—La licencia de pesca y los otros papeles —se dijo Laura a sí misma. No sabía cómo se le había acabado ocurriendo, pero debía agarrarse a aquella fugaz idea como si su vida dependiese de ello y, en parte, dependía porque en aquel lugar prácticamente era imposible subsistir sin un salario.
Una de las normativas en torno a la pesca dictaba que los hijos varones podían desempeñar la actividad profesional de sus padres en caso de fallecimiento. Esto les otorgaba una plaza directa en alguno de los limitados navíos dedicados a la captura de peces.
El único problema que encontró Laura en su planteamiento fue el de ser mujer. Las regulaciones eran claras: ella no podría heredar en su situación actual. ¿Qué podía hacer?
Hablar con el alcalde para que regulase la situación era una opción a tener en cuenta, aunque este nunca se había mostrado a favor de que las mujeres trabajasen, llegando incluso a prohibirle a la suya que desempeñara cualquier tipo de actividad profesional. El sitio de muchas mujeres, según él, era en la casa, dedicadas a servir al hombre y a cubrir todas sus necesidades, como tantos muchos hombres pensaban en aquel tiempo.
Una vez la joven descartó varias posibilidades más, creyó que había dado con una que podía funcionar, a pesar de que era arriesgada. Treinta minutos más tarde, ya estaba realizando preparativos para llevar a cabo su plan con ilusión. Por fin iba a despedirse de aquella fábrica en la que tantas horas había pasado y que tanto aborrecía.
Los rayos de Sol iluminaban las aguas cercanas a la zona portuaria. La brisa procedente del mar comenzaba a suspirar, templando la temperatura del aire y haciendo que aquel día primaveral fuese agradable para los santoñeses y santoñesas.
Laura se encaminó hacia el puerto dispuesta a conversar con el responsable de la embarcación en la que su padre había trabajado durante más de la mitad de su vida. Su espalda ancha y la popularidad del hombre le convertían en fácilmente reconocible, por lo que sería muy sencillo localizarle. Las manos de la joven temblaban, haciendo que los papeles que creía necesarios para llevar a cabo su plan se agitasen.
—Buenos días —comenzó diciendo Laura esforzándose por hablar con un tono de voz muy grave.
—Buenos días —contestó el hombre extrañado. Le sorprendió ver a alguien nuevo en el puerto a aquellas horas, cuando tan poco tiempo faltaba para salir a faenar.
— Tú eres el patrón del barco, Sancho, ¿no? —preguntó la muchacha. Su nerviosismo era más que evidente.
—Sí, soy Sancho ¿por? —inquirió él de forma seca.
—Verás... mi tío Andrés murió hace más de una semana y en la herencia me dejó estos papeles para poder trabajar en el barco —contestó Laura entregando un manojo de papeles revueltos de diferentes colores. Mientras que unos eran blanquecinos, otros ya estaban amarillentos y algo ajados.
—Déjame que en un ratillo leo los papeles. A ver entonces tú eres su sobrino... ¿De quién eres hijo? —preguntó Sancho con curiosidad.
—Yo soy hijo de Fran y Martita —respondió Laura.
—¡Ah, coño!, ¡El hijo de Fran! Hace mucho que no le veo, desde que tus padres se fueron a Colindres no han vuelto a pisar por aquí. Ya son años.
—Si bueno, yo nací ya allí; llevo toda la vida —afirmó la muchacha para después centrarse en lo que creía más relevante—. Bueno y el caso es que, como te he dicho, mi tío me ha dejado estos papeles y justo yo estoy buscando trabajo, así que si necesitas que alguien cubra el puesto, pues aquí me tienes.
—Pues sí, necesito a alguien que cubra el puesto. Tú eres un poco flacucho pero si me demuestras que sabes trabajar bien el trabajo puede ser tuyo —dijo Sancho cruzándose de brazos.
—¿Cuándo puedo empezar? —preguntó Laura ciertamente interesada en la oferta de empleo que ella misma había conseguido por méritos propios.
—Vente mañana mismo más o menos veinte minutos antes de cuando zarpamos hoy, que es en unos cinco minutos.
Laura asintió y terminó por marcharse de aquella zona. Su plan había funcionado a la perfección; por una vez en su vida de algo le habían servido sus rasgos exageradamente masculinos. Siempre había sabido que no era una mujer bella, pero hasta el día anterior no se había dado cuenta de que su gran nariz y su contorno facial anguloso eran más propios de un hombre que de una mujer.
No tenía ganas de ir a casa para tener que dar explicaciones a su madre. Su cabello, que tan solo una decena de horas antes había sido una mata de pelo liso castaña, ahora apenas tenía varios centímetros de longitud, luciendo algún que otro trasquilón.
Cuando abrió la puerta de la vivienda consiguió escabullirse rápidamente a la planta superior sin ser vista por Ana. Después, una vez ya estuvo en su habitación, se colocó un sombrero campana de color negro que ocultaba todo su cabello. Un minuto más tarde Laura estaba cambiando la camisa de cuadros azules y blancos que había decidido lucir por una prenda más femenina. También cambió el pantalón que tan ancho le quedaba por una falda larga negra.
—Hola, madre —saludó Laura preocupándose realmente por su madre.
—¿Ya estás de vuelta?,¿Por qué no estás en la fábrica? —preguntó curiosa Ana. Su aspecto erafantasmagórico, las ojeras cubrían su rostro y se notaba cómo su cuerpo habíaadelgazado bastante. Apenas comía debido a su estado emocional.
—¡Tengo grandes noticias! ¡Me han promocionado para que supervise parte de la producción a partir de mañana! —exclamó la muchacha fingiendo alegrarse exageradamente.
—¡Oh, hija! ¡Eso es maravilloso! Por fin recibimos una buena noticia. Después de lo de tu padre yo no podría soportar algo malo otra vez —indicó Ana sonriendo ligeramente. Desde que Andrés había fallecido era la primera vez que mostraba su sonrisa desdentada, lo que era señal de que quizás aquella mujer todavía podía encontrar fuerzas para seguir viviendo.
—Sí, madre, no se preocupe. Ahora no vamos a pasar penurias —dijo la joven tomando de las manos a su madre suavemente.
Tras unos segundos de silencio en los que madre e hija unían sus miradas para comprenderse y sentirse arropadas la una por la otra, Ana se dio cuenta de un detalle que llamó su atención.
—Hija, ¿y ese sombrero? , ¿Por qué lo llevas en casa?
— Es para guardar luto a padre. No me lo voy a quitar hasta que pasemos el duelo —mintió Laura—. A partir de ahora voy a llevar el pelo recogido y el sombrero todos los días.
Ana se extrañó al oír lo que comentaba su hija, pero le pareció bien que guardase el luto de aquella manera, por lo que no continuó haciéndose preguntas acerca del aspecto de Laura.
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La Conservera #GK2017
Short StoryLa vida de Laura Helguera cambia bruscamente de la noche a la mañana. Sin apenas ingresos, debe dejar su labor en la conservera y buscar un nuevo camino más fructífero. ¿Será capaz de llevar a cabo una labor realizada únicamente por hombres en la ép...