Capítulo 10

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A la mañana siguiente escucho los gritos de mi papá antes de que amanezca. No pude dormir mucho, y ya es la segunda noche que duermo mal. Mi mal humor es peor que el de ayer, pero despertarme así me hace sonreír. No sé quién es Lelé, no sé qué quiere Dante de mí, pero creo que hasta que no se meta con mi mamá nada puede salir muy mal. Me estiro en mi cama, tapada hasta el cogote con el acolchado, mientras escucho los gritos provenientes del garaje donde mi papá guarda su preciada camioneta.

—¡Se supone que tiene que estar muerta! —grita, mientras revolea algo que parece un plato.

Estoy por levantarme, pero un sonido me deja petrificada. Parece el ruido que hacía mi celular cada vez que llegaba un WhatsApp. Salvo que no es mi celular: es un modelo cinco años más viejo. Un Iphone 3. El mío era un Iphone 6S.

—¡Te odio! —grito, sabiendo bien quién es el culpable del retroceso de modelo.

Dante: Tendrías que haber pensado en las cámaras de seguridad, Wayra. 10:20.

Frunzo el entrecejo.

Wayra: No hay cámaras de seguridad en mi casa. 10:20

Dante: En la entrada principal sí hay. ¿No es medio raro que nadie haya entrado ni salido de la casa pero la camioneta aparezca toda rayada? Tu papá podría sospechar. 10:21

Wayra: ¿Y entonces? 10:21

Dante: Cuando vos fuiste yo fui, volví, fui de nuevo, volví otra vez y así hasta el infinito. 10:22.

Un segundo después, escucho a mi mamá gritando abajo.

—¡Cortaron la cámara de seguridad de la calle!

—¡Ahora también los muertos son hackers de cámaras de seguridad! —le responde mi papá y ahí va el segundo plato roto de la mañana.

Tiro el celular al piso y sorprendentemente no se hace ni un rasguño. Los celulares de antes claramente duraban más.

Mientras escucho al tercer plato de la mañana estrellándose contra el piso de la cocina, me quedo un segundo mirando la foto de mi hermano fallecido. Si Iván estuviese acá ahora, todo sería tan diferente... Tal vez mi papá nunca tendría que haberse refugiado en el alcohol y yo tendría un mejor amigo incondicional que me protegería ante toda adversidad. Pero no lo tengo, porque el mismo día que cumplió doce, se suicidó. Tendría Síndrome de Asperger y la sonrisa más linda del universo. Pero murió antes de que yo fuese lo suficientemente grande para apreciarlo. No puedo explicar lo que me lamento no haber vivido más a mi hermano mayor. Deslizo suavemente mi dedo índice sobre su foto que está colgada sobre mi panel de corcho, el cual está lleno de recuerdos, tanto lindos como feos. En la foto está Iván alzándome en su espalda mientras que ambos, vestidos con ropas veraniegas, nos reímos como si no hubiese mañana.

Largo un suspiro y salgo de mi habitación, todavía vestida en mi pijama favorito. Salto los escalones lo más rápido que puedo y le grito a mi papá que deje de romper la vajilla porque si no vamos a terminar comiendo en el mantel.

—¡Dejá de decir boludeces, Wayra! ¿Vos viste como me dejaron la camioneta? —y rompe el cuarto plato—. ¡Ni siquiera terminé de pagarla!

Doy un salto para esquivar los fragmentos de porcelana que se dirigen a mi pierna sin control. Me salvo por un milisegundo.

—¿Qué pasó? —digo tratando de disimular.

Frunzo el entrecejo al ver, justo atrás de mi papá, a Matilde dando vueltas en la cocina con un rosario en la mano y hablando bajito.

WayruruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora