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Aquí estoy, acostada en mi cama con uno de mis perros intentando empezar a escribir hace casi media hora. Sin embargo, esta es una historia que se viene escribiendo hace un poco más de tres años. Una vez me dijeron que existen dos grandes amores en la vida, uno que (valga la redundancia) es el amor de tu vida y otro que es tu alma gemela, cosas completamente diferentes. A mis 20 cortos años tuve la suerte de toparme con uno de estos, el amor de mi vida. ¿Tiene un final feliz? aún no lo sé, pero esta es la historia para poder explicar cómo llegué a donde estoy. Con un dolor de estómago insoportable, con un pie fuera de la cama y mi perrita roncando.

Una amiga muy querida me dijo que para poder superar las cosas es necesario que repasemos todo lo ocurrido una y otra vez, las veces que sea necesario y ésta es la mejor manera que tengo de hacerlo. Escribiendo en la ciudad donde empezó todo, a 2000 kilómetros de donde vivo actualmente. Cortázar establece que existen dos tipos de memorias, una que es la activa en donde nosotros poseemos control y podemos acceder a ella cuando queramos y la memoria pasiva, la cual nos entrega la información siempre y cuando exista un factor que la active como un olor, sabor, lugar, objeto, etc. En mis vacaciones haré eso, dedicarme a escribir cada cosa que recuerde. La historia ya está escrita, cuando voy por la playa casi puedo vernos caminando de la mano con el uniforme del liceo y un sol que encandilaba, cómo íbamos jugando y me ponía roja cada vez que el viento me levantaba la falda. Cómo me daba la mano para que yo fuera caminando por las líneas del tren sin caerme. No quiero perder mis recuerdos, de alguna manera me aferran a él. Intentaré apegarme lo que más pueda a la historia, porque los grandes amores sí existen en la vida real y es solo cosa de perspectiva.

Conocí al gran amor de mi vida, a quien le diremos Andrés, dos veces. Pero es necesario ir un poco atrás para entender. Me crié en la ciudad abandonada de mi país, Chile. La ciudad de la eterna primavera, Arica. Cuando tenía 16 años estaba en un colegio de gente con plata en donde no me sentía para nada cómoda, no quería relacionarme con gente superficial, tenía ganas de hacer algo importante con mi vida y si me quedaba ahí jamás lo iba a hacer. Así que un día decidí decirle a mi madre que quería irme a un liceo municipal. ¡¿QUÉ?!. Obviamente toda mi familia se estresó pero seguí llevando a cabo mi plan, en ese tiempo era bastante ingenua. Llegué a un lugar en el que habían más de mil personas y cuarenta y cinco estaban en mi sala, algo a lo que jamás estuve acostumbrada. Arrastré a mi mejor amiga conmigo así que no estábamos tan solas, y curiosamente hicimos amigos contra todo pronóstico.

Un día iba caminando con mis compañeros intentando pasar piola cuando lo vi. Lo vi y me encantó, tenía la estatura perfecta, el pelo liso y muy negro, la forma de las cejas era maravillosa, tanto que hasta me daba envidia, las manos suaves y pequeñas. Lo último que vi fueron sus ojos, unos ojos cafés llenos de pena, cansados, resignados. El encanto me duró hasta que me apretó las mejillas ya que decía que por el tamaño de éstas, mi cara era adorable. Recuerdo que le dije que qué le pasaba, que me dolía y se fue. Al rato supe que era amigo de uno de mis amigos, Ignacio. Le pregunté todo lo que podía decirme, que era loco, que tomaba mucho, fumaba marihuana, bailaba ska y el pequeño gran detalle, era casi dos años menor que yo. Deseché por completo cualquier posibilidad. Yo era, como decía él, princesa. Jamás desobedecía a mi mamá, no fumaba, no tomaba y casi ni salía. ¡No podía estar con alguien menor que yo y menos si éramos tan diferentes!. Tuvimos un par de discusiones más porque él me pedía comida - más adelante yo misma le estaría cocinando algo - y yo seguía sin conocerlo, hasta el maldito 22 de marzo del 2014.

Lo que no te mata, te hace más bacánWhere stories live. Discover now