Capitulo I: Luces y Sombras

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Estaba ocurriendo de nuevo.

- Se ha desmayado...

- Alguien debe llamar a una ambulancia...

- ¿Hay aquí algún doctor?

- No, no, él está bien. Se ha dormido, eso es todo. Despertará en un momento.

Yo solo podía limitarme a observar aquella curiosa escena que había tomado lugar en la estación del tren, experimentado una serie de emociones entrelazadas en mi interior. En cierto modo, aquella situación era bastante cómica, pero no pude evitar sentir un cierto dejo de culpa e incomodidad por haber llamado la atención de la multitud en una forma tan vergonzosa.

- Señor, ¿quiere que le traiga un vaso de agua al joven? Tal vez haya sufrido una baja de presión debido al calor. Un poco de azúcar también podría ser útil para reanimarlo...

Enrique alzó una mano para interrumpirlo.

- Agradezco la preocupación –dijo, dirigiendo al atento guardia de seguridad su habitual sonrisa ancha y deslumbrante, la cual hacía que sus bigotes se moviesen como un abanico invertido-, pero de verdad, no es nada de lo que sea necesario preocuparse. Ya estoy acostumbrado a lidiar con esto.

"Y sí que lo estas" me dije yo, sintiéndome mal por Enrique "Lamento ponerte en esta situación."

De improviso, una mujer de tacones altos comenzó a caminar a gran velocidad hacia mí mientras tecleaba velozmente en la pantalla de su dispositivo móvil. Me hice a un lado inconscientemente para dejarle paso a la distraída mujer, pero entonces recordé que aquel movimiento resultaba inútil en la actual situación. Ella no podía verme, ni tampoco tocarme. Porque en aquel instante yo no existía en la percepción de los demás.

Tuve que reprimir un escalofrío cuando mi mirada se topó con la imagen del joven de 19 años y cabello oscuro que se encontraba tendido inconsciente en la banca de concreto, e instintivamente di unos cuantos pasos hacia atrás. Vaya. En mi intento por esquivar la embestida de la mujer, mi fantasma había quedado innecesariamente cerca de la locación de mi cuerpo físico. Por algún motivo, el observarme a mí mismo en aquella situación resultaba indeciblemente incómodo.

Cuando la chusma de curiosos comenzó a disiparse después de varios minutos de murmullos y miradas de curiosidad mal disimulada, Enrique alzó los ojos hacia el cielo.

- No estarás pensando en escabullirte por ahí y dejarme solo, ¿verdad, Hiro? –murmuró el ancho hombre al aire, y luego esbozando una mueca de resignación, añadió:-. Oh, claro que sí. ¡Maldito seas...! al menos no tardes demasiado, ¿vale? No es agradable para mí el tener que cuidar tu cadáver mientras haces turismo. Además, tu familia llegará pronto.

Esbocé una sonrisa ante sus palabras, pese a que nadie, ni siquiera yo mismo, podía verla. Solo dos personas habían sabido acerca de lo que me sucedía cuando perdía la conciencia, y de ellas solo Enrique seguía a mi lado. En lo que concernía al resto del mundo, mi condición había sido descrita como un caso de narcolepsia crónica. Por supuesto, eso solo explicaba lo de mis aleatorios ataques de sueño diurnos, pero no la parte verdaderamente interesante.

"Intentaré no demorarme mucho" pensé, incapaz de comunicarme con Enrique "Pero no puedo desaprovechar esta oportunidad. ¡Quién hubiera pensado que sufriría un desdoblamiento justo al momento de llegar...!"

Ah, sí. Desdoblamiento. Aquel inusual fenómeno en el que la mente de un individuo se proyecta fuera de su cuerpo. Yo prefería considerar aquella capacidad como una bendición, pero el hecho de que no pudiese controlarla hacia que fuese todo un problema. Podía ocurrirme en cualquier momento y lugar, sin importar cuan inconveniente resultara para mi y para mi cuerpo físico. En ese sentido, Enrique Dover jugaba un papel muy importante en mi día a día.

El mundo que no debió serDonde viven las historias. Descúbrelo ahora