Sin rumbo

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Sus pasos eran fuertes y duros, sus suspiros resonaban por todo el primer piso, obviamente se trataba de mi tío Euracio. Su nombre no era tan común como el mío, Florent.

Mi tío y yo, junto con mi perro Douglas, vivimos en la poca conocida ciudad de Brest, en Francia, junto a una hermosa biblioteca y con un patio enorme en el que se guardan la mayor parte de los recuerdos de mi infancia.

La ruidosa llegada de mi tío a la casa aquel día no pasó desapercibida. Comenzó con un breve sonido de una puerta golpeándose, lo que indicó que él había ingresado como lo hacía habitualmente cuando no le fue bien o no quería comunicarse con nadie por algo que le obligaba a apurarse en lo que llegara a ser.

Si en algún momento llegásemos a comparar la habitación de mi tío con la mía, yo soy el rey de un imperio. A mi tío no le interesaban para nada los espacios grandes, ya que él siempre se ha sentido más acogido en un lugar pequeño.

Ese día, al escuchar entrar a mi tío directamente a su habitación, se me ocurrió pasar a preguntarle por qué estaba tan molesto o tan apurado. Al ingresar a su pieza, que por cierto lo hice muy cuidadosamente por si estaba molesto, me percaté de que su cara no reflejaba ningún grado de enojo, al contrario, estaba tan feliz como si se hubiera ganado uno de esos concursos de los que aparecen en televisión.

-Éste es el día más feliz de mi dura vida, querido - dijo emocionado. -¿Cuál es el motivo de tanta emoción tío? - atiné a preguntar. - Lo que sucede querido sobrino es que he descubierto, en mi visita al centro de recolección de "Village", todo sobre la verdad más buscada de las últimas décadas. La muerte del mundialmente conocido presidente Kennedy-

Me quedé durante unos segundos helado, más que por la afirmación, por lo que ésta podría traer consigo. -Pero tío, eso ocurrió hace años, miles de teorías dan vuelta por el globo, la verdad está oculta y seguirá así- opiné.

Sin dejarle espacio para responder, fui al lugar donde recurro para tranquilizarme en momentos de tensión, el baño. Al salir me topé con mi tío mirándome, esperando que yo respondiera que sí a alguna posible pregunta que me hiciera en su condición de oportunista, pensando en el momento. La misma no tardó en llegar, saliendo velozmente de su boca mientras exhalaba el humo de su cigarro, - Escucha Florent, empaca tus maletas porque nos vamos. Nos vamos a la capital del mundo, Washington D.C -

Al escuchar este mandato me quedé boquiabierto. Primera posibilidad, me estaba quedando en mi mundo de fantasías y lo que escuche fue obra de un lapsus onírico; o mi tío no estaba razonando con la debida sensatez. - ¡No! de ninguna manera puedes estar hablando en serio- -¿Qué?,  ¿Por qué dices eso? Es la oportunidad de hacer algo monumental, la vida nos puso un destino, nosotros somos los encargados de cumplir el encargo - continuaba diciendo.

- ¿Cómo se te ocurre hacer algo así? Hay que dejarle este trabajo a las grandes instituciones, alguien que tome las riendas en el asunto. Dudo de tu capacidad de razonamiento en este momento - le dije finalmente. - No te estoy preguntando, sobrino mío, es una obligación que vengas conmigo. No te quiero poner en riesgo pero es crucial que me acompañes -

Yo, a mis 15 años todavía soñaba con tener un gran futuro y todo lo que eso conllevaría, pero no lo lograré en la cárcel y mucho menos en un hogar de menores, lugar al que llegaré cuando ingresemos ilícitamente a la Casa Blanca o por cualquier otra locura que se le llegase a ocurrir a mi admirable y aventurero tío.

Con la fuerte reacción de mi tío no se me ocurrió nada mejor que hacerle caso e ir a mi habitación, donde tomé la maleta más grande que tenía y me puse a elaborar la lista de cosas que llevaría. La puse encima de mi cama y fui leyendo:

El extraño caso del presidente KennedyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora