El tamaño azul de la luna

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La circular mancha blanca que formaba el intenso sol ondulaba en un cielo que se agitaba como la superficie de un cristalino lago acariciado por un calmado viento. Eso dijo la madre de Diana hace un momento y ella lo repetía mentalmente cuando notaba el sudor brotando en los poros de su piel. Era costumbre en su madre soltar en voz alta cualquier frase literaria que consideraba buena de las miles que centelleaban en su cerebro para evitar que se le olvidase en el instante, siempre decía que era más fácil recordar algo que habías pronunciado en vez de pensado. Diana no sabía si eso era cierto, tampoco sabía la temperatura exacta pero sin duda era alta, muy alta. Tan alta que su padre había guardado el termómetro que adornaba una de las paredes del baño para dejar de obsesionarse con la omnipresente sensación de bochorno; un calor que dominaba la existencia moldeándola a su gusto. Asomada en la ventana de su habitación, Diana podía ver como la mayor parte de los árboles de su urbanización estaban borrosos y bailaban con parsimonia como algas en el fondo del mar. Se podía afirmar que la alta temperatura estaba solidificando el aire convirtiéndolo en una masa densa que no dejaba ver nada con total claridad. A menos que cambiase el clima en septiembre, Diana tendría que volver al instituto empujando el aire para abrirse camino como si fuese una exploradora de la jungla cortando con un machete la abundante y salvaje vegetación.

Su familia combatía el calor como podía. Diana tenía abierta la ventana de su habitación. Los dos lados de la cortina estaban recogidos con una pinza por consejo de su madre para, según ella, favorecer el paso del aire y refrescar la casa. Diana no estaba muy de acuerdo con su método, parecía que calentaba más que refrescar y, en ciertos momentos, tenía la sensación de que entraban en la habitación invisibles lenguas de fuego. Ana, su hermana mayor, bebía una botella de agua de un litro cada hora. Pensar en el verano durante el resto del año era sinónimo de recordar sus continuos paseos hacia la cocina para cambiar su botella por otra guardada previamente en el frigorífico. Sus padres, por otro lado, encendían el aire acondicionado periódicamente. Al estar en ropa interior sentían frío al poco rato y tenían que apagarlo para no empezar a tiritar. Por el contrario, a Ana y Diana les daba demasiada vergüenza estar únicamente en ropa interior y complementaban su vestimenta con una camiseta de tela fina.La madre de Diana vociferó con su peculiar grito de llamada que anunciaba la hora de dejar todo y acudir al salón para empezar a comer. Diana corrió para evitar la temida furia de su madre que incentivaba la tardanza de los comensales y se sentó al lado de Ana, que ya llevaba tiempo en su sitio mirando los anuncios que echaban en la televisión. En vacaciones y fines de semana siempre comían a la hora transitoria de la programación matinal y los informativos, una hora donde solo había aburridos y repetidos anuncios. En verano no había anuncios nuevos y divertidos.Mientras se repartía el humeante risotto recién preparado volvió a producirse un grito aún más fuerte que el primero al ver que en la mesa faltaba un miembro de la familia; inmediatamente el padre de Diana abandonó la sala de estar que él llamaba su despacho y se sentó, aunque pasaron cinco minutos más hasta que los cuatro estuvieron juntos para empezar a comer debido a que su madre, una vez repartida la comida, volvió a la cocina para limpiar la cacerola donde había preparado el risotto.Diana, nada más probar el primer bocado, sugirió que el plato no era una buena comida veraniega ya que al comerse muy caliente aumentaba la sensación de calor. Su madre le invitó a cocinar con ella el próximo día si la comida no era de su agrado pero Ana estuvo de acuerdo con Diana y comentó que lo ideal hubiese sido servir una ensalada o algo más fresco. Su padre no procesó ninguna palabra en el ligero conflicto que ocurrió, seguramente estaba pensando en el diseño del edificio que le habían encargado para dentro de unas semanas o el embobamiento hacia la pantalla del televisor no era fingido. Al finalizar el postre también finalizó la reunión familiar: las hermanas fueron cada una a su habitación, el padre a su despacho y la madre a fregar los platos para después hundirse en el sofá del salón.Siempre que terminaba de comer Diana se ponía a leer uno de tantos libros que llenaban sus estanterías pero en ese día le estaba costando concentrarse debido al fuerte dolor de cabeza que, con total seguridad, era provocado por el intenso calor. Visitó el despacho de su padre y le sugirió si podía encender el aire acondicionado pero obtuvo una respuesta negativa, la excusa que recibió fue que gastaba demasiada energía y ya se había usado demasiado durante dicho mes: la factura de la luz se convertiría en un grave y cuantioso problema. Diana lo veía totalmente absurdo al no usarse cuando más se necesitaba pero un pequeño mareo seguido de una ligera pérdida de equilibro le invitaron a no empezar a discutir por lo que prefirió volver a su habitación, tumbarse en la cama e intentar dormir; con un poco de suerte se le pasaría al despertarse.Tras tardar quince minutos en conciliar el sueño abrió los ojos tres horas después según indicaba el reloj despertador de su mesilla. Notó que el dolor de cabeza se había agravado además de sentir una brutal sensación de cansancio. Se levantó para pedirle alguna medicación a su madre pero tras recorrer toda la casa comprobó que no había nadie. Miró el reloj del salón para comprobar que estaba segura, y sí: eran las seis de la tarde. Por la hora que era dedujo que su hermana habría quedado con sus amigas del instituto y sus padres podían haber salido a dar un paseo o a comprar en el supermercado. Mientras estaba parada analizando la situación sintió, de nuevo, otra pérdida de equilibrio por lo que se dirigió al armario de los medicamentos pero después de sacar la caja de zapatos donde se guardaban las pastillas se dio cuenta de que no sabía cuál de ellas tomar, así que volvió a dejarla en su sitio ya que prefería no tomar nada por si acaso elegía un medicamento equivocado que le hiciese daño.Mientras cerraba la puerta del armario notó el sabor del arroz con parmesano en la boca por lo que decidió lavarse los dientes, se le había olvidado hacerlo después de la comida. No era muy frecuente en ella, siempre se los cepillaba media hora después de comer ya que le gustaba mantener el sabor dulce del postre unos momentos más para saborearlo en su plenitud. Como se aburría bastante al verse en el espejo del baño durante el lavado bucal siempre visitaba a los demás miembros de la familia para ver qué hacían en sus lugares habituales: su hermana en su habitación hablando con sus amigas a través del micrófono del portátil o escuchando música, su padre en su despacho realizando cálculos y planos de sus futuras construcciones o fingiendo muy bien delante del ordenador y su madre mirando la televisión en el salón con una pequeña libreta donde apuntaba sus ocurrencias para posteriores escritos, aunque siempre interrumpía el visionado para increpar a Diana que estaba empapando el suelo de babas y espuma del dentífrico, lo cual era mentira en la mayor parte de las ocasiones.Así, Diana se dirigió al baño y cubrió el cepillo de dientes con su dentífrico especial de flúor con sabor a fresa. Aunque Ana le había sugerido que a su edad debería usar una pasta para adultos, a ella no le importaba. Le gustaba más el sabor de fresa que el típico de menta que usaba su hermana y sus padres. De este modo, comenzó a cepillarse los dientes y, para evitar ver su monótono reflejo, recorrió la casa cerrando todas las ventanas para después encender el aire acondicionado. Volvió al baño y se enjuagó la boca. Se sintió ligeramente mejor, el frescor que tenía en la boca le había supuesto un alivio aunque seguía doliéndole la cabeza. Vio en el espejo que su cara estaba completamente roja y, asustada, se tocó la frente. Comprobó que estaba ardiendo, tenía fiebre en el verano más abrasador de su vida. Diana no era médico pero pensó que necesitaba otro toque refrescante antes de que la casa llegase a enfriarse. A más frío, menos calor en su cuerpo y, por tanto, menos fiebre. Le pareció un fundamento lógico y, acto seguido, decidió que una buena idea era mojarse la cara y abrió el grifo. El agua no salía suficientemente fría según su criterio por lo que giró la llave hasta alcanzar la máxima potencia. Mientras el chorro caía con fuerza en el lavabo para perderse por el desagüe, Diana juntó las dos manos formando una concavidad y las situó debajo del torrente hasta tener una gran cantidad de agua, se agachó para no salpicar el suelo y llevó las manos hacia su cara. En un instante todo su cuerpo se refrescó por completo. Aprovechó la posición de las manos y con sus dedos empezó a realizar movimientos circulares en los arcos de las cejas. Le relajaba bastante, parecía que estaba flotando en medio de un tranquilo océano. Unos segundos después separó sus manos de la cara, aspirando con fuerza como siempre realizaba para finalizar su peculiar ritual de relajación. Diana abrió los ojos con sorpresa y empezó a agitarse: sus pulmones no habían recibido aire y notaba que se estaba ahogando. Con incredulidad comprobó que el baño, y por ende toda la casa al estar la puerta abierta, se había inundado por completo, llegando el agua hasta el techo. Gritó asustada, escapando el aire que quedaba en sus pulmones en una columna de burbujas que ascendió de su boca. Empezó a dar vueltas sobre sí misma en un intento de asimilar lo ocurrido y comprobar que todo a su alrededor estaba cubierto de agua. Tanto giro le mareó enseguida y empezó a sentir náuseas, que llegaron acompañadas de una idea: abrir la ventana más cercana ya que el baño no tenía ninguna y así liberar el agua del interior. El despacho de su padre era la habitación más cercana, solo tenía que salir del baño y recorrer el corto pasillo que les separaba. Cruzó la puerta y nadó con rápidas y torpes brazadas. Varios papeles, lápices y demás objetos flotaban con una calma ajena a la situación de Diana, que sentía como todo su cuerpo estaba inflado, impidiendo moverse con la rapidez que ella quería. Tenía muchas ganas de respirar pero al intentarlo solo conseguía una sensación de agobio al no poder conseguirlo, notaba como su garganta empezaba a tensarse y agitarse al igual que en el interior de su pecho hasta que, tras unos últimos movimientos nerviosos, logró llegar a la ventana. Nerviosa, palpó la manilla con desacierto hasta conseguir su completo giro: el agua empezó rápidamente a salir a través de la ventana abierta. Los objetos flotantes presentes en la habitación acompañaron al torrente que caía al patio del edificio. Diana intentó agarrar varios pero pronto tuvo las manos llenas, no sabía dónde guardarlos para seguir atrapando más y abrió un cajón provocando que se mojasen los folios que estaban dentro; algunos empezaron a flotar y ser cómplices del caos submarino en el que se había transformado la casa.Lentamente el nivel bajó hasta parar en la base de la ventana. Había liberado una buena parte de la inundación pero aún quedaba un metro de agua. Diana se dirigió con cierta torpeza en sus pasos hacia la entrada de la casa y abrió la puerta, pocos segundos después solo había una fina capa de agua en el suelo. Diana se apoyó en el marco y descansó durante un largo momento observando la improvisada cascada que se había formado en las escaleras del edificio. Se percató que varios objetos habían sido arrastrados fuera de la casa y salió a recogerlos pero pronto desistió, la mayoría eran papeles inservibles al haberse desteñido los trazos de grafito y tinta que antes estaban en su superficie. Volvió dentro y cerró la puerta con un cansado movimiento.En el salón observó en lo que se había convertido su casa: un desastre horriblemente empapado. Los relojes no funcionaban al no oírse el sonido característico de las manecillas que marcaban los segundos y comprobó que la televisión y los ordenadores no respondían a las insistentes pulsaciones que daba a sus respectivos botones de encendido. Seguramente los discos duros también se habían estropeado, su padre habría perdido todos los datos importantes que tenía de su trabajo. También se dio cuenta que todo el papel de la casa había sido destruido, convertidos en flácidas láminas transparentes que goteaban impotentes y sin cesar: los cuadernos donde sus padres almacenaban las facturas y demás documentos importantes, los numerosos libros que adornaban la mayoría de las estanterías, las libretas donde su madre apuntaba sus ideas para una novela que nunca llegaba a empezar y los antiguos álbumes de fotos de su familia. La colección de vinilos de su hermana podía haber quedado inutilizada de la misma manera al igual que los electrodomésticos de la cocina. El agua había corrompido todo a su alrededor, la mayor parte de su hogar había quedado destruido.Todos sus pensamientos empezaron a tener un peso real en su cabeza o eso creía Diana al sentir una debilidad que le impedía mantenerse de pie. Se apoyó sin ganas en la pared y lentamente se acuclilló para evitar el agua del suelo pero se dio cuenta de que ella también estaba mojada por lo que finalmente se sentó dejándose caer. Arrodilló sus piernas y apoyó la cabeza en ellas con un movimiento débil y pausado, sentía que no tenía fuerzas, sentía que su cuerpo se había convertido en débil porcelana. Cerró los ojos con lentitud y respiró profundamente pensando en lo sucedido. Había vuelto a pasar, no entendía por qué había sido tan devastador en esta ocasión cuando habían llegado a normalizarse los episodios.La primera vez que lo sufrió fue en febrero. En ese momento estaba en el aula de música y, como en la mayoría de clases, siempre acababan tocando una canción. Aunque a Diana no le apetecía mucho ese día, fue la primera en dirigirse al armario donde se guardaban los instrumentos para elegir un xilófono de madera, le gustaban más que los de metal por una peculiaridad: las baquetas para madera tenían un pequeño recubrimiento de tela ausente en las baquetas para metal; con ellas sentía que, cuando daba un golpe a una tecla de madera, las baquetas temblaban durante un breve periodo de tiempo mayor que las dedicadas al metal, una diferencia lo suficientemente importante como para sentir que la vibración recorría la baqueta, llegaba a su mano y, a partir de ahí, transmitía la música por todo su cuerpo. A Diana le encantaba eso.Mientras los alumnos cogían los xilófonos, la profesora de música rellenaba el pentagrama de la pizarra con las primeras notas musicales de la canción, ese día aprenderían los acordes iniciales de Greensleeves. Siempre le gustaba que sus alumnos tuviesen presente la partitura de las canciones para guiarse cuando había que tocarlas en clase, algo bastante inútil ya que la mayoría no sabían leerla y tocaban guiándose por el oído. Así, todos estaban ensayando e intentando tocar algunas partes de la canción cuando Diana sintió que dentro de ella, una sensación en la totalidad de su interior al no poder especificar una localización exacta donde lo notó, cayó una pequeña gota que congeló todo su cuerpo durante una centésima de segundo para después volver a sentir una temperatura normal. En ese instante, los xilófonos empezaron a temblar, primero levemente para después agitarse con violencia. Los alumnos se alejaron agolpándose en una pared y miraron a la profesora esperando una respuesta lógica pero, sin inmutarse del insólito hecho, ella continuaba de espaldas transcribiendo la canción en la pizarra. Un chico empezó a chillar y la profesora se dio la vuelta arqueando una ceja para después cambiar por completo su rostro. Sus ojos bizquearon de horror al percatarse del espectáculo que estaban formando los animados objetos y, con voz nerviosa, preguntó qué estaba pasando mientras daba unos pasos atrás hasta apoyar su espalda en la pizarra. Diana vio que su aportación no fue nada tranquilizadora al igual que pensaron varios de sus compañeros y algunos comenzaron a salir corriendo de la clase mientras otros seguían observando el fenómeno en la lejanía que les brindaba la pared. Diana fue uno de estos y vio como un chico se acercó a uno de los xilófonos para tocarlo de forma decidida. Al instante, dejaron de temblar y el chico lo anunció gritando de forma victoriosa pero su alegría apenas duró un segundo: con una agitada y furiosa fuerza las baquetas se escaparon de las manos de los alumnos que aún las tenían agarradas para dirigirse vertiginosamente hacia sus respectivos xilófonos. Tras el contacto, las teclas de madera estallaron convirtiendo la clase en una fila de pequeñas hogueras y las teclas de metal se contrajeron como si un hombre invisible de increíble fuerza las arrugase como si fuesen débiles hojas de papel. Los pocos alumnos que quedaban dentro formaron una estampida quedando el aula vacía y durante semanas el instituto fue un constante hervidero de historias y nuevas leyendas. La profesora, que nadie supo si fue de las primeras en salir o se había quedado en la clase durante todo el suceso, se dio de baja por estrés y el director asumió su labor con el ligero cambio de que la asignatura de música se impartió en el gimnasio sustituyéndose los xilófonos por flautas.Al pasar las semanas, una de los rumores más populares fue que el incidente era obra de Diana ya que varios de sus compañeros dieron constancia de que ella paró de tocar segundos antes de que los xilófonos empezasen a temblar. Ella siempre lo negaba y les llamaba mentirosos pero asumió en secreto que era verdad debido a la sensación que tuvo y al perturbador estado que presentaba su ropa cuando llegó a casa. Lo confirmó con el paso del tiempo cuando volvió a suceder un episodio extraño cada mes. Hace unas semanas Diana se dio cuenta de que ocurría en los días cercanos a cuando la luna estaba cerca de su plenitud aunque algunas veces sucedía antes de la completa luna llena y otras después, cuando comenzaba a menguar.No era siempre igual. En la mayoría de las ocasiones empezaba a llover cuando ella estaba triste salvo en mayo y junio, donde ocurrieron hechos distintos pero igual de extraños. En el primer mes nombrado, Diana notó una terrible hinchazón en su cuerpo para después elevarse en el aire cual globo de helio aunque por suerte solo los pies dejaron de tocar el suelo durante un breve instante. En el otro mes, durante el día que le dieron las notas de final de curso, sufrió unos pinchazos en la tripa mientras paseaba por el parque. Durante unos segundos se quedó sin aire en los pulmones y un vendaval levantó la arena y agitó los árboles hasta que Diana recuperó la respiración.Tras experimentar varios de estos extraños sucesos descubrió que, y así elaboró la terrible relación, cuando se desvestía después de ser protagonista de esos episodios, el interior de su ropa estaba parcialmente teñido de azul. La primera vez que le sucedió no llegó a relacionarlo pero después, cuando ocurría algo extraño, miraba si la piel de su brazo se teñía o segregaba sudor del mismo color ya que no comprendía otra manera de que la ropa se ensuciase de esa forma. Cuando ambos hechos los tenía ya relacionados, lo primero que hacía era mirar a su alrededor con cierta angustia pausada para no llamar la atención y asegurarse de que nadie más se percataba de la alteración en el color de su piel. Por fortuna comprobó que el cambio de pigmentación apenas duraba diez segundos y solo era un leve toque azulado casi imperceptible. Si ocurría en el colegio o fuera de casa, lo primero que hacía en esos días al llegar a su habitación era desvestirse y ocultar la ropa para limpiarla a escondidas en el baño siempre que pudiese hacerlo sin llamar la atención de su familia. Por suerte, siempre llegaba antes que su hermana ya que se quedaba un rato en la calle hablando con sus amigas después de salir del instituto y, en esas horas, su padre estaba trabajando fuera por lo que solo estaba su madre en su casa y no salía de la cocina hasta terminar de preparar la comida. Por el contrario, si ocurría cuando Diana estaba en casa, entraba al baño y bloqueaba la puerta para que nadie le interrumpiese en el lavado mientras simulaba una ducha. En algunas ocasiones tuvo que tirar su ropa interior o la falda del uniforme escolar al no lograr quitar las manchas azuladas, con frecuencia eran más intensas en dichas ropas. Su solución en esos casos era coger una bolsa de plástico y meter la ropa sucia, guardándola para luego tirarla en los cubos de basura cuando salía a la calle.Aunque sabía que estaba experimentando algo que no llegaba a comprender, prefirió no contárselo a nadie. Tenía mucho miedo de ser insultada y discriminada por no ser normal. Recordó varias películas que había visto cuando era pequeña y la mayoría de personas extrañas acababan encerradas en laboratorios donde experimentaban con ellas para averiguar por qué eran diferentes. Tampoco se lo contó a su familia, no sabía cómo iban a reaccionar al saber que bajo su techo vivía una persona tan peligrosa aunque fuese sin intención, ella no podía controlarlo. Pero, ¿acaso no lo era? La primera vez en la clase de música fue una explosión de sucesos tan intensos que fue milagroso que nadie resultase herido al igual que en el episodio de la ráfaga de aire donde, tal vez, podría haber arrastrado algo que golpease a alguien, haciéndole daño. Por suerte, en las demás ocasiones solo lo sufrió ella con la hinchazón o no puso en peligro la salud de la gente, no creía que fuese malo provocar una lluvia durante un rato aunque podía molestar a aquellos que les pillase en la calle y no llevasen paraguas o una sudadera con capucha.Diana abrió los ojos con un gesto de dolor después de haber repasado su serie de desdichas de los últimos meses, había logrado sentirse peor al pensar en todo lo acontecido; su dolor de cabeza había ido a más además de la molesta sensación de tener el trasero mojado así que se levantó aunque no sabía dónde volver a sentarse, nada parecía cómodo al estar todo empapado. Volvió a su habitación pero encontró el mismo problema: el asiento tapizado de su silla había sido convertido en una hinchada esponja y unos pequeños charcos se habían formado en la superficie de la cama. Regresó al salón y se percató que, mientras había estado sentada, había teñido parte del agua con la misma pigmentación azul que tenía su escasa ropa, atenuada con la transparencia otorgada por la humedad; se había olvidado de ese pequeño y azulado detalle hasta ese momento. Pensó en cambiarse aunque pronto razonó que toda la ropa del armario estaría igual de mojada. Se quitó la camiseta dejándola en el bidé del baño, la limpiaría más tarde. Regresó a su habitación, sacó un bikini y una holgada camiseta que usaba para estar en casa y las colgó en el tendedero de la ventana para ponérselas secas dentro de un rato.Después fue a la terraza y cogió una fregona, un cubo y un recogedor. Se había propuesto vaciar el agua que quedaba en el suelo aunque no serviría de mucho ya que sus padres se darían cuenta de lo que había pasado pero para Diana era una forma de sentirse mejor e intentar arreglar la situación. Cogió el agua con el recogedor y empezó a llenar el cubo, lo primero era que la fina película de agua desapareciese para después fregar y absorber la humedad sobrante. Los viscosos papeles casi desintegrados que cubrían el suelo los dejaba en la mesa por si en algún momento podían recuperarse la información desteñida aunque Diana dudaba que eso fuera posible. También se dio cuenta como en algunas zonas de la casa había surcos de barro, pensó que sería de la tierra de los tiestos que habían acabado flotando durante la inundación. Le vino a la mente que posiblemente el agua del inodoro también había acabado disuelto en el agua cuando ella estaba presente en el baño y notó que el risotto subía por su esófago. Por fortuna, la arcada no llegó a mayores.Pasaron quince minutos hasta que las voces de sus padres se oyeron detrás de la puerta. Diana se sobresaltó, le entraron ganas de desaparecer o encerrarse en su habitación pero se mantuvo en el salón, era tontería esconderse. No sabía qué responder, podía haber ensayado alguna excusa mientras estaba limpiando.La puerta se abrió y sus padres entraron con la cabeza agachada fijándose en el estado del suelo del exterior, sin creer que la casa que había encharcado la escalera del edificio fuese la suya. Alzaron la cabeza y se quedaron boquiabiertos al ver a Diana de pie, empapada, con su ropa interior teñida de azul, su labio inferior temblando y sus ojos nerviosos en un conflicto interno de ver a sus padres y desviar su mirada.Los tres se mantuvieron quietos, de pie, en silencio durante un largo instante hasta que Diana se derrumbó y empezó a llorar, impotente. Su madre, con cara de sorpresa, se quedó unos segundos petrificada hasta que fue corriendo a abrazarla. Con voz nerviosa le confesó que nunca sabía cómo tratar el tema y que se arrepentía mucho por no haberlo abordado a tiempo al igual que sucedió con Ana, estuvo repitiendo que había cometido el mismo error otra vez al creer que era demasiado pronto y que no se había dado cuenta. Diana escuchaba e intentaba asimilarlo todo en un silencio alterado y temblando hasta que se calmó cuando su padre se unió al abrazo familiar.Los tres se sentaron en el sofá, emanando de su interior el agua que había absorbido momentos antes como una esponja estrujada. A su padre le resultó gracioso y Diana se relajó al oír su risa, al parecer no se habían enfadado por el estado de la casa ni tampoco por haber ocultado los extraños episodios cuando confesó todo lo que le había pasado en los últimos meses. Sus padres le explicaron que no se tenía que preocupar por ellos ya que eran cambios normales en su cuerpo, cambios en el interior que se proyectan al exterior. Su madre le reveló que ella también lo experimentó cuando tenía su edad al igual que Ana. Estuvieron varios minutos hablando, explicando métodos para evitar los episodios que había sufrido y amortiguar sus efectos.Al final, Diana lo comprendió todo y se sintió más tranquila. No era una persona extraña.La tarde llegaba a su fin y su padre realizó varias llamadas para empezar a arreglar la casa a partir del día siguiente y visitó a los vecinos para comprobar si habían sufrido alguna gotera en sus casas debido a la inundación. Su madre reservó una habitación en un hotel para dormir en un entorno seco y esperaron a que llegase Ana para ir todos juntos.Esa noche, Diana no durmió bien y no era debido a estar en un entorno ajeno al suyo. Dio vueltas en la cama pensando en la angustia que tuvo los meses anteriores por su ignorancia y ansia de ocultarlo por no confiar en nadie. Debía habérselo contado a sus padres y a Ana, que cuando llegó no paró de hablar con ella y darle más consejos que se sumaban con los de su madre.Al mes siguiente y desde entonces, Diana sabía lo que era y por qué sucedía. Cuando pasaba, sabía manejarlo y nunca sucedió nada extraño, era algo normal.

El tamaño azul de la lunaWhere stories live. Discover now