PROLOGO

504 1 0
                                    

Soy de un país que nació a medianoche. Cuando estuvea punto de morirera poco después de mediodía.


Hace un año salí de casa para ir a la escuela y no regresé. Me dispararon una bala talibán y me sacaron inconsciente de Pakistán. Algunas personas dicen que


nuncaregresaréacasa, pero enmicorazón estoy convencida de que volveré. Serarrancado del país queamasesalgo que no deseo a nadie.


Ahora, cada mañana, cuando abro los ojos, añoro mi vieja habitación con todas mis cosas, la ropa por el suelo, y los premios escolares en los estantes. Sin


embargo, me encuentro en un país que está cinco horas por detrás de mi querida tierra natal, Pakistán, y de mi hogaren el valle de Swat. Pero mi paísestá a siglos de


distancia por detrás deéste.Aquí hay todas lascomodidades imaginables. Detodos los grifos saleaguacorriente, fría o caliente, como prefieras; luzcon sólo pulsar un


interruptor, día y noche, sin necesidad de lámparas de aceite; hornos para cocinar, de forma que nadie tiene que ir almercado a traer bombonas de gas. Aquí todo es


tanmoderno queincluso hay comida ya preparadaen paquetes.


Cuando miro por la ventana, veo edificios altos, largas carreteras llenas de vehículos que se mueven ordenadamente, cuidados setos y praderas de césped, y pavimentos limpiosen los quecaminar. Cierro los ojos y por unmomento regreso a mi valle -altas montañascoronadas de nieve, campos verdes y ondulantes, y ríos


de fresca agua azul- ymicorazón sonríe cuando recuerda la gente de Swat. Con la mente vuelvo a la escuela yme reúno conmis amigas ymis maestros. Vuelvo a


estarconmimejoramiga, Moniba, y nos sentamos juntas, hablando y bromeando como si nunca me hubiera marchado.


Entonces recuerdo,estoy enBirmingham, Inglaterra.


El díaen quetodo cambió fueelmartes 9 de octubre de 2012. Tampoco era unmomento especialmente bueno, porqueestábamosen plenaépoca deexámenes,


aunquecomo soy estudiosa no me preocupaban tanto como aalgunas de miscompañeras.


Aquella mañana llegamos alestrecho camino de barro que se bifurca de la carretera Haji Baba en nuestra habitual procesión de rickshaws de colores brillantes


echando humaredas de diésel. En cada uno íbamoscinco o seis niñas. Desde la llegada de los talibanes no había ningún signo que identificara la escuela, y la puerta de


hierro ornamentadaen unmuro blanco al otro lado delaleñera no da ningún indicio delo que hay detrás.


Para nosotras aquella puerta era como una entrada mágica a nuestro mundo particular. En cuanto penetrábamos en él nos librábamos de los pañuelos como el


viento que despejalas nubes para dejar paso alsol, y subíamos desordenadamentelaescalera. En lo alto delaescalera había un patio abierto al que daban las puertas


detodas nuestrasaulas.Arrojábamosallí nuestras mochilas y después noscongregábamos paralareuniónmatinal bajo elcielo, firmes, deespaldaalas montañas. Una


niña ordenaba «Assaan bash», «¡Descansad!», y nosotras dábamos un taconazo y respondíamos «Allah». Entonces ella decía «Hoo she yar», «¡Atención!», y


dábamos otro taconazo, «Allah».


La escuela la había fundado mi padre antes de que yo naciera y en lo alto de la pared estaba orgullosamente escrito «Colegio Khushal» en letras rojas y blancas.

Yo soy MalalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora