Prólogo

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El caballo hunde los cascos de sus patas traseras en la tierra para tomar impulso y alcanzar la cima de la colina. Yo me inclino hacia delante para aliviar el lomo del animal del peso, procurando no aplastar a mi hijito, que está santado en la silla frente a mí, e intento no mirar al vertiginoso abismo que se abre a nuestros pies. Durante un momento angustioso el caballo castaño y blanco resbala hacia atrás. Por fin, tras un último y tremendo esfuerzo, alcanzamos la cresta  del elevado paso de montaña.

-¡Pegar a papá!

Rowan, mi hijo de cinco años, se vuelve riendo y trata de golpearme en el labio dolorido y sangrante. Aparto la cabeza para esquivar el golpe. Las nubes se deslizan sobre nuestras cabezas y sopla una fresca ráfaga de aire. A nuestras espaldas, centenares de metros abajo, se extiende el bosque siberiano hasta el infinito y, frente a nosotros, el espacio pelado y desértico de la tundra montañosa.

-¡Nieve!- Rowan señala la amplia franja blanca que sigue adherida a las elevadas cumbres que se alzan sobre nosotros, donde un par de cuervos surcan el viento graznando furiosos-.¡Bajar! ¡Bajar y jugar en la nieve!

Como un hijo normal. Casi.

El caballo, que Rowan ha bautizado con el nombre de Blue, agacha la cabeza para relajar los músculos del cuello después del esfuerzo. Ante nosotros se alza un gran montón de piedras decoradas con calaveras de animales, chales azules de oraciones y plegarias escritas en cirílico sobre unos folios de papel, que el viento agita, sujetos con piedras.

En lo más intrincado de esta montaña vive el chamán de la gente de los renos. Nos ha llevado medio año dar con él. ¿Sanará a mi hijo? ¿Será capaz de hacerlo?

El niño de los caballosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora