/Capítulo 1\

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El día estaba cálido. Bianca se estaba alistando para ir a la preparatoria donde impartía clases de literatura. Arregló su falda de tubo color negro y su blusa de tirantes de seda fina color marfil y encima se colocó una chaqueta a juego con la falda. Los tacones altos que llevaba la hacían lucir una figura de muerte, estilizada y sofisticada.

Ella era hermosa, sus ojos azules claros intensos se podían confundir con el cielo despejado, sus labios rojos y delgados en forma de corazón, le parecían apetecibles a cualquiera. Las finas facciones de su rostro, le daban crédito al excelente cuerpo que portaba aquella mujer de veintidós años recién graduada.

Llevaba casi un año trabajando para esa institución privada, primero había entrado con la oportunidad de hacer sus pasantías universitarias; el director, al ver el desempeño de la joven y lo bien que era recibida por sus alumnos, decidió darle la oportunidad de contratarla de manera fija cuando obtuviera la especialidad. De eso ya habían pasado seis meses. Las clases las impartía de manera dinámica, le gustaba que sus alumnos conversaran con ella, interactuaban y de ese aprendían más fácil el contenido.

Daba clases al último año de curso, alumnos de diecisiete años. Unos aplicados y otros desordenados, pero al fin y al cabo, con ella se portaban más que bien y debía agradecer esa consideración que le tenían.

Bianca apresuró el paso para llegar a la parada de buses. Maldijo internamente al ver la larga fila esperando al transporte público, miró la hora en su celular y decidió tomar un taxi. No había tiempo para esperar que toda esa fila se vaciara, llegaría tarde de ser así. No le gustaba ser impuntual.

Unos minutos después el taxi estaba aparcando en la salida del instituto, pagó la tarifa y bajó. Caminó hasta adentrarse en las instalaciones, observando el estacionamiento lleno de autos de algunos estudiantes y profesores. Saludó a varios colegas y alumnos a medida que iba caminando por los pasillos largos que conducían a las diferentes aulas.

Llegó a la suya y dejó la carpeta con los papeles que tenía adentro y se sentó en su silla de escritorio a revisar algunos exámenes que tenía pendiente por corregir. Aún faltaban diez minutos para que la hora comenzara y como era de suponerse los estudiantes aún no llegaban. La mayoría siempre esperaba a que faltaran dos minutos para entrar. De repente la puerta se abrió y su atención en las hojas, se vió interrumpida con la llegada de uno de sus alumnos.

Era Tobías Masson, uno de los estudiantes de la preparatoria más codiciado por las chicas, aunque se rumoraba que no se había acostado con ninguna y nadie sabía la razón. El chico alto, de cuerpo atlético y musculoso aunque para nada exagerado, ojos ámbar y cabello rubio oscuro, de diecisiete años, era una tentación para ella. Se obligó a sí misma a apartar la mirada y volver su atención a los exámenes.

—Buenos días profe —saludó el joven con voz fuerte y firme.

—Buenos días Masson —contestó ella con tono seco e indiferente.

Tobías hizo una mueca en sus labios, que ella no pudo ver. Él llevaba un año de su estadía en la preparatoria observándola, admirando sus gestos, su comportamiento y su belleza, se podía decir que ese año había tenido un amor platónico por ella. Platónico, porque era su profesora, mayor que él y además era ilegal involucrarse con un alumno y más siendo menor de edad. Por otra parte, él pensaba que ella nunca podría fijarse en alguien como él, sin importar que ese mismo año iba a graduarse e ir a la universidad y dentro de unos pocos meses cumpliría la mayoría de edad. Él era invisible para ella.

Ella apretó sus piernas ante sus pensamientos pecaminosos sobre ese chico. Estaban solos en el aula, aún faltaban siete minutos para que las clases comenzaran y ella podía en ese corto tiempo, besarlo hasta robarle el aliento y dejarlo con ganas de más. Estaba deseando como nunca, que él la tocara y ella dejarse llevar, llevándolo al placer extremo de sus caricias y besos, pero tuvo que apartar sus pensamientos pues sus bragas ya estaban lo suficientemente húmedas para seguir pensando en ese imposible.

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