/Capítulo 4\

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A la mañana siguiente de haber tenido ese encuentro explosivo en el baño con Tobías, Bianca se despertó un poco tarde. Le había costado dormirse a pesar de que estaba cansada y su parte más íntima, le dolía una barbaridad.

Despertó sintiéndose vacía en la cama y giró la cabeza para darse cuenta que el vacío que sentía era porque el chico no estaba a su lado. Agarró la almohada donde posó su cabeza anoche e inhaló fuertemente, dejándose cautivar por el olor masculino del chico. Cerró los ojos y soltó un suspiro, se levantó de la cama de repente sintiendo una incomodidad allá abajo, sonrió recordando lo bien que la pasaron el día anterior y entró al baño para acicalarse.

Media hora más tarde, Bianca estaba saliendo de la habitación para ir a la cocina a preparar el desayuno. Tenía hambre y necesitaba comer pronto o se desmayaría.

El olor de tocino y pan tostado inundó sus fosas nasales y caminó más de prisa para encontrarse con la espalda ancha y musculosa de Tobías. Se deleitó con la vista y lo examinó de arriba a abajo: su cabello revuelto por las horas de sueño, su espalda al descubierto porque no llevaba camiseta, pantalón de chandal holgado color negro, enganchado a sus caderas, dejando ver el elástico del bóxer color azul eléctrico de Hugo Boss.

De repente un carraspeo la sacó de su escrutinio y sus mejillas se encendieron cuando su vista chocó con los ojos ámbar del chico.

Tobías sonreía arrogante, la había pillado viéndolo y que lo condenen si no le había gustado verla toda maravillada comiéndolo con la mirada.

Se dió la vuelta con el plato del desayuno en manos.

—Buenos días Bianca —saludó él con voz ronca.

Ella le sonrió tímidamente y se sentó en el taburete de la cocina. Vió la comida y la boca se le hizo agua.

—No sabía que cocinabas. —comentó ella.

Tobías tomó una jarra de jugo del refrigerador y la sacó, colocó dos vasos de vidrio en la encimera, junto con el café.

—No sé cocinar mucho, solo preparo desayunos y cenas. Básico. —explicó él mordiendo su sandwich de pan tostado, jamón serrano, queso blanco, tocino, huevo, ketchup y mostaza.

El de Bianca era igual. Ella al probarlo gimió de satisfacción. El sándwich estaba riquísimo.

—Está muy rico, te felicito. —halagó ella.

Él se rió.

Desayunaron en silencio. Tobías la miraba comer y más le fascinaba esa mujer.

Bianca por su parte, sentía la mirada penetrante de él, pero no sé atrevía a mirarlo de vuelta. Su cabeza era un enjambre de pensamientos y no quería complicarlo más, para ella, él solo debía ser el amante del momento, no podía aspirar a nada mayor. No le convenía.

—Hay una cascada cerca —dijo Tobías interrumpiendo el silencio que se había creado—. Me gustaría ir.

Ella asintió y lo miró.

Ese chico era tan malditamente hermoso, que su aliento quedaba atascado con solamente verlo. Por eso no se permitía verlo demasiado y lo trataba distante, no quería incrementar su atracción por él.

—Claro ve, no hay problema. —sonrió tensa.

Tobías frunció el ceño y la miró arqueando una ceja.

—Bianca —ella lo miró de nuevo—. Quiero que vengas conmigo.

Ella lo miró por unos minutos pero luego se obligó a apartar la mirada. Sus ojos ámbar eran dos pozos dorados y la hipnotizaban.

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