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Colgué la mochila en uno de mis hombros y salí de mi habitación intentando no hacer ruido como todas las mañanas. Llevaba viviendo con papá ocho meses, pero para mí todavía era un poco extraño vivir con personas que habían irrumpido en mi vida de forma abrupta.

La segunda planta estaba en silencio, lo que me dio a pensar que, si era lo suficientemente silenciosa, podría bajar hasta la cocina, tomar alguna fruta (o cualquier cosa) e irme rápidamente hasta la escuela sin que papá me viera y quisiera darme un aventón. Tenía bastantes amigos en mi nueva escuela, pero los chicos de los cursos superiores me molestaban diciéndome "la nena de papá" sólo porque él insistía en ir a dejarme para que yo me ahorrara el largo paseo en el autobús escolar.

Elyssa, la nueva esposa de papá, fue amable conmigo desde el primer momento en que llegué a esta casa. Por supuesto, yo no cedí de inmediato, pensando que aquello era un tipo de estrategia de su parte, pero con el pasar de las semanas me di cuenta que no estaba creando ningún plan maquiavélico para que papá me enviara de regreso a Texas.

Ella y papá tenían un hijo de ocho años, Jackson, y me llevaba muy bien con él, a decir verdad. Todos habían sido amables conmigo, siempre estaban preocupados de que no me faltara nada y que estuviera siempre cómoda. Creo que la de los problemas era yo, o eso es lo que dice Mercy, una chica de mi clase que se podría decir, que es como mi mejor amiga.2

—Buenos días, Holly.1

Pegué un salto y miré horrorizada hacia atrás, encontrándome a Elyssa sosteniendo una taza de té humeante en sus manos. Había estado tan absorta en mis pensamientos, intentando ser cuidadosa para que nadie me escuchara que terminé siendo descubierta de igual manera.

Ahora, que estaba de vuelta en la realidad, podía escuchar el constante golpeteo de la cuchara dentro del pocillo de cereales de Jackson, los murmullos de papá mientras que leía el periódico y la televisión en un viejo matinal en la TV que veía Elyssa todos los días.

—Buen día. —saludé resignada, dejando caer la mochila contra el suelo antes de ir a preparar mi desayuno. Ingresé en la cocina y Jack me saludó con la mano mientras masticaba el cereal en su boca— Hola, papá.

—Vaya, pensé que te habías levantado antes para irte al colegio —se burló—. Yo ya te veía peleando las llaves con el portero para abrir el colegio.

Solté una carcajada sarcástica que más bien sonó como un cacareo.

—Tu sentido del humor me encanta, papá.

—Lo sé —dobló el periódico y lo dejó a un lado—. ¿Lista para un nuevo día de clases?

Me serví un poco de café en mi taza habitual y dejé caer mi trasero sobre uno de los taburetes vacíos.1

—Odio los lunes, papá. No entiendo cómo puedes estar tan sonriente un lunes por la mañana.

—Ah, bueno, eso tiene una explicación.

—¿Cuál? —le pregunté y le di un mordisco a un trozo de tocino que estaba en su plato.

—Amo a mi familia y amo mi trabajo.

Alcé las cejas —Que buen argumento, papá. Te felicito.

—Y también, amo ir a dejar a mi hija a la escuela.3

Ignoré su comentario porque sabía que él solo lo que intentaba era molestarme. Me dediqué a desayunar escuchando las vagas conversaciones que mantenía papá y su esposa. Mi mirada se perdió en el anuncio de la nueva teleserie que iban a dar por la televisión abierta. La última escena era la más bonita, a mi punto de vista, porque los ojos del chico brillaban con sólo escuchar el nombre su amada. Suspiré, pensando en que con un padre tan protector como el que tenía nunca podría salir con un chico por más de una semana.

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