fríos besos hasta que mis labios murieran.

     Me imaginaba nuestra vida, sí, con ella, pero al fin y al cabo sólo eran efímeras quimeras, producto de un pensamiento corrompido, depravado y putrefacto formado por la sociedad al pasar de los años.




     Es increíble como el amor, la pasión, el deseo pueden hacerte adentrar a un precipicio de aflicción hasta introducirte completamente en la pérdida de tu cordura. Empecé a adorar con tanta vehemencia a una forastera hasta comenzar a delirar, entrando en una condena que a cada rato me torturaba.

     Quedé atado a una melancolía tenebrosa de la cual no pude salir. Era tan apasionante verla hasta internarme en una demencia insana, que incluso, la consideraba lujuriosa.

     Tenía un desequilibrio mental tan grande que era imposible volver a pensar con prudencia.




     Su peculiar belleza me tenía maniático, trastornado, loco.




     "La psicodelia nocturna" —como yo lo llamaba— recorría una fuerte marea carmesí hasta llegar a mi sensatez; a mi razón; a mi cabeza; mientras dejaba que sus colores embelesaran mi raciocinio hasta volverme un imbécil. Dejaba que destruyera mis neuronas para poder tener la satisfacción de verla a ella y así, disfrutar de su espléndida magnificencia a pesar de que sólo eran ilusiones que no duraban la vida entera.




     Es increíble como el amor, la pasión, la obscenidad pueden hacerte adentrar a un precipicio de aflicción hasta introducirte completamente en la destrucción de tu existencia.

     Fui pulverizándome hasta convertirme en una completa basura.

     Fui pulverizándome hasta convertirme en una completa escoria.

     Fui pulverizándome hasta convertirme en, simplemente, mierda.




     Me dejé exterminar por una fantasía, hasta finalmente dejarme caer en las manos de la eliminación.




     En un momento de ceguera vi a la muerte acercarse. La frialdad de su presencia me quemaba el interior de mi cuerpo, causando un dolor intenso en todo mí ser.

     Quedamos frente a frente, sintiéndome intimidado por su apariencia.

     Me entrega una rosa negra; se quita la capucha que rodeaba su rostro e inmediatamente la vi a ella.




     Caí en las garras de la muerte.




     Atrapó mi corazón y lo destruyó sin remordimiento alguno.

     Aun así, su crueldad me pareció demasiado hermosa.




     Tomó mi cara entre sus congeladas manos y con un beso succionó mi alma.

     Con un beso me llevó a una eterna agonía.

     Con un beso hizo que me sintiera vivo, a pesar que mi espíritu se había ido por completo.

La mujer de las rosas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora