Lana

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Ibamos rápido, no había palabras para describir la incómoda atmósfera que nos rodeaba, no había ruidos excepto la tormenta que se presentaba afuera de la burbuja de tensión en la que estabamos.

Padre manejaba la camioneta, Madre revisaba su celular, su dedo vagando en la pantalla. Miraba fotos de cuando yo era pequeña. Odiaba con mi alma ver fotos viejas, cuando era feliz e inocente.

Que envidia a mi pasado, que tristeza al presente y que miedo al futuro.

Yo, estaba en mi mundo, llorando en silencio, con la música casi al tope, mientras podía ver como las gotas de lluvia tocaban la ventana y se iban, jugando carreras imposibles por el cristal.

Me sacó de mi estado de reposo una luz fuerte, muy brillante, un rayo impactando en un árbol cercano, me asusté, miré al frente, la bocina, el camión, las luces, la caída, las miradas de mis padres y sus palabras silenciosas de despedida.
Definitivamente pasó muy rápido, todo mientras la música llenaba mis oídos.

Quizá todo tenía que ser así, mi muerte iba a ser poco noble, nada significativa, nadie iba a llorar por mí.
Iba a ser parte de un porcentaje calculado por gente que no conocía, a mi funeral iban a asistir personas que no sentían ni la más mínima lástima de mí, que estarían allí solo para aprovechar la situación, que no sabían nada, que no vivían nada. Unos malditos cuervos sobrevolando la carroña para poder comer hasta saciarse e irse.

Pero, eso es lo que tiene la vida, es impredecible, como una barca a la deriva sin remos ni tripulación, no hay dirección exacta, no hay ruta para seguir.
Creo que es por eso que sigo aquí, no igual que antes, nunca más, pero si viva, llena de heridas, recuerdos y cicatrices.

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