La isla de Temiscira era solamente poblada por mujeres amazonas es decir, guerreras. Su líder era Hipólita la reina de aquel sitio, ella no estaba sola tenia la compañía de su hijo varón regalo de Zeus, Stan.
El pequeño recién había entrado en los cinco años, tenía un coeficiente bastante elevado, ya que ahí poseían grandes libros y las mujeres tenían una sabiduría increíble. El estaba totalmente interesado en las batallas, siempre veía a su tía Antiope, eso despertó su interés. Pero su madre estaba totalmente en contra, quería que su hijo viva en total paz hasta cumplir la mayoría de edad.
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Un día sin compañía de su madre, salió del palacio, fue a un lugar "secreto" que era el campo de entrenamiento donde su tía dirigía y reforzaba la manera de luchar de sus amazonas, el estaba totalmente sorprendido por el fugaz movimiento al atacar que tenían las mujeres.
—Yo quiero pelear así como tu, Antiope—Habló el infante imitando aquellas posiciones de batalla.
La rubia mujer sonrió y le asintió levemente.
—Podria enseñarte algunas cosas, contigo peleando seras alguien invencible, tan poderoso que derrotarías al mismísimo dios de la guerra, Ares.
"Ares" ese nombre lo sabia del derecho y el revés, su madre siempre le contaba cosas no tan gratas sobre el, el había sido castigado por Zeus, su padre había sido desterrado de absolutamente todo. El dios de la guerra, amaba el caos y la destrucción, como se dañaban mutuamente.
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La noche había caído fugazmente, el pequeño Stan estuvo toda la tarde enfocado en Ares, quería saber todo sobre el, porque poseía tanta maldad, Antiope le había explicado todo lo que sabia, pero para el no era suficiente.
Como todas las noches su madre le contaba interesantes historias sobre los dioses griegos, eran seres totalmente increíbles y poseían cualidades sublimes, totalmente encantadoras a los ojos del pequeño semidios.
—Esta noche, mi pequeño te contare la historia sobre mi y esta espada, que le tengo tanto aprecio—habló la diosa, mientras traía en sus manos una filosa espada de color plateada.—la "matadioses", con esta pude vencer a Ares, ese día había terminado junto con el caos, luego de eso tu padre lo desterró totalmente, dicen que esta muerto, pero es claramente imposible el es un ser poderoso y fuerte no seria destruido tal fácilmente.
Sus verduscos ojos se posaron en aquella espada, esa era la que había mencionado su tía. La espada que su madre tanto apreciaba, esa era la que había ocasionado que el caos acabase, se podría decir que era un héroe, pero el héroe era quien la portaba.
—Tu sabes que no quiero que pelees, eres lo único que tengo, pequeño. Gracias a Zeus quien te dio la vida, puedo tenerte a mi lado.—Habló Hipólita besando dulcemente la frente de su hijo.
El sabia que tenía que luchar, la sangre de guerrero corría por sus venas. Debía proteger a aquella isla de amazonas, donde estaban las personas que el tanto quería.
Estaba decidido que el pelearía y protegería a su madre.
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Los años pasaban cada vez más rápidos, la edad de Stan era de 12 años, al pasar los días su fuerza aumentaba aun mas, era el mejor guerrero después que su tía. Le faltaba mucho por aprender.
El entrenamiento era bastante doloroso y cansador, pero el de ojos azules estaba satisfecho al ver como mejoraba día a día. Se sentía cada vez mas fuerte, tenia que estar totalmente preparado para Ares, el podría estar en cualquier lado. Era el hijo de un dios, podría estar donde se le antojase.
—¡No debes distraerte!—habló su tía golpeándolo con su espada, obtuvo un leve rasguño en su muñeca haciendo que sangrara un poco.
Todo se volvio un total silencio, la mirada de las amazonas estaba centrada en lo mas alto. Allí estaba su reina, Hipólita mientras con suma sorpresa miraba a su hermana e hijo, entrenando cosa que ella le había prohibido totalmente. Sentía decepción al ser desobedecida por su propio hijo, pero estaba encantada al ver en la manera en la que sabia defenderse, sus movimientos eran fugaces.
Los años pasaban rápidamente, Stan llegó a la edad de 18 años, era un joven hermosisimo por así decirlo. Sus rizos azabaches eran totalmente hermosos, sus ojos azules penetrantes que brillaban cada vez que entrenaba, su rango subía al pasar de los años. Era un guerrero hecho y derecho, la versión masculina de su tía.
