-Soy tu siervo. Manda y obedeceré.
Se hallaban en el mismísimo sitio donde todo había comenzado. El joven albino miraba a la dama directo a los ojos, aunque su mirada no reflejaba sentimiento alguno; eran como los de un pez muerto sin ambición, deseo o arrepentimiento. Como un ser que se dejaba arrastrar por la corriente, aunque ella sabía que no se trataba de eso.
Era inteligente; si ya la había engañado una vez seguro lo volvería a intentar en cuanto le diera la espalda.
-No confío en ti, desaparece.
Se miraron fijo por unos segundos más, mismos que parecieron eternos hasta que finalmente ella apartó la mirada.
-No me sigas.
Tomó entre sus manos los pliegues del vestido para que no se manchara, y entonces comenzó a andar a través de los pasillos que ambos ya conocían tan bien. Yendo directo a donde hace seis años.
La joven avanzó sin mirar atrás, consciente de que su orden no sería acatada. Y en efecto, a cada paso se escuchaba el ruido de un par de botas siguiéndola a través de los charcos de agua.
-En aquel momento esperaba que te quedaras conmigo, pero te marchaste. También te pedí que no me hicieras daño, pero destruiste lo que era más importante para mí. ¿Cómo te atreviste a volver?
-Sé que no me harías daño, por más rencor que me tengas.
El muy miserable la había calado bien.
-No podría hacerlo aunque quisiera, no tengo arma con la cual herirte y además -se detuvo un momento-... no mancharía mis manos con la sangre de alguien como tú, que sólo sabe de traiciones y engaños.
Guardaron silencio y continuaron su camino. A medida que avanzaban el joven se percató de que poco o nada había cambiado en el pueblo desde su partida. Las marionetas llamadas hombres seguían combatiendo contra el enemigo de su imaginación, las calles conservaban sus tonos lúgubres e intentaban sobrevivir al paso de los años y por los cientos de escaleras a través de las cuales pasaban seguían adornando los cadáveres de las diferentes criaturas sacrificadas por los sacerdotes, emulando con sus costillas los garrotes de una enorme prisión llamada Rafitra.
Llegaron frente a un par de enormes puertas, mismas que la joven separó con apenas pasar su mano sobre una abertura entre ambas. Estas se abrieron dándole la bienvenida y el albino tuvo que apresurarse para no quedar fuera pues había estado guardando su distancia de ella, quedando varios metros por detrás.
No fue lo bastante rápido y las puertas cerraron, dejando sólo la mitad de su cuerpo dentro del recinto y sacándole gritos de dolor por lo pesadas que eran y la presión que ejercían en sus costillas.
Forcejeó y se retorció hasta que al fin estuvo del todo adentro. Luchó por recuperar el aliento colocando una mano sobre la garganta y otra sobre la rodilla para darse soporte; más que recuperarse se veía fatal, como un pez fuera del agua o un recién nacido en posición fetal. Así duró unos minutos hasta que fue capaz de levantar la vista y buscar a la joven de cabellos dorados.
Ahí estaba ella, frente suyo sobre un trono hecho por el mismísimo pueblo para que descansara su Diosa y velara por ellos desde ahí. Parecía ajena a todo lo que sucedía a su alrededor y el hecho de que él estuviera siendo torturado hasta hace poco le pasaba de largo, como si nada tuviera que ver con su persona.
-No eres la misma niña que recuerdo de aquel entonces, te has vuelto muy fría.
El albino logró hacer que su expresión cambiara con aquella declaración. Su ceño se frunció y el sonido de la madera crujiendo por su agarre se pudo escuchar alrededor.
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Presos de las circunstancias
Short StoryAdaptación de la película animada ''Tenshi no tamago''. No indispensable haberla visto. María se esforzaba por sobrevivir en el semi-abandonado pueblo de Rafitra, cuidaba de sus cosas preciadas, llenaba recipientes con agua como si fuese el mismísim...