Desde la tarde de ayer no había salido de mi cama, le dije a mi madre que tenía un resfriado. No quería ir a la escuela. No quería ver a nadie. Sólo necesitaba estar sola, entre las sábanas, caliente y protegida. Nada me pasaría ahí.
—Jess— tocó la puerta mi madre.— ¿Todo bien allá adentro? ¿Quieres que llame un médico?
—No, mamá. Gracias.— respondí sacando la cabeza de las cobijas.— Sólo necesito descansar.
—¿Puedo traerte algo?— insistió. —¿Quieres un té antes de que me vaya?
—Eso estaría bien, mamá.
Ni siquiera tenía ganas de tomar té, pero sabía que eso haría a mi madre sentirse útil. Esa mujer era increíble, una criatura mítica capaz de cumplir con sus turnos de enfermera y mantener la casa en perfecto orden. A veces le remordía la conciencia no haber podido pasar tanto tiempo conmigo como hubiera querido. Yo no la culpaba. Era mi madre y la quería desde antes de conocerla a fondo, como pasa con la mayoría de los padres y sus hijos. Había hecho un buen trabajo criándome ella sola.
Recuerdo que hubo un momento donde le podía contar todos mis problemas, y ella acariciaría mi frente mientras me aconsejaba con la sabiduría que los años regalaban. Después algo pasó. No fue su culpa, más bien creo que fue mía. Me alejé. Ya no era una niña, y debía de resolver mis propios problemas, pero estos se veían tan grandes y yo me sentía tan pequeña.
Al poco tiempo mi madre regresó con una charola en los brazos. Le abrí la puerta y entró, el olor de la taza de té era delicioso y también había traído bizcochos en un platito. Dejó la comida en la mesita junto a mi cama. Y me miró.
Estaba segura que tenía los ojos hinchados y rojos, además no había podido descansar bien. Era un desastre. Vi en su mirada el dolor e impotencia que sentía una madre al no poder defender a su hijo de toda la miseria del mundo. Extendió su delicada mano y acarició mi mejilla.
—¿Qué sucedió Jessie?— dijo con suavidad.
No pude retenerlo más, y lloré como una niña pequeña en sus brazos.
—No lo sé, mamá.— dije entre sollozos. No sabía cómo explicarle. —No sé cómo pasó
—Calma, pequeña.— susurró mientras pasaba sus dedos entre mi cabello. —Sé que cuando tú lo creas necesario, me lo dirás ¿está bien?
Me separé de ella y la miré. También tenía el rostro cansado, y su cabello castaños, sus ojos azules eran como los míos, pero con la edad nunca perdieron un brillo astuto. Llevaba una bata de baño azul cielo y sus pantuflas a juego. Le sonreí.
En ese momento, me sentí más tranquila. Suspiré pesadamente y empecé a contar la historia. Ella me miraba con diferentes expresiones en su rostro, parecía que ahora ella iba a llorar, sus mejillas estaban encendidas y su ceño fruncido. Con sus manos apretaba la tela de su bata. Yo no derramé lágrimas, pero la voz se quebró en algunas partes del relato.
Cuando terminé la recámara quedó en silencio. No sabía que reacción esperar, podía gritar hecha una fiera, llorar como yo, huir, ir y matar a Griffin. Pero sólo se quedó ahí en silencio, mirándome.
Finalmente habló.
—Necesito ir a hablar con el director.— soltó determinada.
Rápidamente todo color fue drenado de mi rostro. Si mi madre le decía al director, probablemente se enteraría toda la escuela y mi vida estaría acabada. Tal vez incluso tendríamos que mudarnos otra vez. Preferiría vivir el resto de mis días en Irlanda con mi abuela, dedicándome al pastoreo de ovejas a tener que pasar por ese calvario.
ESTÁS LEYENDO
Twentieth century boy
FanficMi nombre es Jessamine Bennett, tengo 17 años y problemas para socializar. No soy antisocial, me agrada la gente, pero nunca es mutuo. Mi vida cambió en un sólo día, al conocer a alguien: Un chico del siglo veinte.