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Notas: antes de empezar, coged vuestro café, té, palomitas o lo que sea, porque va para largo :v (va para largo aka 2258 palabras)

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    Suspiró exhalando pesadamente el aire que había retenido en los pulmones antes de inspirar con fuerza de nuevo, llenando sus fosas nasales de un perfume mezcla de naranja y canela. También olía a sal.
    ―¿Podrías no hacer tanto ruido? Se te escucha a medio kilómetro a la redonda... ―gruñó una voz delante suya, aún adormilada.
    ―¿Sabes? Me gustas más así... ―murmuró, liberando el aire contenido y volviendo a inhalar el olor que desprendía su acompañante. La persona en sus brazos se revolvió, probablemente para encararle.
    ―Ni siquiera tienes los ojos abiertos, no puedes saber cómo estoy. ―respondió, de manera ácida. ―Y deja de olisquearme el pelo, ni que fueras un perro...
    ―Pero puedo sentirte... Estás desnudo. ―sonrió. La expresión se le contrajo cuando notó una rodilla presionando bajo su esternón.
    ―Eres un bruto... ―se quejó.
    ―Y tú un pervertido...
    Abrió los ojos, mirando el rostro de su compañero. Le acarició el cabello castaño y sonrió ampliamente.
    ―Sí... Definitivamente estás mucho mejor así. ―se reafirmó, desviando la vista hasta la ropa tirada en el suelo antes de incorporarse con rapidez y dirigirse al armario. Descolgó una camisa de franela a cuadros rojos y negros y se la pasó al chico tumbado en la cama.
    ―Ehm... Voy a por algo de desayunar. ―y desapareció por el estrecho pasillo, haciendo crujir las escaleras de madera mientras bajaba a la cocina. No había pasado ni un minuto cuando volvió a escuchar la madera gemir de manera espantosa bajo sus pies. Puso toda su atención en el sonido. No, no eran pies, sonaba más como... ¿uñas arañando el parqué? No tuvo tiempo de desarrollar su idea cuando un gran danés de color gris ceniza decidió que su estómago era una buena almohada.
    ―¡Ah! ¡Maldición! ―chilló el muchacho, espantado. ―¡Jack, haz algo con tu perro!
    El joven subió a toda prisa, con un par de tazas de café en las manos y se quedó mirando la escena: a su invitado intentando apartar el hocico de la enorme mascota, entre consternado y muerto de risa por las cosquillas que le producía el hocico del animal. Cuando el chico de camisa roja y negra se percató de la presencia de Jack, lo increpó:
    ―¿Vas a ayudarme o a quedarte ahí como un pasmarote?
    Su anfitrión se percató de que no había cruzado el umbral de la puerta, así que bajó la vista y dio unos pasos hacia delante. Agarró al perro del collar y lo alejó de la cama antes de que al otro chico le diese un ataque. Una vez consiguió tumbar al can a los pies del colchón, recuperó las tazas del escritorio y ofreció una.
    Ambos dieron un sorbo.

*  *  *

    Caminaba tranquilamente por la playa, con las zapatillas en una mano y la correa en la otra, hasta que un grito lo sobresaltó. Corrió hacia el chico.
    ―¡Lo siento! ―se disculpó en cuanto hubo enganchado la cadena al collar de su perro y apartado al can del muchacho. ―¿Estás bien?
    El joven lo miró con el ceño extremadamente fruncido y aparto el brazo que le tendía el dueño del perro con un manotazo, de mala manera, antes de gritarle:
    ―¡No! ¡No estoy bien! ¡Ese bicho peludo se me ha tirado encima! ¡Pesa una tonelada! ¡Y ha estado a punto de matarme!
    Por la cabeza de Jack cruzaron varios pensamientos: primero, si consideraba a un perro como el suyo una bola de pelo, ¿cómo sería cuando encontrase a un collie?; segundo, es imposible que Pol pesara una tonelada (que vale, que era un gran danés y era un can enorme, pero no pesaba tanto, ¿no? Empezaba preocuparse por que a su mascota le entrara complejo de gordo); y tercero, Pol nunca había mordido a nadie, ni digamos de matar.
    ―Probablemente quisiera jugar, no creo que atentara contra tu vida. ―se limitó a contestar, sonriendo. Eso solo provocó que el otro chico juntara aún más las cejas.
    ―¿Sí? ¡La próxima vez le tiraré a esa cosa un yunque en la cabeza y luego hablamos!
    Suspiró. Parecía un tipo de los que no paraban hasta que les pagaras los daños o algo así...
    ―¿Qué quieres? Te lo compensaré.
    Sin embargo, el otro no le dejó ni terminar la pregunta:
    ―¿¡Que qué quiero!? ¡Que mantengas a ese bicho atado y lejos de mí!
    Jack lo miró de hito en hito, como si estuviera loco. Normalmente exigían un montón de "reparaciones de daños físicos y morales" y cosas por el estilo a cambio de no chivarse a los policías (ya que, aunque nadie solía decir nada, llevar perros a esa playa estaba prohibido).
    ―¿No vas a pedirme dinero o algo?
    ―¿Qué? ―ahora fue el turno del otro de mirarle como si se le hubiera ido la olla. ―¡No!
    Pero pareció pensar algo, porque rápidamente añadió:
    ―Aunque... Puedes invitarme a un helado. ―hizo una breve pausa y le echó una ojeada al perro. ―Pero mantén eso lejos de mí.
    Jack accedió, suspirando. Podría haber sido peor, se dijo mientras ambos empezaban a caminar hacia la heladería más cercana.

El chico del vestido rojo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora